2.

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Ese sábado el llanto volvió a apoderarse de ella, él era su único compañero en momentos como éste. Magela sabía que el llorar no solucionaba las cosas, ¡pero cómo ayudaba! Sobre todo desde aquel día en que decidió ya no volver a herirse a sí misma.

Los fuertes relámpagos acompañaban la fresca noche, y la tormenta que se avecinaba era reflejo de su interior tan revolucionado, huracanado, gris y lluvioso. Cada gota que caía sobre el cristal de la ventana, equivalía a una nueva lágrima derramada, la cual viajaba por su rostro; sentía su alma desmoronarse y el poco corazón que le quedaba, dejaba de latir. Su existencia ya no tenía sentido sin él, pero era demasiado cobarde como para marcharse a su lado; aunque en algún momento la idea cruzó por su cabeza, pero llegado el momento, no pudo. De eso nadie se enteró y quedó en sus recuerdos de forma inevitable, como algo más de lo que no fue capaz, porque después de todo ¿qué sería un fracaso más en su larga lista de desdichas? Era preferible cargar con ese recuerdo así, en silencio, a que todos lo supieran y comenzaran a atormentarla con eso también; ya suficiente tenía con las insistencias de que tratara su depresión como para soportar, además, que se agarren de algo que ya no tenía importancia ni sentido, solo para atosigarla. Era bastante dócil, pero no disfruta para nada tener tanta gente alrededor jugando a ser niñeros de medio turno. Así fue como optó por lo que a su criterio era más sensato; dejar que la vida misma la consumiera. Iría a las terapias y aparentaría querer luchar asumiendo su enfermedad, pero una cosa era reconocerlo y otra muy distinta querer vencerlo. Miles de veces pensó en la posibilidad de quedarse tirada en la cama, sumergida en su angustia; mas no se atrevía a hacerles eso a su mamá -quien la vida entera se desvivió por ella y su bienestar, cuando su padre falleció en aquel asalto dejándolas solas-, y tampoco a Bruno, su marido; ese compañero enviado por los mismísimos cielos, para protegerla hasta de ella misma. Ellos merecían al menos creer que sí quería salir a flote, así cuando el dolor la consumiera por completo estaría tranquila de que había hecho algo bien; dejarlos con la sensación de que ella lo intentó.

Sus antidepresivos iban a parar siempre al fondo de algún cesto de basura, en el lavatorio tirando luego litros de agua o en el baño para luego tirar la cadena, aunque en la clínica eso se le había complicado. Oyó pasos dirigiéndose hacia la biblioteca, rápidamente limpió los rastros de esas lágrimas de hiel y fingió una sonrisa.

—Magela. ¿Otra vez llorando, mi vida? —Su marido llega junto a ella para abrazarla—. No te haces una idea del dolor que me causa verte así, desmoronada, abatida. Daría mi vida entera porque tu rostro se iluminara con sonrisas sinceras, y que no fueran simples máscaras para disfrazar tu dolor.

—Perdóname mi amor. Te prometo que pronto estaré bien, quédate tranquilo, ¿sí? En esa clínica me ayudaran a superar todo y saldré adelante.

—La doctora le dijo a tu mamá que aceptaste hablar un poco, asumiste que estás allí por tu cuadro depresivo, pero no participaste en las sesiones; solo oías y muchas veces te emocionabas al conocer las realidades por las que muchos han tenido que pasar. Pero tú no hablaste, ¿por qué? Si no cuentas el motivo de tus problemas nadie podrá ayudarte.

—No te preocupes Bruno, es que no tenía la suficiente confianza con ellos todavía. Pero ya el lunes, cuando vuelva, tomaré valor y hablaré de mi tema para poder recibir la ayuda que necesito; y perdóname por darte más tristezas que felicidad, más angustias que alegrías, más llantos que sonrisas, no es esto lo que mereces. Eres demasiado para mí.

—No vuelvas a decir eso, mi amor; yo te amé antes, mientras sonreías, te amo ahora con tu tristeza, y te amaré mi vida entera, con todo lo bueno que vendrá; porque sé que así será, renacerás y yo estaré allí para tomarte de la mano y volver a la vida, hacerte feliz por siempre como mereces, y cuando seamos viejitos recordar que pudimos superar las adversidades de la vida juntos. Nunca te dejaré sola mi vida.

 Las Tres Marías. [Completa]© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora