―¿Y cómo te ha ido con Las tres Marías? ―Le preguntó un divertido Nicolás a Alejandra.
―¡Que chistosito! yo creo que va a funcionar, hoy le toca a Tamara hablar en la sesión y estoy segura de que lo hará, además Oriana irá hoy con la nutricionista, Magela es quien me preocupa... su mamá me habló para decirme que tuvo una crisis y el médico de la familia tuvo que sedarla, creo que hablaré a solas con ella.
―Sí, será lo mejor. Yo te lo advertí, ella ayuda a los otros, pero no se ayuda a sí misma, no hace ningún esfuerzo por mejorar.
―Lo sé, Nico, lo sé... pero hasta ahora ella ha estado fuerte y con ánimos de ayudar. Era más que lógico que pronto algo así pasaría y llegó la hora de que tenga su espacio y hable del porqué de tanto dolor, por más que nosotros lo sabemos, ella tiene que abrirse, no tiene más alternativa, no se la daré.
―Me parece lo más sensato, Ale, ¿cuándo hablarás con ella?
―Hoy mismo en cuanto acabemos la sesión de grupo, ¿vamos para allá? ya todos deben estar esperando.
―Vamos.
Cuando llegaron al salón donde se juntaban las vieron a las tres conversando y riendo como niñas.
―¿De verdad, Tamy? ―preguntaba Oriana muy risueña―. Yo creo que deberías invitarlo a salir.
―¿Cómo se te ocurre? sólo he dicho que tiene unos hermosos ojos ¡Esa no es razón suficiente para invitarlo a salir!
―Claro que lo es, ¿cierto, Magela?
―Yo mejor no opino.
―Eso mismo, gracias amiga. Y tu niña, deberías hacer lo mismo ―dice señalándola con un dedo amenazante.
―A ver, no entiendo cuál es el problema, además está mirando para acá y estoy segura de que es por ti.
―¿Y cómo estás tan segura?
―Magela es casada y yo soy cómo doce o quince años menor que él, es obvio que te mira a ti.
―¡Estás loca, Oriana, muy loca! ―exclama sin evitar reírse. Claro que la idea de gustarle a Nicolás le agradaba y mucho, pero no lo creía posible. Él era uno de sus terapeutas y conocía toda su vida, nadie que la conociera podría tener un verdadero interés en ella.
―Buenos días, grupo.
―Buenos días, doctora.
―Hoy comenzaremos la terapia de una manera distinta. No hay nadie nuevo esta semana y por lo tanto he decidido que comience a hablarnos hoy Tamara. ―La aludida respiró profundo y asintió―. Cuando quieras puedes empezar, te escuchamos.
―Buenos días, soy Tamara y estoy aquí por insistencia de mis padres; puede sonar absurdo, pero así es. El motivo es sencillo y nada de otro mundo: mi relación con mi hija es nula, inexistente. Desde que supe que la esperaba me negué a quererla por diferentes razones, con el paso de los años eso no ha cambiado. Sé que suena horrible, pero es la realidad, mi realidad. Jamás hice el más mínimo esfuerzo por tener con Mía una relación amorosa, de compañerismo, de complicidad... ¿qué estoy diciendo? jamás intenté tener ningún tipo de relación con ella, ni siquiera una mala. Es que me molesta hasta... ―Se detuvo antes de hablar más de la cuenta―. En fin, mi madre cree que debo sanar, perdonarme y hacer las paces conmigo y quererme yo antes de quererla a ella o a cualquier otra persona.
―Y dime algo, Tamara, ¿estás dispuesta a intentarlo?, ¿estás dispuesta a buscar dentro de ti el motivo por el cuál reaccionas así contigo para poder sanar y así establecer un vínculo con tu hija?
―Ya lo he intentado, pero no me nace. ―No quería llorar, no en frente de todos así que respiró hondo―. Yo no la odio, pero tampoco he podido quererla, me recuerda a su padre y él me hizo sufrir demasiado.
―Ya hablaremos de eso, tranquila. Fue suficiente por hoy.
La terapia grupal continuó con Fermín ―estaba allí por alcoholismo― se unió a la clínica por iniciativa propia ya que tenía sus sesiones individuales y de AA, pero se sentía bien compartiendo con otros sus experiencias y así ayudaba a evitar que más personas caigan en ese innecesario infierno.
―Magela, no te vayas, necesito hablar contigo. ―Casi una hora había pasado y todos salían de allí cuando Alejandra la interceptó.
―Te esperamos en el patio trasero ―dijo Oriana, ella solo asintió.
―¿Todo bien, Alejandra?
―Sí, todo bien, ¿y tú?
―Feliz. Al fin Tamara accedió a hablar y Oriana tiene cita con la nutricionista. Todo está marchando según lo planeado.
―Con ellas, ¿y contigo qué? mira... tu mamá me llamó el sábado en la tarde para contarme lo que te ocurrió. ―La expresión de Magela se endureció―. No, no te pongas así, ella se preocupa por ti.
―Lo sé y se lo agradezco, pero no era necesario que te molestara con ese asunto. Fue solo un rato de decaimiento.
―¿Un rato de decaimiento, Magela? ¡Tuvieron que sedarte, por Dios! no puedo decirte que te entiendo porque nunca viví una situación ni siquiera similar a la tuya, pero no puedes seguir así. El trato era que las tres hablaran y se ayudaran entre sí y tú no lo has hecho. Si no hablas ya sea conmigo, con ellas o con cualquiera de mis colegas aquí adentro el trato se termina.
―Pero...
―¡No hay peros que valgan! esto está acabando contigo y no voy a permitirlo. Eres mi responsabilidad así que tú decide, ¿cómo seguimos? ―Con la cabeza gacha y sintiéndose acorralada se frotó en círculos los pulgares uno con el otro en una clara señal de nerviosismo.
―Hablaré con las chicas primero y después contigo, pero quiero sesiones particulares, ¿puede ser? no soportaría hablar de esto frente a todos... por favor ―suplicó con ojos llorosos.
―Está bien, haré una excepción contigo, pero prométeme que la próxima vez que algo así suceda vas a llamarme, no importa el día, ni la hora, ¿de acuerdo?
―De acuerdo, gracias. ―Se dieron un cálido abrazo.
***
―¿Qué tal te fue con la nutricionista? ―preguntó Tamara que arrojaba piedritas al lago.
―Bastante bien. Me envió un plan alimenticio que consiste en varias comidas diarias, pero en pequeñas cantidades para que el organismo las asimile de buena manera y el metabolismo trabaje como es debido, ¿sabían que si pasamos más de dos o tres horas sin comer y luego ingerimos mucho alimento de golpe nuestro sistema se sobrecarga, trabaja mal y genera azúcares que nos hace subir de peso? ―Ambas negaron―. Ella me explicó, dice que el cuerpo humano es como una máquina. Por ejemplo, si en una licuadora pones muchas frutas funcionará lenta y mal, las frutas no quedan bien trituradas, la licuadora comienza a perder contenido al estar saturada y la máquina puede llegar a romperse; en cambio si las colocamos de a poco funcionará bien y hará un excelente trabajo. Bueno, nuestro cuerpo es igual.
―¡Qué bárbaro! ―exclamó Tamara.
―Pues sí, ¿verdad? también me explicó que un adicto puede dejar las drogas, un comprador compulsivo puede aprender a controlarse, un jugador puede dejar el juego... pero nadie puede dejar de comer. Y los bulímicos y anoréxicos debemos aprender a comer sin enfermarnos, a ser equilibrados, a como comer, ¿me explico?
―Claro que sí, nos contenta que vayas a estar bien, nosotras te vamos a ayudar, ¿cierto, Magela?
―¡Por supuesto, vamos a estar contigo!
―Gracias, chicas. ―Sonrió con sinceridad―. Magela, ¿qué tienes? esta mañana llegaste rara, pero luego de la conversación con Alejandra quedaste como ida, ¿estás bien?
―La verdad es que no. ―Suspiró con pesadez―. Creo que hoy me toca a mí contarles porque estoy aquí. Esto va a ser difícil, no lo suelo hablar.
―Tranquila, tómate tu tiempo.
―Bien… ―Respiró profundo, cerró los ojos y evocó fuerzas del mismísimo universo para comenzar a hablar―. Hace más de dos años ―casi tres― me daban la noticia más hermosa y mágica del mundo «vas a ser mamá.» Fue algo inesperado, Bruno y yo nos habíamos casado solo tres meses antes aunque ya vivíamos juntos desde hace tiempo. Por más que nos tomó de sorpresa la alegría nos invadió, para ambos era como completar nuestras vidas, él iba a tener por primera vez una familia de verdad ya que creció en un orfanato, huérfano, y yo tendría una persona más en mi vida por quien luchar. Mi madre y yo siempre estuvimos solitas desde que mi padre falleció, luego llego Bruno y ese bebé era el broche de oro para llenar nuestros corazones de amor y regocijo.
»Las primeras semanas fueron cansonas porque solo quería comer pizza y manzana, todo lo demás me daba asco y dormía como un oso. Al entrar en la decimotercera semana ya comía casi todo aunque el sueño seguía allí. Comprábamos cositas todo el tiempo y mi mamá tejía. En la semana veinte nos dieron la mejor noticia ―la que los tres queríamos oír― «es un varón.» El nombre lo escogimos de inmediato, se llamaba Juan Ignacio como mi papá. Después de eso ya todo lo comprábamos en azul, verde y amarillo, Bruno compraba pelotas y muñecos, le armamos un cuarto hermoso donde dormiría y otro de juegos.
Nachito nació llenando todo de amor y algarabía. Se parecía mucho a mí y tenía el color de ojos de su papá, era un niño muy alegre y risueño, sus sonrisitas traviesas nos enamoraban y cuando empezó a comer fue todo un show. Nunca imaginamos que tanta dicha tendría fecha de vencimiento ―dijo con la voz quebrada―. Cuando tenía ocho meses... él... él... nos dejó.
Bruno se había ido a su trabajo como todas las mañanas y mamá se fue al súper por las compras de la semana, Nacho se había dormido y yo me fui a regar las plantas siempre con el interlocutor a cuestas. Terminé en el jardín, doblé la ropa, mamá me llamó para decirme que demoraría un rato más porque se había encontrado con una amiga que hacía años no veía e irían por un café así que decidí ver un poco de televisión, pero me dormí cerca de una hora. Me desperté sobresaltada y corrí a la habitación de mi chiquito, estaba tan tranquilo, tan en paz... pero no era normal, ya tendría que estar llorando de hambre y con su pañal sucio. Cuando me acerqué a él... no respiraba ―confesó sollozando―. Lo sacudí, le grité, golpeé su espalda, pero nada. Justo en ese momento llegó mi mamá con Aurora ―su amiga― mamá y yo estábamos desesperadas y fue Aurora la que hizo las llamadas. No sé cuánto tiempo pasó, pero esperábamos el parte médico. Bruno ya estaba con nosotras, ninguno de los tres entendía que pasaba, o sí, pero no queríamos asumirlo. «Muerte súbita» nos dijeron. Lo que vino después fue lo más duro, asumir que eso era real, enterrarlo, llegar a casa y ver sus cosas regadas por allí, pero él ya no estaba. Despertar por las noches sintiendo su llanto, pero no era cierto, soñar con sus sonrisas, sus escasas palabras, sus ojitos. Mi vida ya no es vida desde ese instante. Todo fue mi culpa.
―No, Magela, no fue tu culpa. ―Se animó a decir Tamara.
―Todos dicen lo mismo, pero si en lugar de irme a ver televisión lo hubiera ido a despertar para darle su leche...
―Es duro lo que voy a decirte, pero tal vez ya estaba...
―¿Y si no, Tamara?, ¿y si hubiera llegado antes de que pasara?
―El «hubiera» no existe, existe lo que pasó por más triste que sea.
―Tamy tiene razón. Siento mucho lo que pasó con tu hijito, pero no es tu culpa. Vas a salir de esto, nosotras estamos ahora contigo y no te dejaremos.
―Gracias. ―Las tres se abrazaron por largo rato mirando ese río, absorbiendo la paz que les daba.
Desde lejos, Alejandra las observaba pensando en lo fuerte que eran y sabiendo que había tomado la decisión correcta al juntarlas.
Imagen: Julieth Ferrebus.
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Las Tres Marías. [Completa]©
Não FicçãoTres mujeres. Tres vidas que el destino decidió a cruzar. Tres mundos tan distintos como complejos donde abunda en cada uno de ellos diferentes motivos de lucha constante. Ellas no pueden consigo mismas pero siempre están para ayudar a la otra. Est...