14.

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A veces la vida puede ser tan cruel.
Nos da algo, nos ilusiona, nos esperanza... y luego así sin más, nos lo arrebata dejándonos la sensación de un enorme vacío donde hace eco el dolor y la desesperación.
Y es aún peor cuando lo hace de manera tal que nos es inevitable el sentimiento de culpa, pensando en que si no hubiéramos hecho esto o aquello tal vez hubiera sido distinto. Pero, ¿de qué sirve eso? la realidad es que nada nos asegura que las cosas pudieran haber sido diferente, de todas formas es inevitable sentirse culpable porque es parte del combo llamado depresión; y la depresión no es sólo tristeza, es la pérdida de la esperanza, es la sensación de que nada de lo que podamos hacer, decir o sentir, está bien.
Dos semanas habían pasado desde la tragedia y apenas el día después de su accidente le contaron a Magela de lo sucedido con su bebé, sumado a la triste noticia de que ya no podría tener hijos. Fue por demás difícil para ella saber que la historia se repetía y que quedaría otra vez con los brazos llenos de amor de madre y sin tener quien dárselo, Paloma era su nueva fuente de alegría, su alivio, su salida definitiva de esa oscuridad en la que se había visto sumergida por tanto tiempo; su hija era la confirmación de que la vida siempre podía traernos esperanza cuando ya no creemos en ella. Lo extraño era su actitud, Magela estaba demasiado tranquila.
Los médicos habían preparado una decena de medicamentos con la idea de calmar su crisis, lo sorprendente fue cuando la noche en la que supo lo ocurrido se durmió de tanto llorar de tristeza como era de esperarse, mas no entró en el mismo estado de nervios que cuando ocurrió lo de su primer hijo.
Esos quince días fueron bastante complicados para ella, no solo por la pérdida y esos inmensos dolores en su cuerpo y su alma por saber que no volvería a tener hijos, sino también por la lejanía de su marido. Él estaba sin estar, su mirada se perdía largo rato en la nada misma, fuera de la realidad o quizá demasiado sumergido en ella.
Sus amigas le decían que le diera tiempo para procesar todo, que estuviera tranquila, pero sentía que debía hablar con Bruno. 
Ese miércoles le habían traído el almuerzo, Bruno trataba de alimentarla ya que ella no lograba hacerlo por sí misma a causa de los dolores que todavía sentía causados por los golpes de la caída.
―¿Está bien así o prefieres que te lo enfríe un poco más? ―Le preguntó su marido. 
―Así está bien, gracias. ―Tomó con suavidad las tres cucharadas de caldo que él le daba hasta que se decidió a hablar―, Bruno, tenemos que hablar de esto, es doloroso, pero debemos hacerlo ―dijo con suavidad.
―¿Hablar? no estoy listo. ―Colocó la cuchara dentro del plato y se giró evadiendo la mirada de su mujer.
―Pero nos hará bien, amor. ―Acarició su mano.
―No debí irme, no debí dejarte sola. ―Comenzó a llorar de manera desgarrada como si le estuvieran sacando el corazón con una mano.
―Ven aquí ―respondió ella con paciencia, apartó la tablilla de la comida e hizo que su marido se sentara a su lado y recostara la cabeza en su pecho―, a mí también me duele. ―Acarició su cabello―, y también pienso que si en lugar de haberme levantado hubiera llamado a las chicas esto no hubiera pasado. ―Sus lágrimas se escaparon―. Pero por favor, no caigamos en eso, no otra vez, ambos estamos sufriendo y solo nos tenemos el uno al otro para consolarnos.
―Pero es que...
―Pero es que nada, mírame ―le ordenó tomando entre sus dedos la barbilla de Nico―. Fue un accidente y los accidentes son eso, accidentes, si hubieran culpables dejarían de serlo porque ya habría involucrada una intención y no fue así, ni de tu parte ni de la mía.
―¿No estás enfadada conmigo por haberme ido? ―preguntó como un niño a su mamá.
―No, mi amor, ¿cómo se te ocurre? ahora vendrán momentos muy duros para los dos, debemos mantenernos unidos y no dejarnos caer.
―No sé si pueda, no voy a poder. ―Negó con la cabeza―. Fue mi culpa.
Bruno se puso de pie y salió de allí ofuscado, invadido por el inmenso dolor que todo eso le producía, dejándose guiar por ese sentimiento de culpa que lo enceguecía por completo y lleno de odio a sí mismo. Quería herirse, quería sentir su piel desgarrarse como le estaba sucediendo a cada parte de su interior, deseaba evocar las fuerzas más poderosas para que se lo llevaran junto a sus pequeños. Anhelaba morir.
Vagó durante horas por la calle hasta que más tarde fue a su casa, tomó los regalos y la ropa que tenían para su niña y lloró abrazado a todo aquello. Aún no tenía un lugar físico a donde ir a llorar a su chiquita, así que esa era su única manera por el momento. 
Magela en la clínica se había quedado nerviosa y preocupada, les contaba a sus amigas lo ocurrido. La doctora Alejandra también estaba allí ya que también a ella la llamó, su madre estaba en la capilla rezando y así también le daba a su hija el espacio que necesitaba para hablar con sus amigas. 
―Me siento tan impotente ―le decía a las tres mujeres que la escuchaban con atención―. Intenté hacerlo entrar en razón, pero fue inútil, se siente culpable, está todo el tiempo ajeno a la realidad y para ser sincera tengo miedo de que cometa una locura.
―No te atormentes ―dijo Tamara―. En unos días te dan de alta, cuando estés en casa va a estar mejor.
―Pero todavía falta lo más difícil ―añadió―, tenemos que... que enterrarla. ―La última palabra la dijo en un hilo de voz, cerró con fuerza sus ojos y lágrimas brotaron de ellos.  
―Magela… ―Alejandra habló―, esto que voy a decirte es un tanto complicado y créeme que no lo hago con la intención de preocuparte, solo... ―Suspiró―. Los roles se están invirtiendo ahora mismo, él está tomando tu lugar y tú el suyo, esa culpa que Bruno siente por dentro es la misma que tú sentiste cuando pasó lo de tu hijo y él trataba de hacerte entrar en razón, que entendieras que no fue tu culpa, pero ahora es al revés.
―¿Qué me quieres decir? ―preguntó aun sabiendo la res-puesta.
―Que esta vez te tocará a ti ayudarlo a salir adelante para que no caiga como lo hiciste tú. Esta vez te toca ser la fuerte.
―¿Cómo se supone que haga eso? estoy muriendo por dentro ¡Yo también perdí a mi hija!
―Lo sé, Magela ―dijo la doctora acercándose a ella para tomarle sus manos entre las suyas―. Piensa en que si Bruno pudo hacerlo por ti, tú también podrás hacerlo por todo ese amor que le tienes. Ahora mismo tú eres la más fuerte de los dos.
―No sé de donde sacaré fuerzas para ambos si estoy a punto de volver a perderme yo también, ¿saben? ―Sintió la necesidad de hacer una confesión―. Desde que me enteré del embarazo, mi plan era fingir que estaba mejorando mientras me dejaba consumir por dentro, mi hija era mi renacer y la perdí.
―¡Ay, amiga! ―exclamó Tamara acercándose a ella junto con Oriana para abrazarla.
―No será fácil, Magela, pero ustedes deberán aprender a ser solidarios el uno con el otro, a ser compañeros, a darse apoyo incondicional. Y lo más importante es que no lo dejes sólo porque él a ti jamás te abandonó, y no te lo digo como psicóloga, te lo digo como amiga.
Al llegar a la casa, Magela se encontraba mejor físicamente, sus lesiones sanaban con rapidez al igual que sus huesos, pero en su interior se encontraba derrumbada no sólo porque acababa de enterrar por segunda vez todos sus sueños, todo su amor, toda esa capacidad para dejarse envolver por lo más bello de la vida; sino también por su marido.
Su caída precipitada a la depresión era imparable: no comía, no se duchaba, no hablaba... sólo lloraba y se echaba la culpa de lo sucedido. Nicolás como su amigo y psicólogo trató de hablarle, de hacerle entender que las cosas no eran así; fue en vano como todos los intentos de su esposa.
Todo se ponía cada vez peor y con el paso de las semanas en lugar de mejorar, empeoraba.
―Les juro que ya no sé qué hacer, chicas ―les decía Magela a sus amigas una tarde sentadas bajo un árbol en una plaza―. He hecho todo lo que Alejandra y Nico me han recomendado, pero está hundido. La mayoría de las veces ni siquiera quiere tomar la medicación y tengo que obligarlo a que lo haga, me siento como su mamá al tener que verificar que en realidad la traga y no la esconde bajo la lengua como lo hacía yo.
―Mage, voy a decirte algo y espero no te lo tomes a mal ―dijo Oriana―. Yo entiendo que lo quieres ver mejor, que deseas que recapacite y que entienda que nada fue su culpa, pero lo estás presionando demasiado. Poco más y lo arrastras para obligarlo y no creo que sea la manera, tú mejor que nadie sabes lo largo que puede ser este proceso y lo doloroso que es sumarle la culpa al dolor, deberías darle un poco más de tiempo y no estar tan encima suyo.
―No estoy de acuerdo ―respondió Tamara―. Si ella no lo trata así, si no lo obliga a levantar cabeza, Bruno va a seguir encerrado en sí mismo, hundiéndose de tal manera que va a ser imposible sacarlo adelante después. Y es justo porque ella sabe lo difícil que es que debe evitar que sea peor.
―Mejor cambiemos de tema, por favor ―les rogó Magela, necesitaba pensar en otra cosa aunque fuera por un rato―. Ori, ¿cómo vas con el viaje de Alexia?
―La verdad, bien. La extraño mucho aunque hablamos a diario y también día por medio tenemos video llamadas. Las dos somos conscientes de que esto es por nuestro futuro y yo la apoyo porque se trata de sus sueños, el tiempo pasa rápido y cuando menos nos demos cuenta va a estar de regreso y comenzaremos a planear la boda ―dijo ruborizándose.
―Bueno, yo también debo contarles algo ―dijo Tamara―. Nico quiere que vivamos juntos.
―Dime que aceptaste ―la amenazó Oriana.
―Sí, solo quedamos en esperar a que Mía cumpla su mayoría se edad para que ella decida si viene con nosotros o prefiere quedarse en el apartamento.
―Creo que todos sabemos muy bien que es lo que Mía va a preferir.
―Pues sí, ¿verdad? ―Las tres rieron.
―Qué bien ―añadió Magela y las tomó de las manos―. Me alegra mucho que ustedes, mis amigas del alma, estén tan bien y tengan un futuro prometedor y lleno de cosas buenas.
―Tu futuro también será maravilloso y allí estaremos nosotras para verlo ―agregó Tamara―. Las tres seremos muy felices.  

Imagen: Sonia Pagoaga

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Imagen: Sonia Pagoaga.

 Las Tres Marías. [Completa]© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora