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Para ese momento ya no eran un simple trío de conocidas y se habían convertido en confidentes, cada una de ellas era muy consciente de que las otras dos la conocían aún más que a sí mismas. Por más que no todo fue revelado lo que allí se habló fue suficiente para un inicio exitoso de lo que sea que fuera eso.
Después de más de dos horas de charla y unas cuantas lágrimas, retornaron a paso lento y pesado al encuentro de sus compañeros y el personal que cumplía turno, Alejandra no estaría de regreso hasta la mañana siguiente aunque eso no era algo que las alarmara.
Cenaron en un profundo silencio, el resto parloteaba de cosas sin sentido, ellas solo observaban.
Un rato después cuando ya descansaban en sus respectivas camas, sus mentes comenzaron a viajar de forma inevitable hacia esa tarde tan peculiar que pasaron, por primera vez en mucho tiempo fueron sinceras, reales y humanas. Ahí dejaron después de días, meses y hasta años de lucha, sentimientos expuestos en un buen porcentaje ante los atentos ojos de alguien más.
―Lo hago desde los dieciséis años. ―Confesó Oriana―. Todo empezó cuando un chico con el que salía y del que estaba enamorada como una loca me dejó por Luisa ―su peor enemiga― ella y yo éramos de bandos diferentes, Luisa era la típica chica popular con quien todos los chicos sueñan, por la que todos suspiraban, rodeada de amiguitas igual de superficiales que ella, siempre egoísta, altanera, le gustaba humillar y disfrutaba pisotear a los más débiles. De ahí nuestra rivalidad ya que yo defendía a los que ella atacaba, la acusaba con los profesores y varias veces nos agarramos de los pelos fuera de clases. Un día que parecía ser normal fui al parque del colegio a buscar a mi mejor amiga ya que no la encontraba, cuando llegué a la parte trasera vi algo que me partió el alma en dos, el chico que me gustaba ―su novio que se suponía la amaba― estaba besándose con mi peor enemiga de una manera voraz como si su vida dependiera de ello, recorría con sus manos los muslos de ella por debajo de la falda mientras Luisa a horcajadas le tiraba el pelo de su nuca sin ninguna suavidad. ―Recordarlo era como volver a vivirlo―. Todo era un claro indicio de confianza, ese no era su primer beso, su posición y sus movimientos dejaban en claro que habían hecho más que solo besarse. Invadida por la furia y la desesperación me acerqué a ellos y comencé a reclamarles, ellos solo se burlaron, se rieron de mí, de mi llanto, de mi dolor... « ¿De verdad creíste que podía enamorarme de ti? ¡Mírate, eres una mediocre, siempre lloriqueando por los demás o deprimida porque tus papis no te hacen caso! ¿Qué esperabas de mí si ni ellos te quieren?, ¿y sabes por qué? porque eres gorda, una gorda cerda, rechoncha, una ballena, una vaca preñada, gorda como un mamut ¡Goooorrrdaaa, nadie nunca se fijará en ti! ». Esas... esas fueron sus palabras, cada cosa que me decía era un puñal en el corazón, y no era solo por lo que decía sino porque sus palabras destilaban asco, repugnancia, desprecio.
»Luego de eso todos comenzaron a llamarme «la vaquita Oriana», «gordinflona», «orca», «sebosa» y de mil maneras más. Les pedí a mis padres que me cambiaran de colegio, pero no me hicieron caso.
Ya no asistía a fiestas, cumpleaños, ningún evento social, con todo me sentía gordísima. Me dijeron tantas veces que lo era que terminé por creerlo. Empecé a comer menos y cuando lo hacía me provocaba el vómito para eliminar las grasas o al menos eso creía yo, luego de unos meses comencé con el ejercicio como loca, tomé purgantes y pasé días sin comer, varias veces me desmayé por eso y los médicos decían que estaba mal alimentada y dejaban dietas para mí; claro que nos las cumplí. Mis padres no se enteraban de nada y la gente que trabaja en la casa no pudo obligarme a cumplir las indicaciones. Hace unos seis meses la cosa empeoró, comencé a vomitar sangre y ahí sí me asusté, me di cuenta de que eso no estaba bien. Traté de empezar una vida normal por mi cuenta y no pude, mi organismo está dañado ya, tomaba agua y no la asimilaba, vomitaba sin provocármelo. Así que, ya por completo aterrada busqué a mi mamá para pedir ayuda, cuando le dieron mi diagnóstico y le dijeron los riesgos creí que me ayudaría, realmente se veía conmovida, pero cuando estuvimos en casa solo fue capaz de decirme que eran caprichos para llamar la atención. Ya no tenía fuerzas para discutir y me dejó sola, como siempre. Unos días antes de internarme aquí, ella supo algo más acerca de mí, no importa qué, ella me golpeó e insultó y aquí terminé. Desde entonces solo la he visto dos veces y ha sido un infierno, hace tres semanas se fue de viaje a un crucero con sus "amigas" ¡Increíble! a mí me dejó a cargo de sus empleados de confianza, José y Rita.
―¿Y tú papá? ―Al fin preguntó Magela entre lágrimas, muy conmovida por el relato de la jovencita.
―A él le importa poco si estoy internada aquí mientras que sus amigos crean que estoy de vacaciones en Europa y no en un manicomio o en prisión por robar ―confesó con una amarga sonrisa.
Oriana reconocía que le había hecho muy bien hablar, contarles a esas mujeres parte del infierno que le había tocado vivir era sanador, por alguna extraña razón le agradaba. Al día siguiente pediría que la cambiaran de habitación para así dormir con ellas, ya no quería estar sola, su compañera de cuarto era una chica bastante simpática, pero no tenían nada de comunicación.
Se entregó a los brazos de Morfeo, sintiendo por primera vez en mucho tiempo que no estaba sola en el mundo.
―Para ser sincera yo no soy de hablar, suelo guardarme las cosas, aguantar mis angustias sola, no me gusta que... que sientan lástima o compasión por mí. Pero bueno, esto es diferente, estoy aquí obligada por mis padres aunque la principal ideóloga de esto es mi madre. Y la mayor, aunque no la única razón para estar inter-nada aquí es la relación que tengo con mi hija.
Luego de un largo silencio, Magela habló al darse cuenta que si no le preguntaba no diría nada por si sola.
―¿Tienes una mala relación con tu hija?
―Si tuviera una mala relación con ella sería todo más sencillo. ―Suspiró―. No tengo relación con ella, Mía es producto de una mala experiencia, yo no quería tenerla, pero mis padres no me permitieron abortar ni darla en adopción. Verla crecer fue como ver también crecer mi rabia, mi ira, mi dolor... en el fondo sé que no es su culpa que yo haya hecho todo mal, pero no puedo evitar pensar que me arruinó la vida. Ella cuando era niña lloraba pidiéndome que la abrazara, que le contara un cuento o que jugara con ella, nunca pude. Cuando cumplió once años dejó de llamarme mamá y lejos de afectarme me hizo sentir un enorme alivio. Mi madre me internó aquí porque según ella debo reencontrarme conmigo, per-donarme y empezar a quererme para después poder querer a alguien más, ¿ilógico, no? que ese alguien sea mi propia hija y que no sé amarla por sobre todas las cosas.
―Tamara, entiendo lo que dices y que todo es a raíz de la mala relación con el padre de Mía, pero, ¿eso es razón suficiente para no quererla?, ¿tanto te hizo sufrir ese hombre?
―Pues sí, Oriana, me hizo sufrir mucho y no quería más nada de él, pero el destino me jugó una mala pasada.
―¿En qué tanto piensas, Tamy? ―Ésta se sobresaltó.
―Nada, solo... pensaba en nuestra charla de hoy, me hizo muy bien hablar con ustedes. Como les dije, no soy de hablar de mis cosas, pero contigo y con la chiqui me siento bien y no invadida como otras tantas veces me ha pasado.
―Me alegra mucho saberlo, pero no olvides el trato, tendrán que comenzar a hablar en las sesiones.
―Claro, espero poder hacerlo.
―Sí podrás, estoy segura. Y pronto las tres saldremos de aquí y este lugar pasará a ser solo un recuerdo más.
―¡Eres un sol, Magela!
―No, no lo soy, el único sol aquí es Alejandra por permitirnos estas charlas tan poco convencionales y fuera de todo plan y régimen psicológico.
―Lo sé, lo sé, pero si tú no hubieras aceptado...
―Ya no importa, lo único importante ahora es salir adelante.
―De acuerdo. Oye, ¿tú no nos contaste por qué motivo estás aquí? ¡Eso es trampa! ―Ambas rieron ante el fingido enojo de Tamara.
―Ya se los contaré. Ahora a dormir porque si no mañana nadie nos podrá poner en pie.
Pasaron los días y el viernes llegó. Cada una volvió a su realidad, solo que ahora tenían una razón por la cual querer volver el lunes siguiente: ver a sus nuevas amigas. Oriana pidió que la cambiaran de habitación después de que las chicas se mostraron encantadas con la idea, Alejandra les dio autorización y se veía satisfecha por los buenos resultados de aquella primera, y por el momento, única charla. Ya el lunes, Tamara hablaría y sabrían qué decidía la doctora sobre seguir o no, si la respuesta era negativa al menos las tres habían hecho buena mancuerna y no se sentirían tan mal ni solas.
―Magela, amor, ¿qué te pasa? ―Bruno trataba de consolar-la mientras lloraba de manera incontrolable―. Mi vida, si no me dices que te ocurre no puedo ayudarte.
―Es... es que... no... no... ―El llanto volvía.
―Quédate aquí, te traeré un vaso con agua. ―Al llegar a la cocina se encontró con su suegra que llegaba de hacer las compras.
―¿Y esa cara, hijo?, ¿qué ocurre?
―Magela tiene una crisis ―respondió desesperado masajeando su sien.
―¿Pero, por qué? si llegó tan bien...
―No lo sé, no me lo ha dicho. Voy a llevarle un vaso con agua y azúcar, usted llame al doctor, por favor.
―Claro que sí, hijo. ―Y fue lo que hizo con los ojos llenos de lágrimas. Ver a su hija ―a su única hija― en ese estado y sufriendo tanto era algo que le consumía el alma.
Más de quince horas pasaron hasta que Magela despertó.
―¿Bruno?
―Aquí estoy, mi vida, ¿cómo te sientes?
―Como si hubiera dormido una eternidad.
―Bueno, dormiste más de quince horas.
―¿Qué?, ¿cómo?, ¿qué hora es?
―Son las seis de la mañana. Entraste en crisis y el médico tuvo que aplicarte un sedante.
―Sí, ya recuerdo, ¿y tú no has dormido?
―Sí, dormí algo. No te preocupes, estoy bien, pero tú no, ¿quieres contarme que fue lo que te puso así?
―Cuando venía a la casa pasé por la confitería a comprar unos alfajores que se me antojaron cuando los vi en exhibición, entre a pedirlos y... y vi a una muchacha. ―Las lágrimas escaparon de sus ojos aunque por efecto del sedante estaba tranquila―. Iba con su marido a retirar el pastel de cumpleaños para su hijo, cumple un añito y no pude evitar pensar... que nuestro Nachito no llegó a cumplir su primer añito, no tuvo ninguna fiesta. Ni de cumpleaños, ni de bautismo, nada. Y todo por mi culpa.
―¿Cuántas veces lo hablamos ya? ¡No fue tu culpa! ―Ambos lloraron abrazados y perdidos en el recuerdo de la sonrisa de su pequeño hijo―. Pasó y ya, estabas con él, pero si hubiera estado yo o tu mamá tampoco hubiéramos podido evitarlo, lo sabes.
―Eso no es consuelo.
―No, no lo es, es una razón para que no te culpes. ¿Crees que Nacho está tranquilo allí arriba viendo que su mamá sufre y se echa la culpa de algo que no le corresponde?
―Pero no lo puedo evitar...
―Mírame, Magela. ―Ella así lo hizo, él le diría por enésima vez lo mismo―. Nacho está feliz en un lugar mucho mejor que este, él está con otros angelitos bailando y cantando en el paraíso. Claro que no lo olvidaremos, claro que lo vamos a extrañar y a necesitar siempre, pero dejemos que su alma sea feliz allí, la única manera de lograrlo es recordando las cosas buenas que vivimos con él. Recuerda sus sonrisas, sus travesuras, su vocecita diciendo «mamá», «papá» y «babu». Recordemos lo feliz que nos hizo y lo hicimos.
―Gracias por estar aquí.
―Sabes que te amo y jamás te dejaré.
Ella lo besó con ternura y necesidad, él le correspondió de la misma manera. Se dejaron llevar por el inmenso amor que se tenían, sintiéndose, oliéndose, probándose. Permitieron demostrarse cuanto se necesitaban y todo lo que el otro en ellos despertaba, porque para él, el cuerpo de su mujer era su casa, su hogar, su sitio preferido, su delirio. Y para ella sentirlo allí a su lado era su perdición, su único motivo, su razón para querer seguir viviendo un poco más.

 Y para ella sentirlo allí a su lado era su perdición, su único motivo, su razón para querer seguir viviendo un poco más

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Imagen: Araceli Samudio.

 Las Tres Marías. [Completa]© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora