Caminamos por las calles vacías. Las casas se suceden a ambos lados de la carretera, iluminadas por las farolas. A un momento llevo en la mano mi cazadora de cuero, y al otro Abbie me la ha quitado. La coge por un extremo y empieza a darle vueltas como una hélice.
—Veo que te lo estás pasando de maravilla —asiente sonriendo.
Y, en un abrir y cerrar de ojos, la cazadora ya no está en su mano. La vemos volar hasta caer en el jardín de la casa a nuestra derecha.
Genial.
Me mira con las mejillas sonrosadas. Alzo una ceja en mi cara seria, para que sepa que no estoy muy feliz con la situación. Me rindo y voy hasta la verja, pero una bombilla se enciende en mi cabeza.
—Abigail, vamos.
—¿Qué? No voy a meterme en el jardín de a saber quién.
—Vale. Entonces llamaré a mi chaqueta de 300 dólares para que vuelva volando —rueda los ojos.
—No estoy para sarcasmos.
—No estoy para respetar las leyes.
Sigue mirándome, desafiante. Corro hacia ella y la pongo sobre mi hombro. Acto seguido, la paso por encima de la verja. Se queda ahí arriba, mirándome asustada.
—¡William, bájame de aquí! —susurra.
Sonrío y me subo con ella a la verja.
—Venga ya, no me digas que nunca has hecho algo así.
—¿El qué? ¿Ser una delincuente? —me acerco peligrosamente a su cara.
—Tener un problema. Uno cuya solución implica romper una norma o dos. Y solucionarlo igualmente. Disfrutar en el proceso.
—No podría disfrutar en la cárcel —dice con los dientes apretados.
Me río en silencio.
—Como máximo te pondrían una multa. No te preocupes. Yo invito —y me dejo caer al otro lado.
El jardín ha crecido salvajemente y la hierba me llega por la cadera. Hay plantas más altas que yo. Bueno, se ve que a alguien no le gusta la jardinería.
—¡Abigail, baja!
—¡No!
Doy un resoplido exasperado y tiro de su pie, haciendo que pierda el equilibrio. Le sonrío cuando cae en mis brazos.
—Bienvenida a la selva.
La dejo en el suelo y se da la vuelta, enfurruñada.
—Vete a la mierda.
—¡Oh, no! —mira a su alrededor, asustada. Tiro de ella hacia el suelo.
—¿Qué pasa?
—¡Un león! —se da con la mano en la cara.
—¡William!
—¡Está viniendo hacia aquí!
—Pero no hay leones en la selva —la miro.
—Pues ya me dirás cómo demonios ha llegado este hasta aquí.
Ella sonríe; yo gano.
Señalo mi chaqueta. Cerca, hay un árbol junto al que esconderse.
—No vamos a llegar. El león está demasiado cerca.
—Nos da tiempo. Vamos.
Tiro de su mano y corremos por el jardín como si hubiera un león de verdad. Nos tiramos al suelo y rodamos hasta el árbol. Apoya la espalda contra el tronco y mira hacia el arbusto del que venimos.
—¿Cómo se supone que vamos a volver?
—Eso da igual. Céntrate.
Salimos del abrigo del árbol y nos arrastramos por el suelo hasta llegar a la chaqueta. La levanta, triunfal.
—¡La tengo!
Y de pronto, oímos un gruñido. Ella me mira asustada, sin saber muy bien qué está pasando.
—¿William?
Niego con la cabeza.
—No he sido yo.
Escudriño la oscuridad a mi alrededor hasta que lo veo. Un pastor alemán nos enseña los dientes a unos pocos metros.
—¡Corre!
El perro sale disparado detrás de nosotros. Llegamos a la verja y alzo a Abbie por encima de ella. La oigo caer al suelo y escalo la valla mientras el perro comienza a ladrarme. Salto a la calle junto a Abbie cuando las luces de la casa se encienden. Corremos como alma que lleva el diablo, atravesando las calles hasta regresar al parque.
Se deja caer en el césped, con la chaqueta a su lado. Cierra los ojos.
Por favor, no llores.
Sus carcajadas llenan el aire invernal, y las lágrimas caen de sus ojos al mismo tiempo que se agarra el abdomen.
Sonrío. Una sonrisa amplia, hasta las orejas. Porque esto es lo que hacen los amigos.
Hacen reír a los demás.
Y les sonríen cuando lo logran, aunque se les esté rompiendo el corazón.
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admire
Teen FictionEs en una noche de invierno, fría y corriente, en la que puede cambiar la vida de dos personas para siempre. live #1.5