11 de diciembre, 23:11

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—¡Theodore, maldita sea, ábreme!

Mi primo abre la puerta y me mira con esa fría mirada suya.

—¿Qué demonios quieres?

Lo aparto y entro en su apartamento de soltero. Me percato de la nueva alfombra blanca que reposa en el suelo del salón.

—Ah, finalmente seguiste mi consejo.

—William Senford, más te vale no haber venido hasta aquí a las once de la noche sólo para ver mi alfombra.

—Oh vamos, tío —me dejo caer en su sofá. Demonios. Es realmente incómodo—. Sabes que tengo mejores cosas que hacer.

—¿Entonces?

Lo señalo.

—Tú, yo, y unas cuantas cervezas —alza una ceja—. Vamos, Theo. No estaré en la ciudad mucho tiempo. Quiero emborracharme con mi primo favorito antes de coger un avión mañana por la tarde.

—Will, llevo todo el día en el trabajo y...

—¿Y qué? Tú te vines conmigo al bar aunque tenga que sacarte de aquí cogido de no quieres saber dónde. No juegues con mi paciencia.

—Hay una pistola en mi armario...

—Bien por ti. En el mío hay...

—Y si no fueras de la familia te mataría con ella.

Alzo las manos.

—Guau, no hace falta que lleguemos a esos extremos.

Me examina detenidamente, pero ya sé que lo he convencido. Un cuarto de hora más tarde, nos encontramos ante la puerta del bar.

—¿Puedes repetirme por qué estoy aquí?

—Theo, hace siglos que no nos vemos. Te he echado de menos.

Rueda los ojos, pero me da una palmada en la espalda.

—Venga, entremos.

Y al entrar y recorrer la multitud con la mirada, freno de golpe y no puedo seguir caminando.

—¿Will? —hay determinación filtrándose en la voz de Theo, preparándose para atacar si hiciera falta.

—Yo...

Oh vamos William, me digo. No seas tonto, es imposible que sea ella.

Y justo cuando comienzo a relajarme, ella se gira y puedo ver sus ojos.

—Oh Dios, Theo...

—¿Qué pasa? —me mira aparentemente tranquilo, pero sé que está bullendo de actividad por dentro.

—Es ella. Es ella. Mierda. Es la chica de mis sueños.

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