Se levanta y camina despacio hasta los columpios. Hay un momento de vacilación antes de que empiece a columpiarse. La veo levantar los pies, hacia arriba, hacia la inmensidad de la noche. Está sonriendo, y eso me hace más feliz de lo que debería.Corro hasta ella y me siento en el columpio de al lado. Segundos después, el aire frío me da en la cara. Hacía siglos que no me columpiaba, y había olvidado lo extrañamente divertido que era. Sólo moverse con la preocupación de tocar el cielo.
Ella para y yo también lo hago. La noche se vuelve quieta y silenciosa, a la espera de sus palabras.
—No quiero hacer daño a nadie.
—No le haces daño a nadie —me mira y me obligo a pronunciar las palabras que he estado repitiendo en mi cabeza—. Sólo somos amigos. Los amigos salen por la noche, miran las estrellas y se cuelan en jardines.
—Los amigos no quieren besarse.
La noche se vuelve tan silenciosa que no soy siquiera capaz de escuchar mis pensamientos para crear una frase racional.
—Bueno, eso es verdad. Menos mal que nosotros no queremos besarnos.
—Tú y yo queremos besarnos.
—¿Desde cuando eres tan insolente?
—¿Desde cuando eres tan correcto?
—Estás prometida —ella mira los árboles durante unos segundos eternos.
—¿Y qué pasaría si te quisiera más a ti que a él?
—Entonces tendríamos un problema.
—William, le quiero. Pero no quiero vivir arrepintiéndome de las decisiones que tomé en el pasado.
Alguien debería decirle a mi corazón que pare porque no hay ningún maratón que correr. Va cuesta abajo y sin frenos. Si sigue así, se va a chocar contra algo.
Abigail se levanta del columpio. Su silueta se recorta contra la luz de la farola. La veo sentarse en un banco y mirar el cielo. Yo también lo hago.
Las estrellas parecen menos brillantes ahora que hay lágrimas en mis ojos. Hace tiempo que dejé de creer en los cuentos de hadas, pero aún albergaba la esperanza de un final feliz. Un momento en especial de mi infancia acude a mi mente.
Cuando no era más que un crío, mi perro falleció. Amaba a aquel perro, pero un día un conductor despistado lo atropelló. En aquel momento, me entristecí tanto que tuve que buscar refugio en la vida y la eternidad. Tiempo después, al llegar a la adolescencia, encontré la música como vía de escape, y con ella, el concepto de leyenda, que encajaba a la perfección con mi obsesiva búsqueda de la perpetuidad.
Una cálida tarde de verano, encontré una pared llena de ideas y pensamientos escritos sobre el hormigón. Abandonados en una roca, había varios bolígrafos, y tomé uno para expresar mi ideología sobre aquellos ladrillos.
Meses más tarde, casualmente encontré mi camino de vuelta al muro. Ubiqué rápidamente mi caligrafía descuidada, y a su lado, había una gran flecha negra. Me acerqué curioso, sin poder contener la emoción de, quizás, haber encontrado un compañero de razonamiento. Pero me sentí terriblemente decepcionado al encontrarme con una escritura pulcra que rebatía todos mis pensamientos.
"Los héroes mueren, las leyendas mueren, y nosotros también lo hacemos. Nada dura para siempre"
Y allí, en una tarde normal y corriente, los pilares de mi creencia se desmoronaron, haciendo palpable al corta duración de la vida, y dejando como única certeza que lo único que no muere es, precisamente, la muerte.
Esta noche bajé la guardia sin darme cuenta, y olvidé que la esperanza es uno de los mayores males del mundo, y que la eternidad, duración que no tiene principio ni fin, no existe. Y los finales felices, como residen en el pensamiento de las personas como algo que no tiene fin, en consecuencia de lo que acabo de decir, tampoco existen.
Y sí, sé que hice una promesa. Sé que prometí no volver a pensar en ella de esa manera, pero maldita sea, no soy bueno con las promesas y todos sabemos que ni siquiera empecé a cumplirla.
Miro al frente y veo que el banco está vacío.
Suspiro.
La noche vuelve a la vida mientras camino de vuelta a casa.
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admire
Teen FictionEs en una noche de invierno, fría y corriente, en la que puede cambiar la vida de dos personas para siempre. live #1.5