12 de diciembre

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Abigail

A ti, que estás leyendo esto.

Necesito hacerte una pregunta seria.

A ver. Imagina.

Tienes unos... quince o dieciseis años. Sin saber por qué, empiezas a soñar siempre lo mismo. Semana tras semana. Se lo comentas a tus padres y te llevan a especialistas, pero nadie sabe decirte qué significan esos sueños. Alrededor de un año después de su aparición, te rindes; ya no buscas una razón.

En ese sueño hay varios chicos. Quizás sean tres los más importantes en esto. Uno se llama Ray. No lo conoces en la vida real, como es lógico, pero te cae bien. Otro, Tyler, es ese típico vecino insufrible.

Por último, William. William Senford. Es un tipo antipático y cascarrabias al principio, pero en pocos segundos se vuelve amable contigo. O vamos, todo lo amable que puede ser. Senford es ese tipo de chico que te hace sonrojar cada vez que le miras. El que te hace sentir segura. Pero claro, no existe porque todo es un sueño.

Cuál sería tu sorpresa cuando llegas a la universidad y conoces a Ray y a Tyler. Así que, secretamente, alergas la esperanza de que William también exista. Pero, un par de años después de conocerle, Ray, tu mejor amigo, te pide salir con él. Y aceptas, porque es Ray, ese chico que conoces desde primero, que es genial y siempre te hace reír.

Y también, porque, bueno, crees que ya es suficiente de estar enamorada de chicos imaginarios. Así que decides olvidar a William, y aunque será difícil, porque no puedes controlar tus sueños, más o menos parece que lo logras. Y el sueño cambia; al final, William se vuelve loco y te mata. Pero te da igual, porque ahora vives con Ray, y sabes que te despertará y te abrazará, envolviéndote con sus fuertes brazos y ese olor a jabón que tanto te gusta.

Durante ese tiempo, los recuerdos de William tratarán de llegar a tu cabeza, pero tú los empujarás a otro lado intentando evitarlos, aunque los eches de menos porque de un modo u otro te hacían sentir bien.

Por lo demás, todo va viento en popa. Dios mío, Ray te ha pedido matrimonio, y aceptas. Es genial. Comprometidos y enamorados. Sólo que hay algo en lo más profundo de tu subconsciente que no te deja dormir bien, y tú sólo puedes pensar en patear los pensamientos que no quieres en tu cabeza bien lejos.

Hasta que un día, estás en medio de clase, y vienen a tu cabeza sus ojos azules y lo feliz y segura que te sentías a su lado. Pero, inmediatamente, empujarás todo eso fuera y lo olvidarás.

Porque, oye, Ray te quiere, y tú le quieres, y eso es lo único que sabes con seguridad en tu vida. Y lo mejor de todo. Estás cómoda a su alrededor. Eres tú misma. Nada de sentimientos complicados.

Y eres feliz.

Desgraciadamente, todo lo bueno es efímero, y un día ocurre algo. Algo tonto.

Algo como acompañar, a regañadientes, a una amiga a tomar unas copas, y que un chico guapo, con ojos de peluche, os diga que su primo quiere conoceros y aceptéis.

Algo como darte la vuelta y encontrarte directamente con esos ojos que pensaste que no verías jamás en la vida real. Y como que el mero hecho de que su cuerpo esté a centímetros del tuyo, de un modo u otro, te reconforta. No sabes cómo. Sólo dejas de pensar por un momento. Ni siquiera te das cuenta de ello. Sólo vuelves a comportarte como un ser racional cuando él se aparta y tú... Tú no sabes cómo te sientes. Pero puedo asegurarte que no parece bueno.

Y sólo eres capaz de quedarte ahí atascada y rebuscar en los cajones de tu mente todos esos recuerdos y esperanzas que desechaste, y abrazarlos muy fuerte.

Pero no puedes hacerlo. Porque estás prometida a tu mejor amigo y no puedes, no quieres, hacerle daño.

Así que, cuando estás con William, sólo te queda la opción de ser la amiga enamorada de otro, aunque te mueras de ganas de besarle y tu corazón esté doliéndote en el pecho.

Bien. ¿Crees que te has colocado en situación?

¿Sí?

Pues ahí va mi pregunta. No respondas a la ligera, porque esto no es un juego o una broma.

¿Qué harías?

Porque ahora mismo, ninguna de tus opciones evitan que las personas que más quieres acaben destrozadas.

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