VIII

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-¿Te marchas?

Sueno suplicante y dulce. Además de sorprendida. Luis gira su cabeza hacia su hombro derecho, confuso.

-¿Esperabas una fiesta de pijamas? Lo siento, no he traído mi osito.

-Pero mi casa está... está destrozada.

-Haberlo pensado mejor cuando rechazaste venir conmigo. -¿Qué? -Buenas noches, pequeña.

Se gira sin decir nada más y camina hacia la puerta.

-Luis -sigue andando, impasible -¡Luis!

Desaparece lentamente en la oscuridad de la noche y siento algo extraño y confuso en lo más profundo de mi ser.
Quiero gritarle, por ser tan estúpido, tan arrogante, tan... irritante. Pero a la misma vez, quiero sentirlo cerca de mí, seguir escuchando los latidos de su corazón, poder contemplar eternamente esos ojos grises...

-Déjalo, es un payaso.

Dice Alejandro de repente. Ni siquiera recordaba que estaba aquí, que había venido hasta aquí con nosotros.

-Deberías volver a casa, es tarde...

-¿Y qué vas a hacer? ¿Quedarte en este caos?

-Me las apañaré. Tranquilo, estaré bien.

Acompaño a Alejandro hacia la salida. Pasamos sobre las flores que trajo para mí... sé que estaba a punto de invitarme al baile.
Justo al llegar al umbral, flexiona lentamente sus rodillas y arquea su espalda con suavidad. Sostiene entre sus manos la única flor que no está magullada, pisoteada. Lo contemplo atónita, ¿Qué está haciendo?
Se incorpora y me mira muy serio, con la florecilla entre sus manos. Sé que está nervioso, puedo olerlo, y siento su corazón desbocado.

-Isis... yo... yo quería... -titubea, incapaz de encontrar las palabras exactas -¿Tienes pareja para el baile?

Pregunta sin más.
No puedo evitar sonreír, no puedo creer que lo haya hecho.

-Alejandro...

-Mira, es una buena forma de olvidar todo esto. Puedes olvidar tus problemas durante un momento y pasar la noche conmigo, tu... tu mejor amigo. Cuando vuelvas a casa tus problemas van a seguir ahí.

-Habrá luna llena, Alejandro. -Frunce el ceño y suspira -Temo perder el control, hacerte daño.

-No vas a hacerme daño, sé que no lo harás.

Pone su mano izquierda sobre mi pelo y coloca mi pelo largo y oscuro justo detrás de mi oreja. Se ayuda de su mano derecha para posar la florecilla pálida y sana sobre mi oreja izquierda.

-No quiero herirte.

-Lo único capaz de herirme en este momento, sería tu ausencia. Isis, yo... yo te...

-No sigas, por favor... sé lo que sientes, lo sé desde el principio. Y...

Me contempla atónito y comienza a ruborizarse.

-¿También puedes oler eso?

-¿Tus hormonas? Sí. -Necesito que comprenda que es imposible, que no debe sentir -Alejandro, no soy humana.

-No me importa, eso no cambia nada...

-Eso lo cambia todo.

-Isis...

-Vuelve a casa, Alejandro.

-No has respondido, no me has dicho que no.

-Buenas noches.

Digo mientras cierro lo que queda de lo que solía ser mi puerta de madera maciza.
Bajo la vista al suelo y contemplo los restos de mi ramo de flores. Quiero a Alejandro... lo quiero mucho, pero no de la forma en la que él quiere que lo haga.

Voy al baño y contemplo mi reflejo en el espejo. La florecilla pálida se mata con mi blusa burdeos. Y las lágrimas comienzan a inundar mis ojos oscuros.
¿Por qué lloro? No quiero llorar. Pero tampoco soporto herir a Alejandro. Lo he dejado sin darle una respuesta, le he cerrado la puerta en las narices.
Quiero olvidarlo todo, quiero dejar de pensar durante un segundo en este día eterno y extraño.

Limpio mis lágrimas con el dorso de mis manos y vuelvo a contemplar mi reflejo. Lentamente voy quitándome las zapatillas y la blusa, una ducha me vendría bien ahora mismo, desconectar.
Me despojo de la tela vaquera que cubre mis piernas, y saco la gema que ha convertido mi tarde en un auténtico caos. Entonces, una lágrima cae sobre ella, convirtiendo las paredes blancas de mi baño en un auténtico aroiris. La piedra ha comenzado a brillar de un modo casi mágico. El destello me aturde un poco, ¿Qué está pasando? ¿Por qué desprende esta luz?

Asustada, vuelvo a colocarme la blusa mientras aprieto la gema entre mis manos. Quiero que cese, que detenga este juego de luces que me enloquece.
Escucho un estruendo en el salón, parece que alguien ha irrumpido en mi casa. En cuestión de segundos, veo bajar el pomo de la puerta del baño y emito un grito ahogado.

La puerta se abre y veo a Luis. ¿Luis? ¿Qué está haciendo aquí?
Mi cuerpo solo queda cubierto por mi blusa burdeos y mis piernas desnudas tiemblan, no sé si de nervios, o de pánico.
La gema deja de brillar.

IsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora