disculpas

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Amaba esta heladeria por muchas razones: el lugar era sumamente acogedor, ideal para momentos de intimidad, estaba ubicada en un discreto sitio y además los helados que vendían eran muy buenos.

Pero sobre todo, recordaba mucho este lugar porque cuando mi madre escapaba de sus responsabilidades, me traía a mí a comprar un helado. Siempre me decía que guardara el secreto de mi padre, pero al final ella terminaba delatando nuestra travesura cuando llegaba al despacho de papá con un bote de helado para él.

Esos eran los tipos de recuerdos que protegía con todo mi corazón y hoy, de alguna manera, deseaba compartir este sitio con Marinettte. Aunque ella no lo supiera del todo. Camine con ella, aferrándome a su mano y en parte arrastrándola al sitio. Tenía un miedo irracional de soltarla, pensaba que si dejaba ir so mano en ese momento, todo se iría con ella.

Quizá Plagg tenía razón y estaba metiéndome en un enredo muy grande, pero no lo podía evitar. Quería estar con ella, como Chat y como Adrien y hoy, si bien no era el momento perfecto, era una oportunidad para pasar más tiempo con ella de este modo.

Todo el camino fue silencioso, Marinette seguía sumergida en sus pensamientos y no me atrevía a interrumpirla de momento. Me limite a llevarla entre los callejones de la ciudad, alejándola de ajetreo diario entre turistas y parisinos, hasta que llegamos a una edificación de ladrillo y rejas forjadas. Constaba de tres pisos, y la planta baja tenía un hermoso escaparate donde se exhibían la gran variedad de sabores de helados que la pequeña tienda vendía. Si el interior del recinto no había cambiado desde la última vez que lo visite, entonces el mostrador estaba justo detrás de aquel escaparate.

La barra con sillas altas estaría pegada justo del lado izquierdo del local, y detrás de un gran biombo de bambúes estaría el resto de la sala: mesitas de té, sillas acojinadas, sillones empotrados en las paredes, alrededor de mesas. Todos en colores claros y suaves. Era una atmosfera perfecta para relajarse y perder todo el tiempo del mundo en una charla.

Cuando Marinette levantó la vista hacia el lugar al que estábamos a punto de entrar, se sorprendió por cuán lejos habíamos caminado.

-vamos, te aseguró que aquí venden el mejor helado de fresa del mundo- dije. Ella me miro con el seño fruncido.

-¿Cómo sabes que me gusta el helado de fresas?- mierda, estaba metiendo la pata otra vez. Esa información la conocía chat, no Adrien. Me reí un poco, como queriendo parecer tonto.

- sólo estaba suponiendo, parece que acerté- ella se ruborizó en seguida, tan adorable como siempre- vamos- puse mi mano en su espalda, cerca de su cintura y camine con ella al interior. Mi memoria no me había fallado, y a excepción de unas lindas lámparas que atenuaban la luz del lugar, todo seguía prácticamente igual.

-¿Adrien?- la voz masculina me era vagamente familiar, pero no podía saber de dónde- ¿Adrien, eres tú? ¡Oh cielos!, Monique, mira quien volvió!

El hombre que me hablara estaba terminando de despachar a los comensales detrás de la caja, y agitaba vigorosamente su mano hacia mi dirección. No pasaba de los 55 años, era robusto y con el cabello rubio y las facciones muy marcadas. Podía haber sido algo intimidante de no ser porque llevaba una filipina blanca con un mandil de colores muy llamativo. Sus ojos eran grises y en su rostro las arrugas se enmarcaban más por la gran sonrisa que tenia plasmada.

-¿le conoces?- me preguntó Marinette en medio de un susurro. Solo me encogí de hombros, probablemente los conocía, pero ahora mismo no recordaba.

Me acerque con Marinette a mi lado, justo cuando de la puerta que estaba a un costado, cerca del mostrador, una mujer de mediana edad salía con una filipina llena de manchas de colores. Su cabello negro lo tenía recogido en una trenza de lado, y algunos mechones del frente y cerca de las orejas ya mostraban los primeros signos de edad con elegantes canas blancas.

todos los gatos ronroneanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora