Capitulo 10.- Inestable

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Como la Luna.
Como el clima.
Como la marea.
Como el mismo cielo en días de frío.

Odiaba su forma de ser. A decir verdad cada noche se preguntaba si alguien valoraba su locura. Si acaso existía alguien en el mundo que viera con buenos ojos todo lo que ella pensaba.

Sus letras siempre fueron importantes. Un reflejo de lo que quería decir pero que muy pocas veces lograba sacar.

En sus sueños, muchos episodios fallidos de amores que nunca comprendió.

Y esa pregunta.... esa que sólo la hacia mas inestable.

¿Porque escribía?

Todo empezó una tarde cualquiera cuando por castigo fue a dar a esa clase. Todos hablaban en verso y prosa y pensó que ella podría hacerlo mejor. En efecto sus versos eran más auténticos. Quizá no más bellos, pero si más reales a lo que todos sentían  a los 16 años.

Pretendió ser indiferente. Sólo una persona loca que por sus travesuras era obligada a hacer algo tonto y cursi, pero en el fondo, una pasión crecía poco a poco. Sus manos picaban, su cabeza estallaba y sentía las letras fluir como ahora mismo.

¿En que pensaba?

En todo y en nada. En la vida. En su vida. En sus pesadillas diarias y en sus más profundas alegrias. Sueños, deseos, metas y algo que no quería seguir ocultando. Ella era diferente. Y ella se asustaba de eso.
Y quien diría que le hablaba al amor que de lejos veia a escondidas. Por encima de las demás cabezas. Por debajo de sus penstañas para disimular y por los corredores que se hacían largos, lejanos para poder tocar su mano.

Era increíble su pensar. Sus sentimientos sabía guardar y sólo ella sabía el alcance que podia dar. Para todo había pretexto. Para todo existía miedo. Para todo, menos cuando escribía.

Con los años sus historias mejoraron. Ya no le asustaba ser leída. Ahora buscada llegar más allá de una sola persona. Poeta era. De esas artistas que comenzaban a necesitar inspiración.

Paso por decenas de personas en su vida. Tenía una larga lista de quienes la habían hecho vibrar. Pero había pocas que se quedaban en sus recuerdos más valiosos. Esos que de vez en cuando, sacaba para escribir un nuevo poema.

Recordaba las manos. Los labios. Los ojos. El cuerpo entero y las palabras exactas de quienes marcaron su vida. Y recordaba a tres en especial. La primera, quien le había enseñado el tierno abrazo de un amor prohibido. La segunda, quien había permitido robarle el primer beso a unos labios femeninos. Y la tercera, aún presente en su día. A veces, de vez en cuando y cada que su nombre pasaba por su pensamiento.

Y ahí, justo en ese momento, en ese fragmento de segundos en el día, en la noche, en la madrugada y mientras la Luna cambiaba, ahí estaba, tan lejana como la próxima primavera. Y tan cerca, que sólo podía imaginar un beso.

Era inestable, pero sólo porque jamás le habían enseñado a estar quieta, tranquila y en calma.

Y no era su culpa, en realidad difrutaba mucho su inestabilidad.

¿Comprenden?

No. Porque sólo un loco entiende a otro loco. Y ella era una loca con cientos de palabras guardadas en su cabeza sólo para ella y para quien supiera inspirarla.

Inestable, dulcemente incomparable.

Del otro lado del telefonoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora