Invitados sorpresa

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Hacía 20 minutos que estábamos pedaleando por la montaña, en dirección al ambulatorio de Sadaina, el cual estaba bastante escondido en la ladera de una montaña. La verdad es que podía parecer poco práctico, pero si estaba ahí era por algo y esa razón era que las epidemias no llegarán a los pueblos y no contagiar a la demás población. Por eso se trataba a los enfermos donde Cristo perdió las sandalias.

Escuché una fuerte inspiración por parte de Benjamin— ¡Que bien huele a pino, ¿no crees?— Se giró a verme solo para encontrarme a punto de echar los higadillos por la boca del esfuerzo que estaba haciendo. Llevábamos un buen rato cuesta arriba con una pendiente bastante inclinada y por un camino de tierra mojada, lo que dificultaba más la subida. Yo estaba que me moría en aquel momento. —¿Estás bien? —preguntó parando.

—Vete a la mierda— contesté a duras penas. —¿De verdad teníamos que irnos a un lugar tan lejano? La casa de Segundo está igual de abandonada y solo está a las afueras de Melitá. —Paré, bajé de la bicicleta y me apoyé en ella. Me pasé el dorso de mi brazo por la frente para quitarme todo el sudor que tenía. —Como me ponga mala por sudar tanto te meto una patada al costillar que te dejo el esternón de columna.

—Es que necesitaba traerte a un lugar alejado para que nadie escuchase tus gritos al momento de matarte— rió felizmente mientras me pasaba la botella de agua que traía en su mochila.

—Ja... ja... ja...— contesté tras darle un trago a la botella e intentando recobrar el aliento—. Pues no te preocupes. Porque cuando lleguemos igual ni tienes que hacer nada. Porque me muero antes de llegar— comenté con dificultad. —O, quizás... ¿tu plan era dejarme sin aliento para que no pudiera gritar ni escapar directamente?

—Tal vez...— se metió las manos en los bolsillos esbozando una sonrisa santurrona. —Estás en muy mala forma — señaló mientras guardaba la botella en la mochila y subiendo de nuevo a la bicicleta.

—Dime algo que no sepa.

—Leonardo da Vinci era homosexual y tenía de amante al rey de Francia de ese entonces. También le hacía cosas a su pupilo. —respondió.

Yo me le quedé mirando extraño. —¿Qué cojones... ?

—Te he dicho algo que no sabias.

—Santa madre de Dios, de todos los pecadores: salvamé, llévame a tu reino. Señor, dame paciencia, comprensión y aguante. No me des fuerzas, señor, porque si no lo mato.

Durante el camino Ben siguió hablando conmigo de temas triviales intentando distraerme del esfuerzo que había que hacer y que yo consiguiera aguantar. Yo, porque él, la verdad es que estaba bastante bien. No sabía de donde diablos sacaba el aguante. Este chico no era humano. En un momento dado tuvimos que dejar las bicicletas encadenadas a un árbol y seguir con el camino a pie. A unos metros se encontraba uno de los edificios que más yuyu de daban. Los sanatorios, hospitales, psiquiátricos y cualquier institución de este estilo. Ya sea antiguo o moderno, estos sitios nunca me han gustado. Y menos los que se cerraron el siglo pasado. Pues por esa época la gente iba a los hospitales a morir.

Nada más poner un pie dentro del edificio el ambiente se cargó. Y allá donde íbamos hacía un frío inmenso, hasta para ser octubre.

—Que frío... Con lo que he sudado me voy a pasar el fin de semana en la cama con un constipado de caballo.

—No exageres— contestó. —Tampoco hace tanto frío.  Sólo estamos a... 9° grados— comprobó la temperatura en su móvil.— Y, bien, ¿qué cotilleamos primero?

Sin prestarle atención abrí la boca y suspiré fuerte observando el vaho. — Hay mucho vaho. Tienes el termómetro del móvil roto.

—Tampoco es que sea muy preciso y, contestando mi pregunta, ¿por donde empezamos? — preguntó emocionado mirando el lugar.

—Por ningún sitio. Ben, porfa, vámonos. Ya me he salido de mi zulo y me ha dado el aire. ¿Podemos volver? No me gustan estos sitios.

Ah no— me agarró del brazo—, tú has aceptado venir. Ahora no te puedes echar atrás. Además, será divertido.

—¿Que tiene de divertido allanar una propiedad del ayuntamiento, en la cual han fallecido docenas de personas por culpa de infecciones, gripes, amputaciones, gangrena, pestes, etc, etc, etc?— pregunté sin ganas soltando me de su agarre.

—Que puede haber fantasmas, espíritus, audios residuales y demonios vengativos. ¡Puede que Zozo esté aquí!— volvió a agarrar mi brazo.

—Ya, claro. Y Zalgo también, no te jode. — comenté irónica. —Y están tomando un té con pastas.

—¿Desde cuando eres tan reacia a indagar en el mundo de los muertos?— preguntó parando y soltando mi brazo.

—Desde que es un centro sanitario. A demás, ¿me quieres decir que harían esos dos en un sitio dejado de la mano de Dios?

—¿Y por qué no pueden estar aquí? Es un sitio precioso para una merienda— bromeó volviendo a emprender el camino hasta unas escaleras, sobre las cuales había un cartel que ponía "Morgue". —Venga, ¡vamos!— gritó.

—¡Banjamin, vuelve! No pienso ir a un lugar en el que dejan cadáveres.

—¡Pues te quedarás ahí sola— volvió a gritar bajando las escaleras y desapareciendo de mi vista.

Yo me quedé parada en medio de ese pasillo esperando a que le entrará remordimiento por dejarme sola en un lugar que me daba miedo, pero eso nunca pasó. De no haber sido por que escuché pasos y cuando me giré pude ver una especie de masa negra desvanecerse me habría quedado allí plantada.
Tras presenciar aquello eché a correr buscando a Ben, el cual no aparecía por ninguna parte. Grité y grité su nombre, pero no salía de ninguna habitación ni me contestaba.

—¡Benjamin!— Grité una vez más. —Sal, por favor. Ya no tiene gracia. — volví a escuchar pasos y los seguí esperanzada de que fuera Ben. El sonido de las suelas impactando contra la suelo me condujo a una sala que me hizo revolver las tripas. Allí se encontraban diversos cuerpos mutilados, sangre coagulada por todas partes, tripas y sesos por los suelos. Los cuales no parecían recientes, pues el olor de aquella sala tiraba de espalda.

Lo que más me asusto y dejó paralizada de aquello no eran los cuerpos en sí, si no el chico apoyado en la pared con dos hachas en un cinturón y agarrando del pelo la cabeza decapitada de una señora de mediana edad.

—Vaya, mira a quien tenemos aquí —tiró la cabeza contra una pared.

—El próximo gato que se encontró cara a cara con la curiosidad.— la segunda voz me hizo sobresaltarme y dar un salto hacia atrás. Ahí me di cuenta de la presencia de otro chico en la sala. Este se encontraba sentado y cruzado de piernas sobre una mesa apoyada en la pared. — Y ya es hora de que el gato se vaya a dormir— sonrió ensanchando más la sonrisa que tenía haciendo que está empezara a sangrar.



Sigo Siendo Tu Mejor Amigo (Ben Drowned )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora