Despierta

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Desperté en el hospital, maldiciendo y a la vez agradecida. Al ser consciente de donde estaba me reacomodé en el respaldo de la cama observando la vía que tenía en el brazo derecho,  la venda que envolvía todo mi antebrazo izquierdo y ese aparato que me tomaba las constantes vitales en mi dedo índice. También me di cuenta de que había alguien durmiendo, sentado en una silla y con la cabeza apoyada en la cama. Le observé con ternura y acaricié ese pelo rubio que tanto me encantaba peinar. Se reacomodó en en sus brazos, los cuales hacían de almohada para su cabeza. Seguí acariciando su cabeza un rato. Estaba feliz de volver a verle. Ben se revolvió un poco en la cama y empezó a despertarse.

—Hola, bello durmiente. — Susurré con una sonrisa. Al verme se frotó los ojos y me volvió a mirar sorprendido.  Pude ver como empezaba a soltar lágrimas. — ¿Me vas a abrazar o estas enfadado conmigo?

—Por supuesto que estoy enfadado contigo. — Soltó antes de lanzarse a darme un abrazo. — Pero eso no quita lo mucho que te quiero y que me alegro de verte despierta. — Con cada palabra que decía me daba un beso en la cara y me apretaba entre sus brazos.

—Oíd, parejita. Me alegro mucho por vosotros, pero son las 6 de la mañana y algunos queremos dormir. — Dijo la otra persona que ocupaba esa habitación mientras se levantaba y corría la cortina que separaba su cama de la mía.

Hasta ese momento no me di cuenta de la presencia de ese chico de unos 18-19 años en la otra cama que había en la habitación.

—Perdón. — Dijimos Benjamin y yo al unísono. Nos miramos cómplices mientras intentábamos contener la risa por la acción de ese chico. Sin intentaba acallar el ruido corriendo la cortina lo llevaba claro.

Benjamin avisó a una de las enfermeras de que ya había despertado y le mandó un mensaje a Marina, quien tardó poco menos de 30 minutos en llegar al hospital.
En el momento en el cual cruzó esa puerta junto con Juan Carlos y los tenía a los dos enfrente no podía ni mirarlos a la cara. Tenía la espalda apoyada en la pared y no podía levantar la vista de mis manos, las cuales estaban sobre mis piernas cruzadas y tapadas por la fina sabana blanca del hospital, me avergonzaba de mi misma y ahí sí que me quería morir. Fui una egoísta y solo pensé en mi sin darme cuenta de que ellos me quisieron y cuidaron sabiendo mi historia.

—Killian... — Escuché la dulce voz de Marina. Levanté la cabeza con lágrimas resbalando por mis mejillas rojas por el pavor que me provocaba esa situación. Me paré en el collar que le hice hace un par de años por el día de la madre. Puede que no lo sea, pero se comportaba como una. No me atrevía a mirarla a la cara. —Cielo... — Volvió a hablar, se acercó y se sentó en la cama. No volvió a decir nada, simplemente se quedó mirándome. Con una mano me acarició la mejilla y me levanto la cara para que la mirase. Al posar la vista sobre ella observé que también estaba llorando. Se me estrujó el corazón. Estaba así por mi culpa. Me sentí la peor persona del mundo. Intenté hablar, e incluso abrí la boca, pero las palabras no me salían. Y simplemente me lancé a abrazarla y llorar sobre su jersei. — Tranquila, cariño, desahogate... — Susurró mientras me acariciaba la cabeza.

—Lo siento. He sido una puta egoísta y solo pensé en mi. — Sollocé a trompicones.

—No digas eso... No lo eres.

Y ese fue uno de los peores y a la vez mejores momentos que he tenido en mi vida.

Desde que desperté del coma en el cual caí por casi ahogarme y la pérdida de sangre me dejaron una semana interna. Me hicieron varias pruebas, tanto físicas como psicológicas. Me recetaron nuevas pastillas y contactaron con un psicólogo para que hablara conmigo y viera mi evolución. 
Y durante esas semanas no solo me visitó un psicólogo en el hospital. También recibí la visita de la familia. Que no son mi familia. Son las hermanas de Marina y sus hijos. A los cuales veo en los cumpleaños y noche buena o noche vieja. Todos muy majos y agradables, pero, claro, siempre hay excepciones. Y esa es Helena. La cual se cree la reina de Saba. Si antes de que entrara por la puerta la escuche decir "¿Por qué tengo que estar yo aquí? A mi me da igual que ella se quiera ir para el otro barrio.". Obviamente se llevó colleja, que yo la escuche. Y no solo fue eso. Lo mejor de todo fue la escenita que montó dentro de la habitación.

Sigo Siendo Tu Mejor Amigo (Ben Drowned )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora