Un sonido provino de la casa, Eevee salió corriendo y él se giró para enfrentarse a lo que sea que estuviera allá adentro. Miró la puerta abrirse desde su sitio en los escalones del porche, no tenía ánimos de moverse, estaba seguro de que las personas allí tenían la moral suficiente como para no intentar robar algo, así que suponía que no era un ladrón.
La puerta se abrió completamente para dejar a la vista a una mujer que sostenía una caja de cartón entre las manos, esas que Taylor usaba para guardar las hojas de la vieja máquina de escribir que solía usar cuando necesitaba inspirarse en la creación de relatos cortos.
Allen reconoció a la mujer al instante, tenía el mismo rostro alargado y ojos verdes, estaba más delgada que la última vez (él también). Antes la había visto sonreír mucho en las cenas de los viernes, el día que la madre de Taylor se reunía con ambos para cenar y hablar de su rendimiento en la escuela, solamente para asegurarse de que no abandonara de nuevo hasta tener un bendito título universitario.
Se sorprendió al verle, sin dejar de lado su rostro fúnebre.
—Allen... ¿Qué haces aquí? —preguntó con voz baja.
—Extrañaba este lugar —se limitó a responder. La mujer no planeaba decir nada en respuesta, lo advirtió luego de algunos segundos rodeados de un incómodo silencio. Se limitó a sonreír sin ganas—. ¿Puedo entrar?
—Por supuesto que sí —respondió ella antes de sonreírle ligeramente para llevar la caja a un carro aparcado en la acera del frente.
Entró. No pudo evitar sentir algo removerse en su interior al atravesar el umbral y toparse con el aroma de Taylor invadiendo sus fosas nasales. Olía a él, café, tierra e incienso. Provenientes de la tetera que se colocaba todas las mañanas sobre la estufa antes del desayuno; la tierra de sus plantas de interiores porque según él, le ayudaban a drenar los malos olores y a que la casa no se sintiera caliente; el incienso lo usaba para eliminar el aroma de que dejaban consigo los porros de maría, no quería llamar la atención y que todo apestara.
Dio un recorrido por el pequeño departamento, solamente le bastó con una vuelta en derredor para abarcarlo, pues no era más que una sala con la cama justo al lado de la puerta principal, bajo la ventana; un sofá de dos plazas que siempre solía estar plagado de ropa, fotografías de museos o libros (y ahora estaba completamente vacío); una mesa plástica barata con tres sillas de madera que no coincidían entre sí; en la orilla más alejada, una estantería con la estufa portátil, un frigorífico de menos de sesenta centímetros de altura y un horno microondas. Solamente había un par de divisiones al fondo, el baño y un pequeño patio donde Gus hacía sus necesidades para evitar que secara las plantas con sus orines.
Había también un ático, donde jamás podía subir ya que era el espacio personal de Taylor donde la mayoría de sus ideas creativas tomaban forma. Solamente estuvo allí un par de veces a lo largo de los dos años que llevaban conociéndose. No le permitía subir a nadie. Sintió que la privacidad de su amigo estaba siendo invadida cuando observó la entrada en el techo abierta, la escalera se erguía en el suelo y daba inicio al agujero tan personal de Taylor.
Decidió subir a echar un vistazo, si no lo hacía ahora no lo haría nunca.
Todos escalones crujieron bajo su peso como si hubieran acordado hacerlo. La madera estaba cálida al tacto y cuanto más subía, la esencia de Taylor adquiría mayor fuerza. Realmente estaba seguro de que se encontraba allí. Por un instante pudo olvidar que él había muerto, sin embargo, al asomar su cabeza al interior del ático su corazón volvió a la realidad y le hizo toparse con una letal soledad cubierta de libros, otra máquina de escribir, fotografías en un tablón de corcho ante un pequeño escritorio cubierto de papeles y aroma a hojas viejas e incienso de café.
El lugar era grande, un poco más pequeño que la planta baja. Y absolutamente todas las paredes estaban cubiertas de marcos fotográficos de tamaño considerable que enmarcaban diarios, todas en la sección de "escritores aficionados" donde se veía una columna señalada con rotulador azul en las cuales se resaltaba el nombre de Taylor bajo los constantes títulos de poesías o relatos de terror. Eran tantas que solamente contó quince en la pared de la derecha. Su amigo siempre había sido bueno escribiendo, solía leerle algunas historias cuando se quedaba a dormir en su casa.
Miró cada uno de los cuadros, prestando atención a todos los títulos y observando las imágenes con derechos de autor que a veces añadía cuando el tema a tratar tenía similitud con algunas de sus fotografías. Terminó sentándose en la silla mullida que el escritorio tenía, observando la máquina de escribir cubierta con una funda de terciopelo. Recorrió la superficie con las yemas de los dedos. No pudo más. Se reclinó sobre la madera del escritorio, ocultando su cabeza entre sus brazos. Comenzó a llorar como jamás había hecho, sin temor de ser silencioso, solamente dejando salir todo.
Estaba allí desahogándose cuando creyó sentir una respiración en su nuca seguida de una risa conocida. Contuvo la respiración sin inmutarse un par de segundos, después sintió unos brazos rodeándole los hombros en un abrazo, era de una forma tan material, acompañada con el olor de Taylor que no hizo esfuerzos por apartarse para sentirlo por más tiempo.
—Todo estará bien, Al —susurró la dulce voz en su oído.
De repente todo desapareció de la misma forma en que había llegado. Enderezó la espalda y miró a su alrededor, limpiando los restos de lágrimas en sus mejillas.
Taylor ya no estaba allí. Sin embargo, una sensación de calma había albergado lugar dentro de su pecho. Sabía que todo estaría bien, porque después de todo, su mejor amigo aún continuaba con él.

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The Blackest Day
Cerita PendekAhora Taylor no está y su mejor amigo ha perdido una parte de sí mismo.