Confesiones

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Las puertas del tren se cerraron después de un ligero pitido de advertencia, era sorprendente que una tarde del fin de semana hubiese tan poco tráfico de personas en este transporte que generalmente se encuentra hasta reventar de gente. El ligero traquetear me hacía bambolearme ligeramente en mi agarradera, de pie, con un gran bolso negro a mis espaldas.

El sonido de las personas hablando dentro del vagón se iba haciendo más tenue mientras que observaba las luces del túnel pasar a toda velocidad. No podía creer que no dejaba de pensar en ella...

–Fernando–unos golpeteos suaves en mi brazo llamó mi atención–¿Me estás prestando atención o te vale media mierda? has estado así todos estos días de ensayo.... Es como si hablara con la pared–me miró fijo–¿qué coño te pasa?

Mis problemas son míos, y de nadie más.

–Solo pienso en cómo va a salir todo esto de la obra de teatro–mentí y miré al suelo– hemos practicado mucho, pero aún tengo demasiadas fallas.

Guillermo alzó una ceja e intentó hacer contacto visual para descifrar mi rostro, como si fuesen a surgir subtítulos de la nada para delatarme, pero al ver que esquivé su mirada, me miró serio.

–Eso no es– dijo convencido.

El tren se detuvo y abrió sus puertas en una estación, donde entraron como tres personas, se cerró y continuó en su recorrido. Mi reflejo apareció de nuevo en el vidrio negro al entrar de nuevo al túnel y pude visualizar nuestros reflejos.

Si hubiese actuado como siempre, no me preguntaría nada. Siempre intento esconder mis problemas tras un rato callado, muchas horas al día haciendo chistes y ese tipo de cosas, pero esta vez me había dejado sorprender.

Cerré los ojos, luego de unos segundos de miradas acusadoras, y suspiré.

–Bueno, no es el realidad la obra– dije inexpresivo, luego lo miré de reojo: me estaba observando atentamente– no es algo que quisieras saber, créeme– le resté importancia al asunto.

–Pues sí quiero saber.

Revoloteé los ojos–Mierda... vale, déjame ver como empiezo– quedé en silencio unos segundos y lo miré a la cara. Luego me dije que era un cuento muy largo, y decidí resumirlo lo más que pude, así que tomé aire y hablé con rapidez– estoy enamorado de una chica que vive en otra ciudad, es muy especial para mí, llevamos mucho tiempo hablando por internet, ya nos hemos reunido en persona varias veces, pero siento que a ella no le gusto como a mí me gusta...– su mirada fue indescifrable, de seguro intentaba entenderlo todo– sé que es un cuento muy "niño adolescente", una mierda, y todo lo demás, pero me tiene muy mal.

No debí pronunciar esas palabras al final.

–Pues, si te tiene mal, no es un problema de mierda, es EL PROBLEMA DE MIERDA– bromeó. Sonreí un poco, pero volví a ver mi reflejo en la ventana. No solía contarle a la gente lo que me sucedía, y menos a Guillermo, que era un chico que llevaba poco conociendo, pero que estudiábamos juntos en la misma academia. A veces hablamos en el tren porque vamos en la misma dirección, pero hablamos cosas muy generales–no suelo ser muy bueno dando consejos y todo eso, pero lo que sí te digo es que seguramente te estás preocupando por algo pequeño: me dijiste que vivía en otra ciudad, y me imagino que cuando se han visto alguno de los dos ha tenido que viajar a donde está el otro, ¿cierto?– asentí– ¿ella ha venido para acá a verte?– negué. Silbó– Vaya... no sabía que eras capaz de hacer eso para ver a alguien que te gusta.

Me ha tomado por sorpresa.

–¿Tengo pinta de que no movería ni un solo dedo por algo así?–lo miré con fingido asombro.

–Me sorprende que alguien tan frío como tú tenga sentimientos y sufra por esas cosas–rió, pero luego abrió los ojos como platos y desvió su mirada– lo siento.

¿Frío? Resonó en mi cabeza.

–No te disculpes, no me has ofendido–le dí una palmada en el hombro– creo que, aunque haya sido un pequeño resumen de este cuento tan novela mexicana, te cuento para que opines pues... y porque te tengo la confianza suficiente.

Me miró por unos segundos, abrió la boca sin emitir ningún sonido, pero desvió su vista– ¿sabes?–alcé la ceja, titubeó unos segundos– creo que yo también quiero compartir algo contigo– dijo con un hilo de voz.

–Todo oídos.

El chico suspiró, empezó a agitarse y a ponerse rojo poco a poco. Cada vez que iba a decir una palabra, retrocedía... no sabía como comenzar, pero poco a poco iba sudando más y miraba para los lados.

Al ver su estado, se había tornado un poco incómoda la situación, pero intenté mantener la calma– ¿Te pasa algo?– negó con la cabeza y tomó aire, pero volvió a desinflarse. Empecé a preocuparme– ¿es algo grave?

–Vamos a bajarnos acá.

Miré por la ventana e intenté buscar el letrero del nombre de la estación: aún no habíamos llegado, ¿Para qué nos vamos a bajar acá? Aún faltan como seis o siete.

–Es que es un secreto y no quiero que nadie lo escuche– contestó a mi incertidumbre. Por cada palabra que decía, sus mejillas se tornaban más rojas.

De verdad nunca nadie me había pedido que me bajara en una estación que no me correspondía para sólo contarme un chisme o algo de ese estilo, así que la pereza habló por mí en ese momento, después de unos segundos de silencio– Cuéntame aquí, que cada quién anda metido en su mundo y no va a estar pendiente de lo que te suceda.

Luego de unos segundos, tragó saliva y se acercó a mi oído lentamente. Mi cuerpo se encontraba en un estado muy neutro intentado conservar la calma, pero sabía que ese secreto no iba a ser como "soy hijo de un presidente" o "ya no soy virgen"... un montón de cosas me pasaban por la mente en ese entonces, pero a medida de que sus aliento resoplaba en mi oreja cada vez más fuerte, una respuesta aparecía de la nada y la negaba con incredulidad, pero volvía a surgir.

Jamás hubiese sospechado que...

–Me enamoré de mi mejor amigo–susurró.

Líneas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora