3.

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Una mente inestable se rompe desde sus pilares.
––––

–... como si no me doy cuenta quién lo llama, ni que se esconde para atender–mi madre me hablaba desde el otro lado de la mesa, con voz entrecortada– valora más a sus amigas que a mí.

De nuevo la misma conversación.

–¿Y por qué sigues con él?– le doy la espalda mientras sigo leyendo un artículo sobre juegos nuevos para consolas, con una mano sosteniendo mi mentón.

–Él tiene sus cosas buenas también: arregla las cosas que están estropeadas con mucha facilidad (nadie sabe hacer eso aquí), está pendiente de la casa...

–Pero mientras arregla te tilda de estúpida, descerebrada e imbécil– se queda callada, y le doy like a una publicación de una página de chistes– A decir verdad, eres la más grande idiota del universo por justificarlo.

–Fernando, hay que verle los lados buenos a los que lo tienen.

–¡Pero mírate!– no puedo contener voltearme y mirarla a los ojos, que ella no me corresponde por observar un punto más interesante en la pared blanca que su hijo–te quejas por todo, él no te dedica ni una palabra bonita nunca y tú siempre estás dispuesta a estar feliz y contenta cuando a él le da la gana, pero cuando no, te patea como si fueses un animal de última categoría... y lo que más me molesta es que siempre vas a volver a buscarlo apenas él lo haga.

Desvía la mirada hacia abajo y me ve inexpresiva durante unos segundos, luego mira a la mesa–Es que él ya no me ama. Llama a sus amigos a todas horas y lo escuchamos reírse a carcajadas por toda la casa, pero cuando cuelga, se pone de mal humor y me insulta por cualquier cosa, y no le puedo decir nada porque se pone como una fiera y empieza a gritar.

–Porque tú te dejas, y ha sido así desde los treinta y seis años que llevan de casados.

–Es que me da rabia–aprieta los puños– ¿sabes? que lo llame la... "bichita" aquella a todas horas, sin importarle su familia ni nada, y desde la cocina siempre lo escucho hablar y reírse con ella, así que no puedo evitar hacer comentarios en voz alta para que me escuche y sepa que su esposa está allí con él–pongo los ojos en blanco, y se da cuenta– ¿Qué tiene de malo que sepa que tiene una familia? Ese eres tú que te quedas callado cuando lo llaman...

–Mamá, no es que me quede callado, es que no voy a seguirte el juego de los diálogos hablados exageradamente alto para que los oigan desde el otro lado del teléfono.

–Esta es tu casa también, así que tienes todo el derecho.

–Mamá– me coloco más cerca de ella para hacer contacto visual, que lo evade con el mentón hacia arriba– no te voy a seguir el juego– silabeé– ¿no comprendes que todo esto es ridículo? al final siempre lo haces, y cuando cuelga, te grita y te insulta, y te quedas callada. Siempre haces lo mismo: te lanzas muy valiente, pero cuando cuelga, te tiemblan las piernas... ¿y sabes por qué?– me acerco lentamente, pero decidido– porque le tienes miedo.

Vuelve el silencio.

–¿Tú quieres que empiece a destruir las cosas de la casa?– sigue sin mirarme, inexpresiva, mientras se sujeta el antebrazo– recuerdas que hace años se molestaba por la mínima cosa y reventó unos espejos con las manos.

–¿Y tú no comprendes que no eres la única que presenció todo eso? Yo tenía doce años, cuando entonces, y en ese momento fue Sara que lo echó de la casa, porque era primera vez que lo veía de esa forma, así que me hice un ovillo y lloré por una hora entera en el rincón, y todo para nada, porque volvió a los tres días y la ley de hielo que le impusimos mi hermana y yo la rompiste. Pero ahora...–cerré mis puños con fuerza–ahora soy diferente, y no voy a permitir que ese momento se repita nunca más.

Líneas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora