En busca de Artem

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(Tercera persona-Narrador omnisciente )

Sora cogió su bolsa, echó cosas imprescindibles y se puso ropa que le protegiese, guardó la empuñadura de su  espada y miró por la ventana de la herrería antes de salir.

-Me llevaré estas dos espadas también.-Dijo Sora.

-Oye espera un momento...-Dijo Brais agarrándola de la muñeca.

-No, Brais, no dejaré que me acompañes.-Le dijo al leer sus pensamientos con un tono de frialdad.

-No era eso... No iba a dejar a Mei y a Felipe solos... Solo queria decirte...  Vuelve viva-Dijo trás una pausa.
Mei miró a Sora algo decaída.

-Eh, no os pongais así...-Dijo sonriéndoles.

Salió despreocupadamente y Brais la acompañó hasta el porche. La miró de una forma diferente a como de costumbre.

Eran las 3:00 de la tarde. Hacía bastante calor aunque bajo el porche de madera no pegaba tanto el sol. Desde la herrería se olía el aroma de los pinos y nadie diría que aquella escena tan apacible y tan acojedora pasara desapercibida por la tensión y el miedo oculto en las palabras de aquellos dos amigos que temían no volver a verse.

-Sora, confio en tu fuerza.
Aun recuerdo cuando de pequeño iba a verte entrenar, cuando me ayudabas y no dejabas que estuviera solo... Gracias a tí superé lo de mi madre pero si tú desaparecieras también... No me lo perdonaría.-Dijo agarrándola del brazo con fuerza.

Sora lo miró sorprendida. Él nunca sacó ese tema delante suyo.

Su madre era una buena mujer, muy amable, cariñosa y siempre cuidaba de todo el mundo como de su propia familia, una mujer de pelo oscuro, algo morena y de poca estatura.

La historia de la madre de Brais fue un trago amargo.

Hace años la madre de Brais, Flora, murió asesinada cuando iba a entregar un encargo en la capital, era la primera vez que Brais salía a ayudarla con los pedidos.
En la capital se encuentra la base del clan de "Los diestros" y Brais fue a comprar algo en el gran mercado de la ciudad, mientras su madre iba entregar las armas.

En las tierras de los diestros, la hija de uno de los generales pasaba el día con su padre en el trabajo para aprender el oficio de un guerrero, una niña un poco mayor que Brais

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En las tierras de los diestros, la hija de uno de los generales pasaba el día con su padre en el trabajo para aprender el oficio de un guerrero, una niña un poco mayor que Brais.

La madre de Brais entró en las tierras y jardines de los diestros para entregar el encargo y la niña de pelo color ceniza, delgada, con un parche en el ojo decorado con pegatinas estaba probando armas junto a su padre y algunos guerreros, que quedaban asombrados con lo bién que manejaba el arco y la flecha.

La madre de Brais pasaba por allí y uno de los crueles guerreros le dijo a la niña que para entrar en el clan debía tener sangre fria y retó a la niña a lanzar una flecha a alguna persona.

La madre de Brais, que pasaba por allí, no vió venir el ataque, y la lanza se clavó a unos centímetros de su corazón.
Flora calló sobre el baúl de armas que llevaba, su camisa comenzó a empaparse de sangre poco a poco. Flora miró hacía arriba con la vista turbia y vió la silueta de su hijo con las manos en la boca, de rodilla a unos metros de Flora.
Flora intentó levantarse y Brais corrió hacia ella desesperado.
Él pedía ayuda, pero nadie llegaba y nadie llegó.
Flora solo pudo decirle que dejara de llorar, esas fueron sus últimas palabras.

Brais vió aquella escena tán traumática para un niño de su edad  y mientras tanto la niña que asesinó a su madre lo miró durante unos segundos sin mostrar empatía alguna.

Otro general fue alarmado diciendo que ella traía las armas al gobernador y todos se esfumaron de allí y buscaron alguna excusa para tapar la muerte de la difunta herrera.
Para aquellos hombres era una muerte más, pero a Brais le hundió la vida.

Desde entonces Brais odia a todo el clan de los diestros y sus deseos de vengarse eran cada vez mayores.

-Tranquilo... -Le dijo Sora al volver en sí.

Sora se soltó y se fué  corriendo.

Ni un abrazo, ni una mirada, ni un adiós. Algo típico en Sora ya que odiaba las despedidas.

Sora corrió y corrió hasta llegar al pueblo de Artem, que estaba a unos quince minutos corriendo.
Transitó por zonas de árboles y lugares poco poblados para no encontrarse con ningún guerrero, ya que por lo que se vé, están vigilando las calles y la poca gente que queda en el pueblo esta sometida, excepto los nobles.

Llegó cansada y recobró fuerzas mientras visualizaba desde lo alto de unas rocas cerca del instituto de Artem.
Era una tarde algo calurosa y con poco sol.

-La mejor forma de entrar es saltar las vallas desde aquí. Pensó.

Antes de saltar recapacitó sobre si podría salir viva de aquel sitio, que era más grande que mi instituto y no lo conocía por dentro, pero sus ansías de salvar a Artem hacía que lo viera todo más fácil.

(PRIMERA PERSONA-SORA-)

Salté y bajé la valla hasta abajo rasgando mi pálida piel.
Me deslizé entre la vegetación del patio exterior hasta visualizar una ventana que me permitía entrar.

La ventana me dirigía a la sala de profesores, la cual estaba toda desmantelada.

Aparté la mirada de aquel desastre y la ví, en la puerta, que se encontraba abierta de par en par, como un destello de luz, un pelo rubio, fugaz y hermoso en la penumbra de aquella desmantelada habitación.
Pasó durante un segundo, no me dió tiempo a reaccionar.
Aquella veloz mujer que irradiaba fuerza por donde pasaba fue tan rápido que no se dió cuenta de que allí estaba yo.

Escuché unos gritos y sonidos de gente corriendo trás ella y me agaché para no llamar la atención hasta que pasaran.

-Tengo que salvar a Artem... Pero eso no quiere decir que no me pueda divertir un poco.¿No? - Me dije a mí misma con ansias de vivir con intensidad mi estancia allí.

Y eché a correr trás ellos.

Salieron al patio de nuevo y yo intentaba alcanzarlos,  haciendome paso entre los cadaveres del suelo.

DesidiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora