Despierto en mitad de la noche al escuchar un llanto desgarrador. ¿Ha sido real o sólo mi imaginación jugándome una mala pasada? Con los ojos abiertos de par en par me levanto de la cama, sigilosamente, buscando el origen, caminando lentamente a través de los oscuros pasillos hasta que encuentro un atisbo de luz bajo la puerta del baño. No sé si entrar es lo correcto pero algo en mi interior me empuja a girar el picaporte y dar un paso hacia delante.
Y ahí está ella, tan perfecta como siempre pero bañada en las lágrimas de la realidad que le atormenta casi todas las noches. Una muñeca que amenaza con romperse en pedazos y aún así se mantiene en pie, sólo porque cree que ese es su deber.
Su sollozo se detiene al notar mi presencia. Está demasiado cansada como para echarme, demasiado avergonzada como para decir algo que yo no sepa ya. Es cierto, esta no es la primera vez y por eso, desde que tengo memoria, cada vez que me miro en el espejo veo al diablo gritando que mi corazón es defectuoso, que no soy lo suficientemente hombre como para ponerle fin pero se acabó, hoy no quiero seguir escuchando la misma historia.
Me doy la vuelta para dirigirme a la cocina, sé lo que tengo que hacer. Esta noche se acabará su eterna tortura, no importa si pierdo en esta batalla, me lo llevaré a él conmigo. Sólo te pido que no derrames más lágrimas, adiós mamá.