En algún momento, deseé tocar sus alas negras, alas consumidas por la oscuridad, el miedo y la noche. Deseé que me arroparan del frío, que me ayudasen a volar hasta alcanzar el cielo.
Todo en él atraía a mi ser, sin embargo, ese todo también albergaba luz, una luz pura tan custodiada en su interior que ni si quiera él era capaz de verla. Podría habérsela arrebatado, para un alma perdida como yo era una tarea sencilla, pero por una vez no quise arrastrarlo a mi mundo de desesperación. Sabía que todo el que entraba en él, se arriesgaba a no salir nunca más.
En su lugar, desde la distancia, traté de iluminar su camino, hacer que cada paso le resultase menos pesado, que se enamorase de la luz, de su brillo, que su esencia no se perdiese...pero nada daba resultado, él seguía empeñado en vivir enamorado de la oscuridad, de la misteriosa luna que le observaba impasible desde su cénit.
Aunque viéndolo por otra parte, esa era su verdadera esencia, la parte que desde un inicio me había cautivado y que sumado a la luz que inconscientemente desprendía, me había enamorado profundamente.