La astronomía parecía parte de ti, admirabas cada planeta, cada estrella como si fuera una obra de arte, pero no te diste cuenta de que tú misma ya eras una, y no me cansaba de admirarte.
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Esa noche estaba de pie, dando vueltas a su jardín, inquieta ¿habría descubierto algo nuevo?
Me moví incómodo, necesitaba saber qué pasaba, últimamente deseaba que las noches llegaran para verla, mientras tanto ella deseaba que llegara la noche para poder ver las estrellas que aparecían en el cielo.
Cuando bajé al jardín ella ya se había sentado, estaba dando ligeros golpes con tu bolígrafo a la libreta, su pelo estaba recogido en una trenza, en su cabello había pequeñas flores enganchadas, me pareció demasiado tierno.
Eso me hizo sonreír, ojalá pudiera ver su sonrisa, eso pensaba cada vez que la veía fruncir el ceño.
Cuando apoyé mis antebrazos en las tablas de madera que nos separaban ella alzó la cabeza.
Su mirada se posó en mi y se mordió el interior de su mejilla, se levantó y se acercó a mi.
—¿Algo sobre Saturno?–Me preguntó mientras se pasaba la lengua por sus carnosos labios.
Pensé sobre ese curioso planeta.—El único planeta con un sistema de anillos visible desde la Tierra.
Ella se dio la vuelta, pero me pareció ver como una pequeña sonrisa aparecía en su rostro.— Su nombre proviene del dios romano Saturno. El aspecto más característico de Saturno son sus brillantes anillos. Antes del telescopio, Saturno era el más lejano de los planetas conocidos y, a simple vista, no parecía luminoso ni interesante.–Hizo una pausa.—Además es mi planeta favorito.–Dijo esto casi en un susurro, pero fui capaz de escucharlo.
En ese momento me prometí a mi mismo que la visitaría cada noche hasta saber más cosas de aquella chica.