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Draco tenía un mal día; uno de esos días en que las palabras le salen como brisa, las manos le tiemblan debajo de la túnica, en los que el corazón le pesa lo que le pesa la vida.

Y Harry sabe que en esos días Draco necesita una caricia en la muñeca y un beso sobre la nuca.

En las semanas que han pasado juntos sabe que tiene que llenar el silencio con chistes malos, y limpiar las lágrimas con sus labios, abrazarlo por la espalda y hacerle cosquillas en las costillas, ignorar los ojos brillosos y las mejillas sonrojadas.

Harry sabe que debe hacer, pero no puede.

Así que es Blaise quien le susurra en el oído y lo lleva de la túnica; es el quien le pasa un par de galletas y lo golpea suave en el hombro, quien lo sienta a su lado y lo peina.

Es Blaise quien logra que levante las comisuras de sus labios y que enfoque la vista, que tome medio vaso de zumo de calabaza. Como si el ultimo mes nunca hubiera ocurrido.

Y Harry hierve de celos, pero no puede.

No puede porque Ron está a su lado y le está comentando sobre un partido de quiddich, porque Hermione está leyendo al frente suyo y no deja de fruncir el ceño.

No puede porque no sabe cómo salirse del papel; aun cuando no sabe que está actuando.

Esa noche no va a la torre de astronomía.

Harry sabe que no debe sentirse así, pero no puede.

Y llora lo que no se ha llorado.

Cariño, no valgo la pena.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora