1. Tres preguntas.

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Se hallaban siete jóvenes inconscientes en el suelo de una habitación amplia y carente de objetos, poseía paredes blancas y en el blanquecino techo habían dos focos encendidos.

Abrieron sus ojos lentamente para encontrarse con una deslumbrante iluminación que provocó que tuvieran que pestañear repetidas veces.

Se levantaron y se miraron entre ellos, entornaron sus ojos, los cuales apenas se intentaban adaptar a la luz.

Antes de que cualquiera de las tres chicas o los cuatro chicos pudieran hablar, una voz proveniente de unos altavoces ubicados en las esquinas del techo de la habitación resonó en sus oídos.

—Apuesto a que hay tres preguntas rondando en su cabeza —Parecía ser un hombre adulto el que les hablaba, les intrigó que la voz no estuviera modificada—. La primera, «¿qué estoy haciendo aquí?» Déjenme decirles que la razón no les gustará. La segunda, «¿en dónde estoy?» No me conviene decirles, pero aunque lo hiciera, no tendrían ni la más remota idea. Y la última y curiosamente más importante, «¿quiénes son los demás a mi alrededor?» Eso es algo que averiguarán por sí mismos.

A ellos no les agradaba su tono, desprendía diversión. Una diversión propia de un niño. Solo a un maniático podría entretenerle secuestrar a un grupo de adolescentes para ponerlos en una situación tan macabra como aquella.

—Perdón si he sido descortés, debí presentarme primero. Pueden llamarme Sádico —Ese sugerente apodo hizo que los presentes se preocuparan más de lo que ya lo estaban—. Y conozco cada pequeño detalle acerca de todos ustedes por lo que no me fue difícil traerlos aquí. Los he traído a este lugar para divertirme, para observarlos desempeñar un papel protagónico en este gran juego de supervivencia. Aguardaré a que se eliminen unos a otros.

—¿Por qué? ¡Maldito enfermo! ¿Qué quieres de nosotros? —alzó la voz una de las mujeres, ésta escrutó un altavoz con sumo odio transmitido en sus ojos castaños.

—Su muerte, quiero su muerte —reía a sonoras carcajadas, era complicado entederle—. Más les vale no interrumpirme de nuevo o los castigaré, créanme que no querrán empezar con las torturas tan pronto —la chica negó con la cabeza y prometió guardar silencio.

—Como todo juego, habrán reglas y si no se cumplen, podrán complacerme con una de sus muertes. Escuchen con atención que no pienso repetirlo. Justo ahora están en el cuarto de un hospital, no se molesten en buscar una puerta abierta, no la hay. Con las ventanas es lo mismo, olvídense de esa minúscula esperanza. El que intente escapar, será castigado. El resto del hospital está casi en completa oscuridad, las luces funcionan por lo que si se atreven a encenderlas, serán castigados.

Uno de los chicos levantó una mano temblorosa, el resto contuvo la risa, no es como si Sádico pudiera verlos, ¿no es así?

Para su sorpresa, Sádico le cedió la palabra.

—¿Por qué esa regla? ¿Tiene algo de malo si hay luz allá afuera? —el chico frunció el ceño hacia la puerta cerrada.

—Tiene que ver con la quinta regla, no te adelantes —Sádico sonaba fastidiado, suspiró y prosiguió con su explicación—. Tercera regla, está prohibido matar directamente y demasiadas veces, es decir, hacerse con un cuchillo y apuñalar a todos, no sería divertido. Quiero que este juego dure lo más posible. Esperen el momento justo para atacar sigilosamente, es un buen consejo, sugiero que lo tomen. Cuarta regla, no tienen permitido dormir. Y antes de que levantan la mano como si estuviera impartiendo una clase, quiero que se desestabilicen mentalmente, rápido, y es la manera más sencilla. Y por último, la habitación en la que están ahora es territorio seguro, estrictamente penalizado que maten aquí, todos los asesinatos se realizarán lejos de esta área. Oh, y no se pasen de listos, solo podrán estar en territorio seguro cinco horas por día —carraspeó y no les dejó más tiempo para procesar toda esa información—. Antes de irme, quiero que se presenten, digan su nombre, el verdadero. Y algo que haga que el resto los conozca, sabré si es mentira, atentos. ¿Quién quiere empezar?

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