Cuarenta y uno

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El cambio en Marie era notable.

Había recuperado el color, y ya no estaba tan delgada y debilucha. Parecía llena de vida, como la Marie de siempre.

Como Marie había dicho, el secuestro la dejó marcada de por vida. Aun tiene ataques de pánicos, pero no tan frecuentes y ya son manejables.

Las cicatrices de sus muñecas casi ni se notan. Cada vez que las mariposas se les borraban con el paso del tiempo, agarraba el plumón y se las remarcaba.

Me dijo que algún día se las tatuaría.

Nunca se lo habría permitido, pero en este caso hice una excepción.

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