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Casa de la Señora Maricela. Oeste de la Capital del Estado. 5- Nov.

Rodríguez maneja rumbo a casa de Maricela, su madre; él ha vivido siempre con ella, pero eso está por terminar. El doctor compró hace varios meses una casa a las afueras de la ciudad, en la que instaló un laboratorio; fue ahí donde creó su segunda cápsula, la f2, o como su amigo la llama: la chica de rojo. La f1, Diva, fue su primer invento pero a ésta la creó en los laboratorios para los cuales trabajaba. Después de ser despedido las guardó en su cuarto, en un lugar especial para ellas, en casa de Maricela, esperando el día en que el 'camino' estuviera listo; hoy no es ese día, pero hay una ruta alterna: El Farmacéutico. Necesita el trabajo de este sujeto para tener testimonios positivos cuando la comercialización de Diva sea mayor.

El doctor lleva puesta una camisa blanca, el aire acondicionado del Honda Civic está encendido. Sin embargo ve que García, el cual va en el asiento del copiloto, lleva esas manos hiperactivas dentro de la sudadera. Cuando lleguen a casa, Rodríguez piensa mostrarle un álbum de fotos de su padre y abuelo; estos se habían dedicado a diferentes ramas de la medicina, pero el doctor nunca los conoció en vida; siempre los tiene en mente. Su padre falleció en un accidente automovilístico, su abuelo de un paro cardiaco. De la muerte de su padre sólo conserva una hoja de periódico de aquel día, nunca preguntó más al respecto por qué Maricela lo castigaba, para ella eran dañinos aquellos recuerdos.

Rodríguez no tiene una buena relación con Maricela, ella lo crio con base al miedo y a la soledad. En casa nadie entra más que su único hijo; él jamás le faltaría al respeto como con una mala palabra o haciéndola enojar con una mala acción, pero el simple hecho de que García entre a la casa y ella no se entere, para Rodríguez es un acto de rebeldía suficiente, algo que se guardara para sí mismo.

Entre sus pensamientos escucha decir a García: ‹‹bajar ventanilla››, el vidrio de la puerta desciende, ahora García respira profundo y después hace movimientos en la garganta, escupe un desecho escatológico a la carretera. ‹‹ ¡Pinche gallo ken me salió chingón! ››, se limpia la boca con la manga, ‹‹subir ventanilla.›› Abre la guantera y saca un libro viejo. Lo hojea y se detiene donde hay imágenes de ajolotes. Este libro perteneció al abuelo de Rodríguez, quien trabajaba en investigaciones sobre anfibios capaces de regenerar sus partes mutiladas, ahora el doctor muestra interés en esas capacidades.

García presiona levemente su labio inferior con el dedo pulgar e índice, lee las descripciones de un anfibio verde y otro color purpura. A Rodríguez esa imagen le trae un recuerdo: desde pequeño su madre fue muy estricta con él, nunca le permitió jugar con otros niños, provocando que con el paso del tiempo él mismo se apartara de los demás. Rodríguez acudía a una iglesia donde ayudaba los fines de semana, en la cual buscaba la manera de hallar más trabajo y evitar regresar temprano a casa. Ahí conoció a ese niño despeinado de ojos grises llamado Viktor García. Rodríguez por más que lo trataba de alejar éste siempre regresaba; de alguna manera sentía su tristeza y la necesidad de divertirse. Siempre que planeaba cómo escapar y jugar a escondidas en la parte de atrás, en el patio que separaba la iglesia de la casa de los frailes, se presionaba el labio justo como lo hace ahora. Si Rodríguez se pudo divertir en la infancia fue gracias a García... hasta el día en que éste se tuvo que marchar.

Rodríguez baja de velocidad conforme se acercan a la casa, hasta estacionarse frente a ella. Hoy la monotonía que suele tener el doctor se ha roto: se despierta muy temprano, va al trabajo y de ahí no sale hasta que su último paciente se marcha. Después va a su casa, trabaja en el laboratorio y al caer la noche vuelve a casa de Maricela.

− ¿Crees que sea buena idea entregarle mercancía en un lugar público? − Rodríguez verifica que todo esté en orden.

− Sí, no hay bronca. Ese wey es medio pulmón, anda paniqueado por que la última vez que hizo 'bisnes' con otros weyes se lo pasaron a chingar. – García guarda el libro con cuidado en la guantera.

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