2.- Particularmente irritante

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Tres palabras: Alex-es-irritante.
Después de decirme que él quería ser cantante, no se despegó de mí en todo el día. Literalmente. Al poco rato descubrí que su portafolio estaba lleno de partituras y letras de canciones.
—¿Todas las escribiste tú? —pregunté mientras tecleaba rápidamente en el ordenador.
—Sí, y la mayoría se me hacen un poco huecas, la verdad.
No paraba de dar vueltas en la silla giratoria frente a mi escritorio. Yo no paraba de pedirle que se detuviera. Era particularmente irritante, teniendo en cuenta que la silla rechinaba con cada vuelta que daba. Lo sé, debía cambiar la silla, pero es que no tengo tiempo.
—...con expectativas de vender nuestro producto en países extranjeros —murmuraba por lo bajo al tiempo que escribía el ensayo que mi jefe me había pedido escribir desde ayer por la noche. Mi padre tenía razón: mi gran carrera de escritora sólo trajo como resultados trabajar en una empresa que vende productos químicos. No me importaba. Amaba escribir en mi laptop cuando estaba sola—. ¿Huecas? —le pregunté a Alex levantándome para tomar un archivo de mi librero.
—La verdad casi nunca tengo un objetivo para mis canciones, y termino escribiendo cosas que no son del todo llenas de...emoción. No sé si me explico.
Lo miré fríamente.
—Te explicas, pero no tengo la menor idea de cómo ayudarte.
—¿No te molesta ser tan fría? —preguntó un poco herido luego de unos segundos de silencio, interrumpido solamente por el sonido de las hojas al ser movidas por mi mano. Volví a mi asiento con un suspiro silencioso.
—En absoluto. A veces hasta me parece una manera hermosa de vivir.
Alex me miró extrañado.
—¿Quién te hizo tanto daño como para que seas así de fría?
Me detuve a medio escribir. No levanté la cabeza, sólo alcé los ojos, y le lancé la mirada más fría y asesina que pude invocar.
Con eso bastó para hacerlo callar y que dejara de girar en esa estúpida silla por unos minutos

Lista de desventajas de vivir con Alex en el departamento de al lado:
-volví del trabajo con él
-me estuvo preguntando qué hacía todo el rato en mi oficina
-en el elevador tuve que aguantar pacientemente su plática

Aunque, la verdad, me interesaba muchísimo saber sobre su carrera y sobre su entusiasmo de llegar a ser músico.
—¿En qué Universidad estudiaste, Alex? —pregunté  caminando por el pasillo y sacando las llaves de mi bolso.
—UNAM —contestó orgulloso y con la frente en alto.
Lo miré sorprendida.
—Yo también.
Si alguien me dijera que Alex es experto en sonrisas, no lo dudaría. Porque en serio sabía sonreír en el momento indicado.
Llegamos cada quien a su puerta. Reprimí un pequeño suspiro de alivio. «Mentirosa» me dijo una voz en mi cabeza.
—Bueno... —dijo Alex abriendo su puerta trabajosamente por el portafolio debajo de su brazo. Sin querer, sonreí un poco—supongo que nos veremos luego.
Tragué saliva disimuladamente. Asentí mientras también abría mi puerta.
Al cerrarla detrás de mí, me apoyé en ella. Me quité los zapatos con una mano y con la otra me sotuve de la pared.
Ahora sí que suspiré. Esas cosas me cansan demasiado.
Caminé hasta la cocina para servirme un poco de café y tomar una rebanada del pastel que mi mejor amiga, Sofía ,trajo el otro día, aludiendo que era momento de festejar. Sonreí al recordar ese día.
—Y...¿qué festejamos? —pregunté entusiasmada al verla entrar a la cocina, dejando su bolso y el pastel en la encimera.
—Festejamos... —se giró a verme con una sonrisa plantada en la cara —(redoble, por favor) —susurró. Me reí un poco y comencé a golpear la mesa con los dedos simulando baquetas —...que Rodrigo me pidió matrimonio hace unas horas.
Grité de emoción y corrí a abrazarla. Sentí que el corazón se me hundía un poco más en el pecho.
En mis 27 años de vida, jamás he conocido al indicado. O más bien, nadie se ha dado la oportunidad de conocerme como Sofía. No me preocupaba demasiado. Sin embargo, desde que era una pequeña niña, imaginaba que mi "príncipe azul" venía a resacatarme de mis pesadillas y me invitaba a cabalgar juntos hacia el amanecer. Pero la verdad era que eso sólo ocurre en los cuentos de hadas. Además, aprendí que no tengo tiempo para estar esperando ser rescatada de mi torre por un chico. Así que yo sola tejí el lazo que me ayudó a bajar y seguí con mi vida.
Me senté en mi sofá y encendí la televisión. Todo me parecía aburrido; hasta los Simpsons me aburrían en ese momento. Me levanté, apagué la televisión y me dirigí a mi cuarto. Por la ventana entraban los últimos rayos de sol, iluminando todo de un tono entre naranja y rojo. Giré a ver el sol, y me quedé impactada al ver lo hermoso que se vería el cielo. Quedé boquiabierta. Corrí a tomar mi cámara y tomé una foto perfecta. Me senté en la cama a observar el lento desplazamiento del sol por el cielo pintado de azul, rosa, rojo y naranja. Era una explosión de colores increíble.
Al final, terminé escribiendo en mi laptop sobre la puesta de sol. Me encantaba la sensación que me provocaba poder describir todo lo que me rodeaba con palabras que podían llegar a tocar la vida de los demás. Claro que eso sólo ocurriría si mandaba mi libro a una editorial. Y esa idea me aterraba.
Entré al armario para ponerme el pijama. Era un pijama bastante simple: una blusa holgada azul oscuro y un pantalón suelto de todos lados excepto en la cintura de color gris.
Me preparaba para dormir quitándome los lentes de contacto cuando sonó el timbre de la puerta. Me puse los lentes normales y salí del baño para abrir la puerta. Me miré en el espejo una última vez antes de abrir la puerta. En cuanto lo vi me quedé de piedra.
—¿Qué haces aquí, papá? —susurré. Su cabello negro estaba revuelto y vestía un traje negro con camisa blanca y corbata azul oscuro.
—¿Puedo pasar? —preguntó alzando las cejas.
No podía decirle que no a mi padre. Asentí y me aparté para dejarlo entrar.
—Repito —dije mientras él se sentaba en mi sofá—. ¿Qué haces aquí, papá?
Se encogió de hombros.
—¿No puedo visitar a mi ratoncita de vez en cuando?
Entrecerré los ojos. Había algo extraño en su postura, en su forma de mirarme.
—Primero deberías llamar —dije.
Puso los ojos en blanco.
—Lo haré cuando muera.
¿Qué se creía? Éste era mi departamento, yo me mantenía sola desde los 18, ¿y sigue creyendo que puede aparecer cuando le apetezca?
—Perdón —me acerqué a la encimera para tomar una barra de chocolate—pero desde hace nueve años me mantengo yo sola, y desde hace uno no te veo. Creo que me debes una explicación mejor que "visitar a mi ratoncita" —hice gestos con los dedos simulando comillas en las últimas cuatro palabras.
Tragó saliva.
—Tu madre...
—¿Qué hay con ella?
—Tuvo un accidente de auto hace unas horas...
Dejé de respirar en ese instante. Sentía mi mundo desmoronarse poco a poco. Tuve que recargarme en la pared para no caer. La cabeza me daba vueltas, el corazón me latía desbocado en el pecho.
—¿Dónde está? —susurré con un nudo en estómago.
«Por favor, no digas que murió. Por favor, te lo ruego» murmuraba mentalmente.
—Ella no... —la voz de mi padre se rompió y se echó a llorar.
Negué con la cabeza. Me negaba a aceptarlo. Ver llorar a mi padre me hizo quebrarme por completo. Pero no dejaría que me viera llorar.
—Lo siento —murmuré.

Mi padre se fue cabizbajo. A pesar de que se habían divorciado hacía años, mi padre aun amaba a mi madre por sobre todas las cosas. Y lo triste era que mi madre se había casado con él por conveniencia, con la excusa de que tenía que salir de su casa porque su padre -mi abuelo- maltrataba demasiado a su madre. 

En cuanto mi padre salió del departamento, me derrumbé. Caí al piso con la espalda contra la pared, mi mano derecha en la frente y la izquierda en la garganta. No podía respirar, el estómago me dolía. Terminé corriendo hacia el baño y vacié mi estómago. Varias veces. Al terminar de vomitar, me dirigí a mi habitación temblando y sudando frío. Me eché en la cama. Ni siquiera tuve la fuerza para cubrirme con las mantas. 
Mañana en la mañana llamaría a mi jefe y le pediría el día libre.
Tenía varias razones para no creer en Dios, y ésta era una de esas.

La Chica Rara De Al LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora