02 de mayo, 2004. Crilasia.
La pequeña Meena se detiene para recuperar el aire que perdió con aquella carrera. La brisa marina le revuelve el cabello pelirrojo y lo deja hecho un desastre.
Por alguna razón, las palabras "volvamos a encontrarnos en el muelle el día de tu cumpleaños número siete" resonaban en su cabeza como una orden.
Los muelles de Crilasia, su ciudad natal, eran de una preciosa madera blanca y siempre estaban ocupados por muchos barcos, personas y mercancía.
Aquel día, su cumpleaños, ella había acordado que esperaría a su hermano mayor, de once años, y a su madre en casa para celebrar juntos. Pero ellos no llegarían hasta la noche y ella se aburría en la soledad de aquella casa.
Había decidido dar un corto paseo por los muelles, que quedaban a una cuadra de su casa, y aprovechar si podía averiguar por qué sentía la necesidad de ir.
Pasó junto a uno de estos, curiosa por las gigantescas cajas que estaban desembarcando de un gran barco, y se dirigió a la orilla de la playa.
Tras caminar algunos minutos por la arena, lo vio por primera vez.
Era Julián.
⭐⭐⭐
-¿Estás despierto? -preguntó ella con dulzura, inclinándose sobre el niño de nueve años para confirmarlo.
-¿Qu...? -comenzó a decir, abrió mucho sus ojos y se levantó de golpe, casi chocando con ella.
El niño rubio miró en todas direcciones, confuso al encontrarse en la habitación de una niña.
El cuarto era pequeño, sus paredes eran de piedras grises, el suelo y techo de madera. Tenía una pequeña cama de cobijas con dibujos de princesas, un armario de madera pintada de azul, un escritorio, un estante con libros de cuentos y una peinadora.
-¿Estás mejor? -preguntó, recordando cómo lo había visto en la orilla de la playa. Julián había estado tendido sobre la arena, casi del todo inconsciente, con la boca entreabierta y la blanca ropa rasgada.
Meena lo había llevado, casi arrastrado, hasta su casa y lo había dejado caer en su cama.
Él fijó su mirada café en aquellos ojos verdes muy oscuros durante algunos segundos, buscando algún signo que le advirtiera de confiar en ella.
-Yo...yo estoy bien -afirmó en un tono de voz apenas audible.
-¿Seguro? -él asintió-. ¿Y qué hacías en la playa? Te estabas muriendo.
-No estaba muriendo.
-¡Que sí! ¡yo te vi con estos ojitos! -le dijo, señalando sus ojos.
Julián no pudo evitar reír. Ella era una pequeña bastante adorable, de largo cabello y grandes ojos curiosos, la piel un poco morena por el sol costero de su ciudad y gestos infantiles que la hacían ver muy linda.
-Alizeth me había dicho que no había problema si salía -comentó para sí, agachando su cabeza.
-¿Alizeth es tu mami? ¿o tu hermanita? -curioseaba la niña. Julián negó.
-Es un ángel.
-¿Un ángel? -repitió y lo vio asentir con efusividad.
-El más lindo que existe, el del destino -le explicó, una sonrisa cariñosa se formaba en sus labios-. Ella une a las personas destinadas a encontrarse y regresa al camino a las almas que se perdieron en la multitud, hace que recuperen su brillo característico. Ella vive para ayudar a los humanos.
Meena frunció el ceño.
-¿Y tú puedes hablar con los ángeles?
-No -contestó, viendo la decepción en su rostro al instante-, pero supongo que más adelante podré. Sé que Alizeth los conoce a todos. ¿Por qué?
-Es que...-ella suspiró-, mi hermana...mamá dice que mi hermana mayor es un ángel ahora. Si tú puedes hablar con ella, tal vez yo también podría. Tal vez podrías ayudarme a llegar a ella.
-¿Tu hermana...? -pero aquella pregunta permanecería sin formular. Él sacó del bolsillo de su blanco y mugriento pantalón una pequeña caja de madera blanca y se la pasó.
-¿Qué es esto? -preguntó, sonriéndole.
-Es una estrella fugaz -murmuró-. Alizeth tiene muchas y, de vez en cuando, nos deja coger una.
-¿Nos? -repitió- ¿a ti y a quién más?
-Los niños olvidados. Ella nos cuida, nos devuelve la vida, y entonces le pagamos ayudándola en su deber.
-Así que...¿serás como su ayudante?
-Sí -afirmó, sonriendo.
Meena estuvo por abrir la cajita cuando él la detuvo.
-Afuera -dijo-, para que la estrella no se pierda de regreso a su casa.
Ella asintió.
Los dos salieron de la habitación y bajaron las escaleras saltando de dos en dos, hasta llegar a la puerta principal. Una vez que estuvieron en la acera, ella abrió la cajita y la estrella se alzó.
Dio varias vueltas a su alrededor y luego se quedó inmóvil frente a sus ojos, brillante, a la espera de su deseo.
-¿Puedo pedir lo que quiera?
-Sí.
-¿Puedo ver a mi hermana?
-Sí.
-¿Y podré traerla de regreso?
-...no.
Ella, que había estado por coger la estrella entre sus manos, se detuvo.
-Pero...dijiste que lo que fuera...-se quejó.
-No puedes traer a alguien que ha muerto -le explicó, severo-. En tal caso, puedes hacer que venga alguien que va a aparecer en tu camino más adelante. Como adelantar el encuentro, algo así.
-¿Y cómo sé a quién conoceré en el futuro?
-Hay un muchacho. Su nombre no te lo puedo decir -confesó, algo avergonzado-, pero va a ser importante para ti. Sus ojos son de oro, lo reconocerías en cualquier momento y lugar.
-Podría desear verlo a él, ¿no? -preguntó animada, cogiendo la estrella. Julián asintió.
-Pero no es un buen momento. Mira, si quieres hacer a alguien aparecer, ¿por qué no traes a su ayudante?
-¿Qué?
-Esa persona, ese muchacho de ojos de oro, es un niño muy solitario en este momento. Lo vas a amar con todo tu corazón, y él te querrá como a nadie. Pero eso será más adelante, y hasta ese entonces, habrá un pequeño triste que no tiene con quien jugar.
-¡Necesita un amigo! -afirmó, sonriendo-. Desearía...-empezó a decir, sin esperar una respuesta por parte de Julián, aferrándose a la estrella con fuerza- que aquel niño encontrase a su ayudante, a su amigo, a su compañero, y que no volviera a estar solo nunca.
La estrella brilló con más fuerza en respuesta. Al otro lado de la ciudad, en una pequeña casa de madera, un Elías de diez años rompería el vidrio de la ventana de la habitación de un niño llamado Chase, que no tenía con quien pasar la noche.
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Siempre tú [CNO#2]
FantasyLa vida de Meena ha estado durante mucho tiempo atada a las vidas de Julián y Chase. Sin importar qué, lo que uno haga va a afectar a los otros dos. Ha sido así, desde aquel día en que una estrella le cumplió un deseo. Y tal vez ya nada pudiese camb...