6. La Abuela

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Y fue a preguntarle a ella, como le había dicho el hombre. Vivía tal personaje casi en el centro de aquel montón de casuchas, en una hecha a base de cañas y hojas de plantas y troncos y algunas pieles. Quedó pensativo ante la puerta, indeciso, planteándose por un momento si no sería mejor volver y abandonarlo todo y seguir preparándose para ser rey y olvidar la figura y la voz de aquel ángel con forma de mujer. Le pareció, en cierto modo, más razonable seguir con su vida que con aquella estúpida búsqueda sin sentido y sin norte, pero fue sólo un momento; luego, dándose un golpe en la frente, se dijo que no tenía derecho a abandonar porque hacía muy poco que había empezado, y no se rendiría tan fácilmente. Además, su corazón le señalaba el camino que estaba siguiendo, aunque tuviese razones para retirarse.

- Pasa, hijo. Vas a coger frío ahí fuera -se oyó, desde dentro, una voz ronca.

El joven entró y vio a una mujer arrugada, muy arrugada, con el cuerpo encogido y tapado por una gran manta y la cabeza canosa y redonda sobresaliendo como vigía de un barco. Lo miró con sus vivarachos ojos nerviosos y le sonrió plácidamente, porque si algo despedía la mujer que lo miraba era paz y tranquilidad. Estaba sentada en un gran sillón y rodeada de dos camas viejas, un mueble desvencijado y unos pocos cacharros de cocina, y un candil iluminaba pobremente el cuartito. Se sentó el joven en una cama tras una indicación de la anciana, y después dijo ésta:

- Anda, cuenta. Se te ve muy preocupado, y has andado mucho para venir, así que lo que sea debe ser importante. La gente del castillo no suele venir por aquí.

- ¿Cómo sabe usted que soy del castillo? -preguntó el príncipe, viéndose descubierto.

- No he dicho que seas del castillo, sino que la gente del castillo no viene por estos lugares. Pero sí, sé que eres de allí. En todos estos años de vida he aprendido que hay una cosa muy importante que normalmente no hacemos: observar y escuchar. Y tú, con esas manos, esa cara y ese olor a limpio que traes, no puedes ser de por aquí cerca. El castillo es uno de los pocos lugares en los que la gente se conserva así. Así que cuéntame qué es lo que te trae a mi humilde casa, muchacho. Te escucho -la anciana se acurrucó en la manta y entrecerró los ojos mirando al joven, dispuesta a que él hablara lo que tenía que decir. Y el príncipe comenzó:

- Bien, siempre he vivido en el castillo, y no me quejo por ello: he sido feliz y no he tenido problemas... grandes. Pero hace poco empecé a tener la sensación de que me faltaba algo. No es que hubiera perdido nada, pero había algo que no podía encontrar allí. Tenía un vacío que nada podía llenar, y aún lo tengo. Me siento distinto, y sólo lleno algo de ese vacío cuando sueño, pues entonces un ángel viene a mi cama, mientras duermo, y me canta. Quizás le parezca una estupidez, pero cada vez que sueño con él el corazón se me acelera. Y hace unos días descubrí que mis padres escondían un secreto que aún no he podido desvelar, pero sospecho que tiene que ver mucho con ese ángel del que le hablo. Robé el secreto, que estaba escondido en lo más escondido de la casa, bajo llave en un armario que nunca se abría. Es esta tela pintada y este vestido. Cuando los miro tengo una sensación extraña, como de haberlos visto antes, pero no sé. ¿Qué significado pueden tener? ¿Qué puede hacer que dos personas importantes tengan miedo a esto?

- Déjame ver -dijo la anciana, y quedó un rato pensativa, pasándose un dedo por una de las pobladas cejas, mirando vestido y pintura, hasta que una extraña luz iluminó sus ojos y se dirigió al joven, con dulzura:

- Querido príncipe: tu secreto es claro para mí aunque tus palabras hayan sido oscuras, pues las palabras de los enamorados son siempre oscuras para el que no está enamorado. Hay personas que, desde siempre, han sido hechas de tal manera que no pueden vivir una sin otra, y a las que, si no se unen, siempre les faltará algo. En este dibujo no veo otra cosa que no sea tu historia, y te la voy a contar, para que decidas tu futuro conociendo tu pasado; aunque te contaré sólo una parte, que tú, me parece, ya sospechas. Lo demás tienes que averiguarlo por ti mismo.

PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora