7. La joven

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Y pasó una noche larga, quizás la más larga de su vida. Una noche entera bajo una manta, a ratos llorando de rabia, a ratos traspasado de amor por un ángel, sintiendo que había vivido engañado todos sus años en el castillo, que no sabía quién era ni qué hacía ni para qué vivía, algo que, en realidad, había sentido muchas veces en sus paseos por el jardín. Pero ahora tenía tiempo para pensar, recordar y darse cuenta de que las cosas no podrían ser ya nunca como habían sido hasta entonces. Tenía que elegir entre su vida y otra cosa, que no sabía lo que era pero suponía estar cerca de lo que le rodeaba en aquellos instantes, toda aquella podredumbre y miseria y abandono y asquerosidad. Y sospechaba que no podía dejar su vida en el castillo porque eran muchos años, y no sabía vivir de otra forma. No sabía vivir sin nada, no podía hacerlo, y ni siquiera sabía si quería o no. Nada podía decidir, todo estaba confuso y sin rumbo dentro de su cabeza y quizás sólo podría encontrar luz con las palabras de la niña de la tela. A lo mejor ella lo ayudaría a encontrar un camino. La anciana había dejado al aire una herida que resultaba ya imposible de cerrar. Pero lo malo de buscar es que, si lo haces en el lugar correcto, puedes encontrar, y lo que encuentres...

Y llegó la mañana en estos pensamientos, sin poder salir de ellos o encontrar una solución. Se levantó después de no haber dormido, tal y como le había dicho la anciana, y se despidió emocionado. Ésta le dijo, cuando ya se iba:

- Recuerda, José, que para saber lo que quieres tienes que seguir a tu corazón. Recuérdalo siempre, sobre todo cuando la encuentres.

- Descuide -contestó el muchacho.

Después, la anciana se metió en la cabaña y dijo a su gato, guiñándole un ojo:

- Sí, viejo amigo: sabe lo que hace, no hay problema. Pero tiene que continuar su camino solo.

El joven caminó durante horas entre nieblas, aunque el día estaba soleado. Todos los lugares le parecían buenos para encontrar algo, y a nadie se atrevía a preguntar nada. Llegó, por fin, al fin de la población, y preguntó al último hombre del pueblo, que estaba sentado en una piedra junto al arroyo:

- Buen hombre, necesito saber el paradero de una muchacha que ha sido criada por la mujer más anciana del pueblo, la abuela, que tiene un gato negro y escucha y...

- ¡Vaya, también tú buscas a Ana! Pues mira, no te puedo decir exactamente dónde está porque no lo sé; pero si buscas allí donde se escuchen voces de protesta, la encontrarás. Esa muchacha siempre protesta por algo, y lo más curioso es que casi siempre tiene razón.

- Entró otra vez, pues, entre las casas. Andando, vio a un grupo de mujeres discutiendo, se acercó y preguntó.

- No, hijo, no es ninguna de nosotras. Pregunta en la plaza, donde se ve con los jóvenes a los que mete esas ideas tan raras en la cabeza.

Y el chico se dirigió, sin más, a la plaza. Allí encontró a un par de pescadores que intentaban vender sus productos a grandes voces entre los que deambulaban, y paró a preguntar.

- Mira, jovencito, estuvo aquí hará un ratico bueno. Pero se fue con un par de muchachas y otros muchachos porque decían que tenían que arreglar una casa en no sé dónde. Esa mujercita siempre está liada de arreglos. Y casi siempre los hace al que le hace falta. ¡Niña, a la buena trucha!

El joven miró calle por calle si había alguien arreglando una casa. Tras un rato de caminata, encontró a uno hombres que construían, y se llegó a ellos.

- Mira, por aquí ha pasado, pero no está. Al fin y al cabo, seguro que le hace más falta la ayuda a la familia a la que han ido. No sé dónde es, pero me han dicho que el que vive allí perdió las dos piernas cuando fue castigado porque un noble lo pescó robándole no sé qué.

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