Una sonrisa secreta

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—¿Señorita Sullivan?— pregunto un joven la sección de oficinas gerencia-les.

— Al final.

— Gracias- camino hacía donde le indicaron y vio a una rubia — ¿Señorita Sullivan?

—Sí ¿En qué puedo ayudarle?— dijo girando. Estaba organizando la agenda  con su jefe.

  — Esto es para usted. Firme aquí —   dijo entregándole un hermoso ramo de rosas amarillas.

Tomo las rosas y firmo la hoja que le entrego el joven —Gracias. Espere un...

  — No se preocupe. Tenga un buen día—  se retiro pero no sin antes observar a la Señorita Sullivan.

Samantha no pudo evitar sonreír al leer la tarjeta.  

Frunció el ceño. Estaba molesto y lo peor, es que sospechaba quien las enviaba —Muy bonitas.

— Son preciosas—  respondió maravillada por las rosas.

— Últimamente recibe muchas rosas ¿No cree? ¿Quién es las envía?—  cuestiono enfadado.

—Cada cuatro días. Justo cuando ya se están marchitando— respondió  mientras se giraba y miraba a su jefe —Nadie en especifico. Déjeme colocarlas en un florero y terminamos la agenda.

Samantha se dirigió por el florero y tiro la que ya estaban marchitas;  lavo el florero y luego coloco las nuevas rosas. Todo bajo la mirada de sus compañeras y compañeros de piso, y su jefe.

  — Lo siento señor—  se disculpo y reanudaron la agenda. 

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Quería saber quien enviaba aquellas rosas a Samantha , y aunque tenía sus sospechas no podía confirmarlo hasta leer esas tarjetas pero la rubia no dejaba su bolso solo. Ya tenía en esa situación seis  meses desde que recibió la primer rosa, y cada vez que una llegaba aquello lo irritaba. Más, al ver esa hermosa sonrisa discreta que hacía Samantha cuando leí las tarjetas. También estaban los rumores de que el presidente se estaba divorciando a causa de ella.

Le molestaba pero más lo enojaba era ver que Samantha ni le preocupaba que él estuviera en una relación. Y, no es que la quisiera o amara; él simplemente la quería en su cama. Estar con Tyffani lo agobia e irritaba por eso buscaba aventuras en los club nocturnos; pero nunca había llegado al caso de obsesionarse con una de sus aventuras.  Ademas, Tyffani ni sospechaba de sus aventuras y esperaba que nunca lo hiciera, pues nunca la dejaría o mejor dicho: nunca dejaría ir a la mina de oro que tendría una vez que se casaran.

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—Eso es todo por hoy— le dijo a Samantha.

—Entendido. Hasta mañana— se levanto y se dirigió a la puerta, dispuesta a recoger sus pertenencias pero fue sujetada del brazo — ¿Qu...

Devoro los labios de Samantha sin contención alguna. Sintió como ella comenzó a temblar; sonrió internamente y profundizo el beso colando su lengua a la cavidad bocal de la rubia.  

— Oh Dios—  pensó al sentir el fogoso besó y la erección que pinchaba su pelvis pero pronto todo se enfrió al recordar algo importante y mordió el labio de su jefe hasta romperlo.

  — ¿Qué te pasa?—  gruño limpiándose la sangre que sentía.  

  — ¡Eso es lo mismo que digo! Es un sinvergüenza. Le dije claramente y le vuelvo a repetir ¡Nunca seré la segunda!

  — Pues eres lo único que puedes ser. Te haces la digna conmigo cuando eres una puta que se revuelca con el jefe, sabes perfectamente que Richarsond es casado.  Además, nunca dejare a mi novia por una muerta de hambre que se deja coger por el jefe para escalar.

Una fuerte cachetada resonó por la oficina  —Eres un maldito imbécil. Dices lo que quieres de mi pero y tú ¿Murrai sabe lo puto y fácil que eres en los clubes nocturnos? ¡Yo si se porqué no la dejas! Esperaba que lo hicieras y poder estar junto pero con eso me queda claro quien es el puto que se vende por tener dinero. Escúchame bien, esto no se quedara así. Pagaras cada ofensa que me has hecho— sentenció y salio enfada. Tomo sus cosas y abordo el elevador; al llegar a su auto se derrumbo llorando. 

Su corazón dolía. El hombre que amaba le había roto el corazón; la había tratado como una puta cuando no era así pero eso no se quedaría así. Se limpio las lagrimas y llamó a aquel numero que comenzaba a tener contacto   —Papá... Estoy bien... Quiero pedirte un favor. Envía al investigador a mi departamento... No es nada malo... Gracias, papi.




Samantha Sullivan y el secreto detrás de las rosas amarillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora