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 El sol comienza a caer sobre la costa de Buenos Aires, me tomo el tiempo de analizar el atardecer desde el porche de la casa de playa. Austin se está dando una ducha mientras la comida está en el horno y es controlada por Caroline. Aún no he cruzado palabra con Chandler, pero supongo que en algún momento lo haremos. No entiendo porqué no me deja hacer lo que yo quiero, lo que me gusta. La idea de tener una trenza se me había ocurrido porque de pequeña nunca tuve la oportunidad de ir a la playa como todas mis amigas y hacerme una de esas trenzas, como se la habían hecho todas ellas en algún momento. ¿Qué será de la vida de ellas? ¿Se acordarán de mí? Apuesto lo que sea a que ninguna de ellas tiene tres hijos ya. Debo ser la única casada y con tres niños pequeños. Pero no me arrepiento de haber conocido a Chandler, quizá si en el modo, pero no como terminó todo. No me arrepiento de ser madre de tres hermosos niños, hijos de mi hermoso esposo, aunque un poco gruñón.

Cuando me doy cuenta, el sol ya se ha escondido y me ha dado un poco de frío. Me meto a la casa en busca de mis hijos y me encuentro a Austin en pijama viendo la televisión.

—¿Y tus hermanas?
—Camila en la ducha y Darcy jugando, creo.

Cierro la puerta y le echo llave. Entro a la cocina para encontrarme a Caroline sentada en la barra tecleando en su móvil.

—¿Ya está? —Le pregunto observando la comida fuera del horno.
—Si, ya puedes llamar a los niños. Iré preparando la mesa.
—Está bien. —Le sonrío—. Caro, yo no como.

Ella frunce el ceño pero asiente y me devuelve la sonrisa. Salgo de la cocina y le aviso a Austin que la comida ya está, luego me encuentro con Megan envuelta en una gran toalla en medio del pasillo y le pido que se vista rápido y llame a Darcy a comer. Chandler está tirado en la cama con el control remoto en la mano. Su cabello está húmedo y solo tiene el pantalón del pijama, dejando su torso al descubierto.

—A comer —le digo entrando a la habitación.

Apaga el televisor y se pone de pie. Así descalzo como está amaga a salir de la habitación.

—Chandler, está Caroline —le digo desde el baño—, ponte una remera.

Cierro la puerta del baño porque no quiero saber si va a ignorarme o si va a hacerme caso y va a ponerse una remera para ir a cenar. Me despojo de mi ropa llena de agua de mar y prendo la ducha.
Veinte minutos después estoy limpia y empijamada. Me echo unas gotas de perfume y me seco solo un poco el cabello para no sentir las gotas de agua cayendo por las puntas del pelo. Le sonrío levemente al espejo y luego bajo la mirada a mi muñeca izquierda. Quizá hoy haya cometido una estupidez.

—Aquí falta una almohada —dice Chadler tirándose en la cama.

Dejo el cepillo sobre la mesa de noche y me siento en la cama. Chandler alza la vista. Me cubro la muñeca con la mano.

—¿Qué?

Niego con la cabeza.

—¿Dónde está mi almohada?

—No sé, Chandler. —Me encojo de hombros—. Quizá fueron los niños.

Chandler rueda los ojos y se pone de pie. Cero comunicación. Ni siquiera me mira a los ojos cuando habla. Sale de la habitación y me quedo viendo el hueco de la puerta mientras espero a que vuelva. Y cinco minutos más tarde entra a la habitación con una especie de muñeco de trapo. Es la almohada vestida con un disfraz de La Sirenita y una corona en un extremo. Me cubro la boca con una mano intentando reprimir la risa.

—Estos niños son tan anormales como nosotros —dice negando con la cabeza—. Creo que esta noche dormiremos tres en esta cama.

Me río divertida y por un momento me permito pensar que quizá Chandler no está tan enojado y ya va a pasársele el berrinche. Comienza por desnudar a la Sirenita y se ríe mientras lo hace.

—De vuelta la almohada normal. —Alza las cejas y las deja caer en un ritmo divertido. Tira la almohada sobre la cama—. Voy a devolverle los restos de su ex amiga La Sirena.

Me río divertida mientras me meto en la cama. Solo espero que Caroline se encargue de los niños porque yo estoy bastante cansada y tengo un asunto que arreglar con Chandler. Hablando de Roma, entra en la habitación y cierra la puerta tras echar un vistazo al pasillo.

—Estoy muerto —murmura corriendo las mantas.

Me acomodo dentro y doy vuelta para quedar viéndolo, hace una mueca y apoya su mano palma arriba en el medio de los dos. Lo miro a los ojos y luego apoyo mi mano sobre la suya.

—No te enojes —susurro.

Cierra los ojos por un segundo y luego asiente lentamente.

—Ya está, ya te la hiciste, no voy a hacértela quitar, aunque me gustaría arrancártela ahora mismo.
—Perdón —susurro haciendo morros.

Se ríe y luego se acerca a mí.

—No me imaginé nunca que ibas a ponerte así —sigo hablándole. Me rodea con sus brazos y apoya su cabeza en mi pecho—. Solo que nunca pude hacerme una trenza cuando era chica y ahora quería hacérmela, pero no tiene nada de emocionante —digo por lo bajo—. Quizá mañana tome una tijera y la corte.
—No, que yo pagué por eso, nena —dice con su cabeza en mi cuello.

Me río divertida y él besa mi cuello con delicadeza.

—¿No estás más enojado?
—No, amor —murmura.

Revuelvo su cabello con mi mano y le hago alzar el rostro para juntar nuestras bocas.

—Tengo algo más que contarte —murmuro sobre sus labios.
—Dime —dice con los ojos cerrados—, pero si es otro bebé, cállate.

Me quedo callada por unos segundos que parecen ser eternos. Chandler abre los ojos de repente y su boca forma una perfecta O. 

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La bella y la bestia #2 | chandler riggs.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora