Capítulo 2

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Capítulo 2.

Día 1: Nuevas piernas.

Sapphire, emocionada y encantada, con la poción que la salvaría del fracaso en sus propias manos, fue a toda velocidad al reino, donde encontraría a Amelia. Estaba recostada en una roca, descansando y peinando con los dedos su abundante cabello negro azabache.

—¡Amelia! —la llamó Sapphire, agitada. Amelia se sentó sobresaltada y mirando a los lados, buscando a quién la había llamado. Le fastidió ver que sólo era Sapphire.

—¿Puedes parar de gritar? —masculló, claramente molesta, Sapphire se encogió de hombros, disculpándose—. Como sea, ¿qué quieres?

—Descubrí cómo cumplir tu reto—dijo Sapphire, triunfal. Amelia volvió a recostarse sobre la roca.

—Bien, llámame cuando lo logres.

—El mejor hombre del mundo—continuó Sapphire, ignorando el cinismo de Amelia—, está a treinta minutos de aquí al oeste.

Amelia reprimió una carcajada, pero se contuvo para no romper su burbuja de credulidad y le siguió el juego.

—¿En serio? —exclamó, con fingida sorpresa. Aparentó interesarse más en el tema—¡Eso es una gran noticia! Ve entonces y cumple tu tarea.

—Pero—añadió Sapphire—, necesito su ayuda.

—Oh, lo siento—Amelia siguió con su actuación—. Quizás no te lo he explicado bien. Debes hacerlo sola.

—¡Pero sólo tendrás que ir al puerto que te dije! Ahí nos encontraremos al anochecer. Eso es todo.

—Si quieres cumplir tu tarea, deberás hacer todo sola. Sin peros, sin ayudas. Sólo así probarás no ser totalmente inútil—dijo Amelia, ansiosa por despedirse de una vez de la ingenua Sapphire.

—Te lo pido, por favor—suplicó Sapphire.

—¿Escuchaste lo que te acabo de decir? —Amelia se empezaba a molestar y perdía la poca paciencia que tenía.

—Por favor, Amelia.

—¡Ya basta! ¡Déjame en paz! —gritó Amelia, harta ya de la insufrible insistencia de la sirena. Sapphire retrocedió asustada por su ataque de ira. Amelia la miraba con furia, pero al cabo de unos segundos apaciguó su mirada—. Está bien, iré. Pero ya déjame descansar.

Sapphire, la miró emocionada, todo empezaba a volverse colorido para ella. Le agradeció, y le indicó a dónde tenía que ir de nuevo. Le pidió que también llevara a las demás. Claramente, Amelia no iba a ir. Toda esa misión era para que se alejara de ellas para siempre, y así se iba a mantener.

No, nadie iría. O al menos, nadie real.

Sapphire, estuvo nadando treinta minutos hacia el oeste, a todo lo que podía. Se detuvo sorprendida. ¡Ahí estaba! ¡El puerto del que había hablado Alice! Estaba justamente donde le había dicho. Sapphire, que no dudaba de los asombrosos poderes de Alice y de su capacidad de ver cosas que aún no habían sucedido, empezó a creer que encontraría a su corazón salvador ese mismo día.

Nadó hacia una playa deshabitada, con cuidado de que algún humano la viera. Ahí, sentada en la arena, con el mar arrastrándose a sus pies –en su caso, cola–, y con el corazón desbocado, destapó la pequeña botella. Dio una profunda respiración, antes de beber todo el líquido de la botella, que tenía un color rosado fuerte muy particular. Tenía una sabor dulce y potente que abrasó la garganta de la sirena. Sapphire empezó a marearse, y asumió que la poción comenzaba a hacer efecto. Repentinamente, sus escamas empezaron a arder, como si se estuvieran quemando. Sapphire sentía un intenso dolor que compensó con sus alaridos de sufrimiento. Las escamas del inicio de su cola, que empezaban desde donde debería ir su ombligo en su torso de humana, empezaron a suavizarse y tornarse del color de su piel. El doloroso proceso siguió hasta su pelvis, donde se hizo peor.

Sintió se separaba su cola en dos, se dividían sus huesos y se formaban sus piernas. Sapphire lloraba en su tortura, deseosa de su final e intentando calmar el dolor, convenciéndose que su felicidad, después de lograr su tarea, sería mucho más grande; el problema era que, en aquellos momentos de agonía, empezaba a dudarlo. Cuando terminó de separarse su cola y sus escamas ardieron y se desvanecieron, la mujer, que había sido antes una sirena, quedó tendida, desnuda e indefensa en la arena.

Sapphire, sentía sus oídos pitar; a cada mínimo movimiento sentía puñaladas en todo su cuerpo. Abrió los ojos, pero sintió que la luz quemaba sus pupilas, por lo cual los volvió a cerrar fuerte y rápidamente. Intentó mover su cola, lo que causó un intenso dolor que recorrió todo su cuerpo y que la hizo recordar que ya no tenía cola, y se le hacía complicado tener que recordar inhalar y exhalar todo el tiempo. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, pudo ver dónde se encontraba. Era una pequeña habitación hecha de madera. Una gran ventana con las cortinas corridas dejaba pasar la luz la luna y las estrellas. Había una mesa con una vela apagada y derretida hasta la mitad al lado de la cama que estaba pegada a la pared por un costado. La puerta, al otro lado de la habitación, estaba –no del todo– cerrada.

Sapphire, se quitó la sábana que la cubría y se dio cuenta de la bata de seda que llevaba. Temblando, levantó lentamente la bata y pudo ver, ahogando un grito, sus piernas. Se sentó al borde de la cama y, apoyándose con sus manos de la mesa, se irguió sobre sus pies. Al principio, los sintió como si fueran demasiado débiles para el resto de su cuerpo, pero a los pocos minutos, empezó a acostumbrarse. Se fue soltando poco a poco de la mesa, manteniendo los brazos estirados a ambos lados para mantener el equilibrio, cuando la asaltó una duda: ¿Cómo se camina?

Intentó levantar un pie para dar un primer paso, pero al poner todo su peso sobre el pie que había levantado, su tobillo se torció y cayó contra el armario –que era, prácticamente, una de las paredes–, logrando un fuerte estruendo y unos pequeños moretones en un costado y espalda.

La puerta se abrió dejando ver a un hombre que, Sapphire dedujo, sería el corazón noble que la bruja del mar –que, por supuesto, no se equivocaba– predijo que encontraría.

—¿Estás bien? —dijo el hombre que tenía una voz grave y agradable.

—Yo...—musitó Sapphire—. ¿Dónde estoy? ¿Quién es usted?

El hombre la ayudó a levantarse para que se sentara de nuevo en la cama.

—Mi nombre es Joel, estás en mi casa. Estabas desmayada en la playa y te traje hasta aquí con la esperanza que siguieras con vida. —Mientras decía esto, agachó la cabeza—Te veías muy mal, tirada a la orilla del mar.

—Gracias—dijo Sapphire—, por no dejarme morir.

Joel sonrió tímido, salió un momento de la habitación para regresar con un cuenco de caldo en sus manos.

—Ten—le dijo, ofreciéndole el caldo—, bébelo. Te sentirás mejor.

Sapphire obedeció cautelosa. A los minutos, terminó.

—Y—indagó Joel, curioso—¿Recuerdas por qué estabas en aquella playa?

Sapphire buscó excusas nerviosamente. Claramente no diría la verdad, y al no saber que responder optó por la demencia.

—No. No recuerdo.

Joel asintió, comprendiendo.

—Está bien, no hay problema—dijo, levantándose—. Te dejaré a solas. Si necesitas algo, no dudes en buscarme, estaré en el comedor, al final del pasillo. Buenas...

—¡No! Espera—lo interrumpió Sapphire, que empezó a balbucear de nuevo ¿qué excusa tendría ahora para decirle que no podría buscarlo pues no sabía caminar?

—¿Si? —preguntó Joel. No, no podía decirle que no sabía caminar y menos con los montones de mitos acerca de las sirenas peligrosas que rondaban por aquella región rodeada de mar.

—Lo siento, no es nada. Olvídalo—susurro Sapphire, encogiéndose de hombros, avergonzada.

—Bien. Buenas noches—se despidió amablemente Joel, y añadió: —. Recuerda, sabes dónde encontrarme si hay algún problema, ¿de acuerdo?

Sapphire asintió, cabizbaja, y Joel salió, cerrando la puerta tras él.


La Sirena que se Enamoró de un SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora