8. Navidad en el Castillo

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Cuando llegaron las vacaciones de invierno, casi todos los alumnos se apuntaron de inmediato en la lista para regresar a sus hogares a pasar las fiestas. Eso incluía a Hermione, Luna y Ginny. Y aunque la última había invitado al semigigante a pasarse por La Madriguera uno de esos días, éste no pudo más que decir que lo consideraría.

Kelly también se iba, pero Drake y su hermano mayor se quedaban en el castillo, ya que sus padres (que eran aurores) se encontraban en esos momento en medio de una misión.

—Iremos en primavera —había dicho Drake encogiéndose de hombros—. Tenemos que ir a visitar a la abuela de todos modos.

Cuando sólo quedaron nueve estudiantes, la profesora McGonagall agitó su varita en el Gran Comedor y las cuatro mesas de las casas comenzaron a flotar y se acomodaron en forma de cuadrado, dejando espacios en las esquinas para que se pudiera pasar a los lugares de adentro.

Y como todos los años, doce árboles de Navidad fueron llevados al Gran Comedor. Usualmente eran los profesores quienes los decoraban, pero esta vez los alumnos que se habían quedado ayudaron bastante a colocar las guirnaldas de acabo, el muérdago y demás adornos navideños. Hagrid practicó bastante el Wingardium Leviosa en esa actividad.

Hogwarts también era conocido por tener hadas revoloteando alrededor de los árboles, y ese año no fue la excepción. También caía nieve cálida y seca del techo encantando del Gran Comedor, cubriendo todo ligeramente de blanco. En el resto del castillo se hicieron otras cosas como poner carámbanos de hielo permanente en las barandillas de las escaleras y hechizar a las armaduras de los pasillos para que cantaran villancicos cuando alguien pasara por allí.

Las diferencias entre esa Navidad y la anterior eran tan grandes que uno podría decir que se traban de dos lugares diferentes.

    —Era más seguro quedarse aquí en el castillo —le dijo Luke, un amigo de Adrien, a Drake—, por lo que nos quedamos más de la mitad.

    —Y seguramente los Carrow se pusieron a decorar los árboles con muérdago —soltó el chico, sonriendo al imaginarse a los hermanos.

    —¡Ni siquiera hubo pavo!

•  •  •

El día de Navidad Hagrid despertó muy temprano en su cabaña bastante animado. Fang aún estaba dormido, pero con los pasos del semigigante moviéndose por la cocina se despertó, justo a tiempo para ver cómo sacaba de las alacenas superiores un tarro lleno de sus galletas favoritas. El perro jabalinero agitó la cola y saltó sobre la pierna de su dueño, quien le dio un par de galletas.

    También le dio unas cuantas chucherías a Morfeo, su bastante dormilona lechuza, que iba llegando después de su caza nocturna.

Lo siguiente en la lista era ir a visitar a Grawp, su medio hermano gigante. No le tenía precisamente un regalo (pues tarde o temprano terminaba rompiendo todo lo que no era lo suficientemente resistente), pero sabía que igualmente se pondría muy feliz de verlo. Con todos los deberes y otras responsabilidades que tenía apenas tenía tiempo de adentrarse más de veinte metros en el Bosque Prohibido.

    Cargó su ballesta y tomó su lámpara de aceite: todavía no terminaba de amanecer y en el bosque estaría aun más oscuro.

•  •  •

Un poco más tarde, en el Gran Comedor, los profesores dejaron su mesa habitual y se sentaron con los alumnos en el cuadrado de las mesas.

    Además de los hermanos Willson, también se había quedado Luke de Gryffindor, June de Slytherin, las hermanas Anderson, unas mellizas de Ravenclaw y un chico de Hufflepuff. Cuando Hagrid llegó sólo faltaban McGonagall y Sprout.

    Y desde luego que ese año hubo pavo, además de montañas de papas cocidas y asadas, soperas llenas de guisantes con mantequilla y recipientes de plata con una grasa riquísima. Para el postre hubo pudines, buñuelos, bizcocho y un montón de tipos distintos de pastel.

Hagrid procuró no tomar tanto vino: quería recordar ese día.

Los profesores y demás personal habían organizado un pequeño intercambio de regalos entre ellos. Fue bastante entretenido, porque como la mayoría eran muy buenos amigos se dieron regalos bastante extraños y en tono de broma.

Hestia Jones, por ejemplo, le había dado al profesor Slughorne un calcetín viejo. Sólo uno. Ni siquiera el par.

    Y también estaba la profesora Sprout, que le dio a Madame Pomfrey una botella de un muy buen whiskey de fuego que resultó tener simplemente agua.

Hagrid recibió una enorme bufanda tejida a mano de parte la profesora Tanner (de Estudios Muggles), y le dio una enorme jarra de sus dulces de café con leche a Flitwick.

Una vez acabado el banquete y el personal del colegio comenzara a dispersarse (y Adrien aceptara en voz muy alta la cita que June le había pedido), Drake se acercó rápidamente a Hagrid, que estrenaba su nueva bufanda.

    —¡Feliz Navidad! —le dijo tendiéndole una bolsa mal anudada del tamaño de su cabeza.

    Por un hueco que había en la parte superior, Hagrid vio que se trataba de por lo menos dos kilos de grageas de todos los sabores.

    —Kelly y yo intentamos probar todos los colores para que no te saliera una con sabor a vómito o algo así —explicó Drake—, pero probablemente las que creo que son de pistache sean de moco, así que ten cuidado de todas maneras.

    —¡Gracias! —agradeció Hagrid, no muy seguro de cómo iba a comerse todo eso él solo—. Yo también te traje algo...

    De uno de los bolsillos de su enorme abrigo de piel de topo, el semigigante sacó un libro de tapa roja y adornos negros. Del huevo al infierno, guía para guardianes de dragones.

A Drake se le iluminó el rostro al leer el título.

—¿De verdad es para mí? —preguntó muy emocionado.

—Por supuesto —Hagrid le pasó el libro—. A mí me ayudó mucho cuando tuve a Norberta.

—Genial.

—Pero por experiencia, no críes nada ilegalmente, Drake.

    —No lo haré —prometió Drake.

El muchacho le guiñó un ojo antes salir corriendo detrás de Luke.

Una segunda oportunidad, HagridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora