Capítulo 1: Adiós a mi vida

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Doce años más tarde

Los ojos azules de Leo me escudriñaban con desdén, pero algo en el fondo de ellos me atraía irremediablemente. No conocía a nadie más cretino que él. Había conseguido, en menos de dos semanas, volver mi mundo del revés. Le odiaba con todas mis fuerzas, pero sin embargo, siempre acababa acudiendo allí a encontrarle, como si fuera atraída por una fuerza superior. Una de esas como las que se ven en las películas románticas, a veces llamada destino, otras veces llamada fortuna. Yo la llamaba desgracia. Porque para mi desgracia, había caído en sus redes. Para mi desgracia, todos mis pensamientos giraban en torno a él, como un planeta alrededor de su sol... Maldito Leonardo Steinbach.

Pero mi historia no comienza aquí.

Mi historia comenzó dos semanas atrás, cuando mi madre me dio la noticia de que se divorciaba de mi padre. No entendía el porqué. Yo siempre había creído que se llevaban bien. Al menos eso era lo que veía desde fuera, pero claro, una no sabe lo que ocurre dentro de los corazones de las personas.

—Esto no tiene sentido, mamá. ¿Cómo os vais a divorciar? ¿Qué va a ser de mí? No me podéis obligar a elegir entre uno de vosotros. Os quiero a los dos.

—No te vamos a obligar, Alicia. ¿Te acuerdas de los abuelos?

—¿Abuelos?— un leve recuerdo de mi niñez vino a mi mente, pero no había sabido de ellos en años— ¿Es que están vivos?

Ah, sí. No lo había dicho, pero ese día recibí tres noticias: la primera era el divorcio de mis padres. La segunda, saber que mis abuelos seguían vivos. Hacía mucho tiempo que no se hablaba de ellos en casa. Y la tercera...

—Te vas a vivir con ellos.

—¿¡QUÉ!?— exclamé creyendo que iba a morir. —¿Cómo puedes decirme eso así? No voy a marcharme a ningún sitio.

—Lo siento, Alicia, pero ya está decidido. Mañana viajarás a California, a casa de tus abuelos.

  — ¿Mañana? ¿Así? ¿De repente? 

Cuando mi madre habló, sentí que perdía las fuerzas. No podía ser verdad. Mi madre no podía hacerme eso. Caí de rodillas al suelo y empecé a llorar.

—¿Es por la fiesta? ¡Ya te dije que no fue culpa mía!— protesté.

Hacía dos semanas celebré mi cumpleaños, y no es que mis padres no estuvieran informados de la fiesta, pero a veces ocurren cosas que hacen que se nos escapen de las manos. Un amigo trajo a unos amigos que llevaron alcohol a la fiesta. La cosa se puso un poco loca y unos vecinos acabaron llamando a la policía y llevándose a la mitad de invitados a comisaría por llevar alcohol a una fiesta de menores.

—No es por la fiesta, Alicia. No tiene nada que ver contigo.

—¿Entonces es por Kevin?

Kevin era mi novio y a mi madre no le gustaba mucho, aunque por lo general se mantenía al margen. Digo por lo general, porque en una ocasión nos pilló haciendo cosas comprometidas y se enfadó muchísimo, creo que fue la primera vez que mi madre me dio un bofetón, pero nunca pensé que podría llegar a algo así.

—No es por él, Alicia.

—¿Entonces por qué? ¿Qué he hecho? 

—¿Quieres dejar de pensar que esto tiene que ver contigo? Está más allá de ti, de mí y de tu padre. Lo siento de verdad— mi madre empezó a llorar también. Por un momento, sentí la tentación de compadecerme de ella, pero no cedí. ¡Estaba siendo completamente injusta.

—Pues muy bien. Acabáis de arruinar mi vida. Gracias. 

Me encerré en mi habitación y me tiré en la cama a llorar como una víctima. Realmente así era como me sentía. Incomprendida. No habían consultado conmigo. Ni siquiera lo había visto venir. Nada a mi alrededor me había preparado para esto.

Inmediatamente cogí mi móvil y llamé a mi mejor amiga Carla, que tras contarle los planes de mis padres pareció estar más interesada en ellos que en mí.

¿Qué me estás contando? —preguntó alarmada.

—Mi madre es odiosa. No quiere admitir que en realidad lo que quiere es apartarme de Kevin. ¿Cómo puede hacerme algo así?

¿Pero me estás diciendo que se van a divorciar? Creí que tus padres se llevaban bien.

—¡No cambies de tema, Carly! Estoy diciendo que mi madre me va a mandar al otro lado del charco. ¡Que me voy mañana a Estados Unidos!

Pero Alicia... —Carla suspiró y su voz sonó entrecortada.— Te voy a echar mucho de menos. ¿Qué va a ser de nosotras ahora?

—No lo sé... supongo que te puedo invitar durante el verano— contesté triste.

Aquella tarde, Carla vino a mi casa e hicimos nuestra pequeña fiesta de despedida particular. Pasamos toda la tarde charlando e intentando pensar en las ventajas de aquél cambio de vida. Ella me pidió que buscara a algún chico guapo para ella, mientras se aseguraba de que ninguna lagarta se acercaba a mi Kevin.

***

Mis padres me llevaron al aeropuerto por la mañana temprano. El avión saldría en un par de horas. Carla y Kevin estaban allí despidiéndose de mí también.

Abracé a mi padre, que me besó en la frente.

—Ten mucho cuidado, no hables con desconocidos y no te separes de la azafata en ningún momento hasta que no veas a quien te vaya a recoger en el aeropuerto de Los Ángeles, ¿de acuerdo?— mi padre tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Sí papá.

—Y, por favor, haz caso a tu abuela siempre. Así tu vida será más fácil.

—Sí papá. —Aquella última afirmación me dejó pensativa. ¿Cómo era mi abuela?

Pasé por delante de mi madre sin despedirme de ella y fui directa a abrazar a Carla. Pude percibir la tristeza en los ojos de mi madre, pero me dio igual. Ella era la culpable de todo. Si fuera lo suficientemente buena, mi padre no se divorciaría de ella y yo no tendría que marcharme a ningún sitio.

—Sé buena, petarda— dijo Carly llorando sin parar.

—Sabes que no lo seré. —Me reí y ella conmigo.

Luego me acerqué a Kevin, que tenía las manos en los bolsillos. Tenía el ceño fruncido, como siempre que estaba preocupado. Le abracé y le di un casto beso en los labios.

—Te voy a echar de menos.

—Yo a ti también, princesa. —Tomó mi mano, la besó y colocó un anillo en uno de mis dedos. Levanté la mano y vi un anillo de plata. —No me olvides.

Lo abracé triste.

—No, nunca te olvidaré.

Dicho todo, y con una profunda tristeza en el corazón, entré en la zona del aeropuerto donde sólo los que van a viajar pueden entrar. Me giré antes de perder de vista a los que quedaban atrás, y cuando me encontré sola, lloré amargamente. Hasta el punto de que, cuando fui a enseñar mi billete para pasar a las terminales, el hombre que estaba en la ventanilla sintió compasión de mí.

—No llores, chiquilla —dijo sonriendo —seguro que siempre puedes volver a verlos.

No contesté. No consiguió consolarme en absoluto. ¿Cuándo podría volver a verles?

Llegué a la puerta de embarque y allí, una simpática azafata, me guió hasta mi asiento. Ella se encargaría personalmente de cuidar de mí en todo momento.

El viaje fue lento y tedioso. Las once horas que había desde el aeropuerto de Barajas hasta el de Los Ángeles, se me hicieron eternas. Tuve tiempo de pensar en lo miserable que era y en todo lo que dejaba atrás. En mis amigos, en mi instituto, en mi... familia. Recapacité y me sentí fatal por lo que había hecho a mi madre. Fui egoísta, pero deseaba hacerle daño. Quería que sufriera como castigo por lo que me estaba haciendo. Con lo que no contaba era con que yo también sufriría después.

Besé al equivocadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora