Prólogo

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 —¡Alicia! ¡Mira lo que he encontrado!— dijo uno de los niños. La pequeña se acercó y vio maravillada una mariposa entre las manos de su amigo.

—Es muy bonita. Ahora suéltala para que viva— contestó ella.

El niño frunció el ceño disgustado. Le había costado mucho trabajo cazar aquella mariposa y sentía que ella no le daba ningún valor a su esfuerzo.

—No la pienso soltar— contestó sacando la lengua a su amiga.

—No seas tonto. Se va a morir— ella empezó a enfadarse.

—Entonces, si quieres que la suelte, tienes que darme un beso— le propuso. Ella lo miró arrugando la nariz.

—No quiero darte un beso.

—Mi papá dice que eso se hace cuando te vas a casar con una persona, y nosotros nos casaremos cuando seamos mayores. Podríamos empezar a practicar— razonó el niño.

La niña lo miraba con el ceño fruncido no muy convencida.

—¿Por qué se casa la gente?— preguntó con curiosidad.

—No lo sé. Supongo que para juntar su dinero y tener más dinero—contestó él encogiéndose de hombros.

—¿Y si no tienes dinero?

—Pues no te casas...

Ella lo observó triste por unos instantes. La familia de su amigo tenía mucho dinero, pero ella no. Sus padres no tenían nada ¿Querría casarse con ella después de saberlo?

—No quiero besarte. ¿Y si luego no nos casamos? Habremos besado a la persona equivocada.

—Eso no pasará. Firmaremos un contrato.

—¿Qué es un contrato?

—Un papel en el que prometemos hacer algo y no se puede romper la promesa. Por ejemplo, si tú me das un beso, yo prometo soltar a la mariposa— propuso mientras sacudía al pobre insecto atrapado entre los dedos sucios de polvo y arena, después de jugar en el jardín todo el día. La mariposa se retorcía intentando liberarse de su opresor y el corazón de la niña estaba lleno de compasión por el bichillo que luchaba indefenso. —Y entonces nuestro pacto quedará sellado. Nos casaremos cuando seamos mayores.

La niña observó a su amigo dudosa, pero si firmaba un contrato con él, podrían compartir su dinero y ayudar a sus padres, que no podían pagar las facturas. Si firmaban ese contrato, él no podría echarse atrás.

—Entonces de acuerdo— contestó resignada.

Cerró los ojos y puso morritos mientras dejó que él hiciera todo el camino hasta ella. El contacto de los labios de su amigo le resultó cálido y suave... pero en el instante en que sintió la saliva, se apartó, dando un empujón al niño, que perdió el equilibrio y cayó al suelo. La miró desconcertado.

—¡Es asqueroso! Nunca más voy a dar un beso— exclamó mientras se pasaba el reverso de la mano enérgicamente para limpiarse cualquier rastro de aquel beso.

—Eres una tonta— contestó el niño furioso.

Ambos miraron a la mariposa que yacía destrozada bajo la mano del niño. Él tragó saliva nervioso y devolvió la mirada a la niña, de cuyos ojos habían empezado a brotar lágrimas.

—¡Te odio! ¡Eres malo!— gritó mientras se marchaba a su casa.

Él la observaba marcharse mientras su respiración se aceleraba por causa de la adrenalina mezclada con impotencia y rabia.

"¿Una mariposa vale todo eso? ¿Qué pasa conmigo?" se preguntó el niño indignado mientras se levantaba y se sacudía la suciedad de la ropa.

Corrió en dirección a su casa y decidió que las mujeres eran seres complicados y que no merecía la pena tomarlas en serio. Era imposible complacerlas y él nunca se había esforzado tanto por algo como aquella tarde. ¿Por qué había sido tan despreciado? ¿Acaso ella se creía mejor que él? Es más, ¿acaso una simple mariposa era mejor que él?

La niña llegó a la casa y miró hacia atrás. Su amigo no la había seguido. Todo aquello del contrato no había sido más que una mentira. ¿Por qué la habría engañado? Empezó a llorar desconsolada, pues entendió que los hombres no merecían su confianza. Él había matado a la mariposa, y ahora viviría el resto de su vida sabiendo que había besado a la persona equivocada.



Besé al equivocadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora