-Justin... -hablé parada en la puerta de su habitación.
Llevaba una pijama rosa con corazones blancos y el cabello suelto y despeinado alrededor de mi cabeza. El Sr. Orejas estaba abrazado bajo mi brazo, mientras con pasos temblorosos; en parte por el frío, en parte por el miedo, me aproximaba hacia Justin, quien estaba tendido en su cama, profundamente dormido.
-¡Justin! -lo llamé con más urgencia, cuando otro trueno resonó fuera, haciéndome dar un brinco y soltar un gritito. La luz del rayo iluminó la estancia por un momento, y pude ver a Justin parpadeando ligeramente. Fijó su vista en mí, ya que me encontraba parada justo junto a él y frunció el ceño.
-¿Camile? ¿Qué pa...? -sus palabras fueron interrumpidas por otro trueno, y yo volví a saltar, abrazando más fuerte a mi conejo blanco.
Sin decir más, abrió la cama, separando las mantas mientras se arrimaba dejándome espacio. Me metí de un salto, y luego fui arropada por él, mientras luchaba por quitarme el pelo de la cara, sin soltar a mi conejo.
-¿Te despertaste por la tormenta o no haz dormido? -preguntó mirándome por sus párpados entrecerrados por el sueño.
-Me he despertado -respondí mientras me ocultaba bajo su barbilla.
-Duérmete -dijo después de un rato de permanecer en silencio. Besó suavemente mi frente, para luego acomodarse y quedarse profundamente dormido. Al igual que yo.
* * *
-¡No me vengas con eso ahora, jovencita! ¡Estoy harta de ti! ¡Eres increíblemente egoísta y malcriada! ¡No quiero verte más!
Los gritos resonaban desde el primer, retumbando hasta los pisos superior por las paredes, mientras yo era regañada por mi madre en la cocina. Como otras veces, las críticas de mi madre eran mil veces más difíciles que afrontar que las de cualquier otra persona. Sus palabras me atravesaban como cuchillos. Odiaba esa mirada hostil en su rostro, enfurecida.
Estaba consciente de que mi rojo estaba rojo por la rabia y que mis ojos picaban, pero no lloraría frente a ella. Tenía las uñas clavadas en las palmas de la mano hechas puños y me mordía el labio fuertemente.
-¡Lo sé! ¡Soy la peor hija del mundo! ¿No es cierto? ¡Ódiame entonces! Soy cruel, egoísta... ¡de lo peor! ¡LO SÉ!
-¡Cállate! ¡No quiero verte, vete, insolente!
-Tú me trajiste aquí, no debiste haberlo hecho... -mascullé entre dientes mientras me alejaba a grandes zancadas hacia el piso superior.
Lágrimas calientes se deslizaban por mi rostro y sentía arder las palmas, quizá sangrantes, de mi mano. Al llegar al escalón superior de la escalera, mi perfectamente acomodada capa de desinterés e indiferencia que usaba para protegerme, se quebró y un sollozo escapo de entre mis labios. Cada vez que discutía con mi madre y reflexionaba sobre la clase de persona que era, lo único que quería era acurrucarme en un rincón, hacerme cada vez más pequeña hasta desaparecer. Al no tener un padre, o abuelos que me apoyasen, me sentía irremediablemente sola... a excepción de él.
Justin salió de su recámara y me acunó en sus brazos. Entramos a su habitación, y una vez que la puerta se cerró, me dejé caer al suelo, escondí la cara entre las rodillas y dejé que todo el llanto saliera de mí.
Las palabras de mi madre resonaban aún en mi mente, haciéndome sentir cada vez más pequeña, insignificante y desgraciada. Sabía que era todas esas cosas que ella dijo, sabía que era egoísta, insolente... sabía que podía ser muy cruel a veces. ¿Qué clase de persona era después de todo? ¿Era realmente tan mala? Me sentía como una basura, un pedazo de mierda. Lo único que lograba siempre era hacer daño, y es que ¿alguna vez habría hecho algo bien? Otro sollozo escapo de mi garganta. Y las palabras seguían flotando en mi mente, y las punzadas seguían en mi pecho, y el nudo seguía enroscándose en mi estómago... era un dolor casi físico, que me obligó a doblarme más en mi posición. Era increíble como de un momento a otro y con solo unas palabras, mi madre podía hacerme sentir como mierda.
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