Nada más abrir la puerta de la calle supe lo que iba a ocurrir. El frío que pasé aquella noche se quedó en mi memoria grabado a fuego, el aire parecía estar cargado de cristales partidos, diminutos y afilados atravesando mi piel hasta llegar a los huesos, donde pareció quedarse para siempre. Acabé sentado en el portal de algún edificio cerca del río, lejos de mi casa. Nunca olvidaré la sensación de ser una simple mente encerrada en un cadáver que pasa de sentir frío a no sentir absolutamente nada. Ves tu cuerpo, está ahí, contigo, pero no te pertenece. Tus manos no responden y esperas con tranquilidad el momento en que tu corazón también deje de hacerlo.
Ya no me preocupaba no importarle a nadie, ni siquiera que nada me importase a mí, al fin y al cabo yo no era nadie ni me interesaba serlo. Somos todos simples ladrillos de un muro, si nosotros no ocupamos el lugar que nos hacen creer que nos corresponde, otro lo hará y todo seguirá completamente igual. Llega un momento en el que te das cuenta de que ya no queda nada, nadie va a dar nada por ti y la única forma de acabar con tu agonía es vomitar todo tu odio hacia ti mismo de cualquier forma.
Las dos de la mañana, las tres. Los músculos de todo el cuerpo entumecidos, mis ojos en tensión como quien espera ser atacado en cualquier instante, pulsaciones aceleradas cada vez que pienso en si realmente me he vuelto loco.
Las cuatro, las cinco. Lo único que podía escuchar era ruido, suciedad, rencor, vacío y mi corazón desgarrándose lentamente al ritmo de las ideas, que se apaciguaban con el frío, en mi cabeza.
Las seis, las siete. El frío era cada vez más intenso y mi único deseo en ese momento era el de estar muerto. Mi cuerpo era un cadáver a punto de empezar el proceso de descomposición y yo parecía haber perdido la cordura hace horas.
Quizás la sociedad estaba bien y yo era el inadaptado, mera lacra social con negrura en la cabeza, sombras níveas tratando desaparecer y no haber existido jamás, insuficiencia en mí y lo que hacía. Nada me llena, repetía en mi cabeza, despojándome de la poca consciencia que quedaba en mí. Despellejo mi cuerpo cada día sólo para recordarme que no vale nada, que no somos más que apariencias. Todos y cada uno de tus recuerdos gritan, pero tienes que saber elegir cuáles hacer callar, sólo así sabrás que estás haciendo lo que realmente quieres con todo lo que hay en tu cuerpo, y sobre todo, en tu mente.
Aquella fue mi primera noche en la calle, pero tengo que admitir que no fue la última. Saqué fuerzas del más recóndito rincón de mi cuerpo para levantarme del suelo, con un esfuerzo titánico y entre la penumbra y las sombras me arrastré hacia mi casa. Entré antes de que todos despertasen, recogí las cosas para ir a clase y salí de nuevo a la calle. Nunca en mi casa se mencionó que yo no pasase aquella noche allí, bien porque nunca les importé jamás lo más mínimo o bien porque no querían hablarlo, no lo hicieron.

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⏰ Última actualización: Jun 05, 2016 ⏰

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