|| Celos ||

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Estaba agitado. Caminaba rápido, pero no corría, por el miedo de poder lastimarla más de lo que ya estaba. Su respiración estaba entrecortada, mientras que su cabello estaba revuelto y de él caían pequeñas gotas de sudor. Pequeños hilos de sangre caían de la boca de la chica que yacía en sus brazos, y sus ropas estaban algo rasguñadas por el golpe.

Varias personas lo miraban y sus expresiones cambiaban; algunos le ofrecían ayuda pero él sólo los ignoraba y continuaba caminando rápidamente.

Al llegar, pateó la puerta con tanta fuerza, que juró haber escuchado como un vidrio o dos salían volando. Personas corrieron a su alrededor al verlo de esa manera. ¿Cómo no? Era un chico de unos dieciocho años con una chica de unos diecisiete sangrando en sus brazos.

–¿Qué les ha pasado? ¡Tú! ¡Encárgate del chico! ¡Ustedes tres! ¡Lleven a la chica, ahora!–dijo una de las enfermeras con un tono autoritario. –Hola, soy la jefa de este hospital. Debo hacerte unas preguntas, así que te agradecería que la dejarás en esta camilla. Está en buenas manos. Te lo juro.–le susurró, tratando de ganar su confianza.

Él simplemente apretó sus brazos alrededor del cuerpo de la chica, sin querer soltarla, después, se dio por vencido y la puso en la camilla, lento y suave, como si de una rosa se tratara.

–¡Llévensela!–gritó la enfermera antes de dirigirse hacia Gray. –Dime, ¿cuál es tu nombre?–preguntó calmada.

–Gray Fullbuster.–contestó viendo hacia el vacío.

–Bien. Gray, esa chica... ¿Cuál es su nombre? ¿Qué le ha pasado?–preguntó seria.

–Su nombre es Juvia Locksar.

–¿Qué le ha pasado?

–...

–¿Gray?

–...

–Necesito que me ayudes a contestar las preguntas, Gray.–dijo viéndolo fijamente.

–La golpeó un camión.–contestó cabizbajo.

–Bien, gracias.–dijo. –Él te llevará a la sala de espera, ¿sí?–dijo dirigiéndose hacia un chico. Gray solo asintió y salió del hospital. –¡Ey! ¿Dónde vas? ¿Y la chica?

–Está en buenas manos, ¿no?–dijo fríamente antes de darse la vuelta e irse. 

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Prendió un cigarrillo y se lo llevó a los labios. Hizo una mueca al sentir el contacto del humo en su garganta; hace tiempo que no hacía esto y ya no estaba acostumbrado. Después de unos minutos, su expresión se relajó un poco y apoyó su espalda a la pared detrás de el.

Personas pasaban y evitaban contacto con el; madres alejaban a sus hijos de el; hombres le quedaban viendo con una mueca de disgusto. Cualquiera haría eso al ver a un chico fumando, con ojeras, y con su ropa llena de sangre.

–¿Hmm? ¿Gray? ¡Imbécil, qué haces!–gritó Erza arrebatándole el cigarrillo de sus manos, dándole un golpe en su cara. –¡Estúpido! ¡¿Qué haces?!