Sigue: Un desafío peligroso

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Sora ya estaba sintiendo el cansancio, sin obviar el frío que le penetraba la piel y le hacía castañear los dientes pese a que la temperatura había bajado considerablemente a media que fue cayendo la tarde.
Sentía su cuerpo laso pero sus energías y ganas de continuar permanecían inertes como el primer instante, llenos de vigor.

—Bien Sora, esto es lo que haremos ahora; te lanzarás desde el trapecio con una voltereta simple y a medida que vayas girando irás aumentando el impulso hasta convertirla en un giro medio y luego, cuando te acerques al otro extremo te sujetas por los empeines. ¿Está claro?-le ordenó desde su punto.

—¡Sí!—asintió ejecutando las instrucciones que llevó a cabo sin tapujos y buenos resultados, aunque ignorase el fuerte dolor que le ocasionó el salto a sus tobillos pero como no sintió nada fuera de lo normal, decidió seguir y pasar por alto el pequeño inconveniente.

—Muy bueno Sora, estoy orgulloso de ti. Quedará demostrado una vez más quién es la estrella—la elogió Leon con una sonrisa de orgullo indisimulado. A Sora eso le causó buena vibra pues pocas veces se le notaba ciertas reacciones sentimentales como esa. Todo indicaba que las circunstancias jugaban a su favor.


Los días fueron avanzando y alargándose a medida que alcanzaban la segunda semana y los entrenamientos no daban a vasto, al menos para Sora. Ya no eran unos simples juegos de niños y el clima, las presiones del joven Leon así como las exigencias de su propio cuerpo la estaban llevando muy forzada. Callada se tenía la herida que se le formó en el tobillo producto de la fractura silente que creyó inofensiva sin que le pasara por la mente que la misma iría empeorando a medida que era impulsada por la resistencia de su cuerpo, los apretones y sacudidas que le propinaba el joven Leon para que alcanzara el mango que la trasladaba hasta el otro extremo y los pequeños cardenales en las palmas de su mano y en las plantas de los pies.

Todo eso lo ignoraba el joven Leon quien sólo veía el potencial de su pupila y al que no se le pasaba por la mente en que necesitase un descanso por lo menos de un segundo. Sora de todos modos no se lo exigía y éste no se lo concedía por lo ensimismado que estaba en el trabajo.
Rendida cayó sobre la cama esa noche con el sudor frío rezumándole por cada poro de su piel, las articulaciones doloridas por el exceso de movimientos y un punzante dolor que le devoraba como fiera salvaje el tobillo lacerado.

—¿Por qué me duele tanto?... No creo haberme lastimado profundamente-razonó apretando los dientes para amortiguar la incómoda sensación que le aquejaba—. Tal vez sea producto del cansancio... Mañana estará mejor.

Con esas palabras se acomodó bajo el cobertor, confiando en que el sueño repararía los daños causados a su cuerpo y aunque, a veces esto funcionara, no siempre ese recurso provoca resultados milagrosos, se necesitaba algo más fuerte para mitigar las dolencias carnales más profundas.

Con los primeros y débiles reflejos del sol se despertó y quedó plenamente convencida de que el sueño reparó cada uno de sus músculos atrofiados al no sentir dolencia alguna y que el cansancio profundo de ayer había abandonado por completo su cuerpo. Se sentía llena de vitalidad y con el entusiasmo reanudado lista para enfrentar el nuevo reto del día. Así que, con todo ese vigor del que estaba inyectado por todo su cuerpo, se levantó con un enérgico salto mas cuando su pie tocó el gélido pavimento revestido de baldosas de granito, un punzante calambre le hizo cosquillas entre los dedos y como si un martillo de acero sobre un clavo de hierro, sintió el dolor-ese que creyó haberse extinguido durante el sueño nocturno- asestándole los tejidos entre huesos y músculos retorciéndolos sin piedad.

—¡Ay me duele, me duele mucho!—gritó resbalando de sus propios pies y sosteniéndose de las sábanas para amortiguar la aparatosa caída.

Kaleido Star: Nothing is impossibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora