Sus paseos nocturnos habían cesado debido al cansancio de sus huesos, Sans estaba empeorando y aunque lo tuviera presente no quería hacer nada al respecto. Antes caminaba horas, ahora apenas podía mantenerse de pie por 40 minutos aferrandose de los árboles como soporte. Cuando llegaba a su cueva después de sus caminatas sólo caía sobre su cama de hojas y se desmayaba hasta el otro día, el dolor de cabeza era más terrible que cualquier resaca que haya tenido antes.
Temía que empeorara, en realidad no sabía qué estaba esperando para buscar alguna medicina, ¿morir? Tal vez era eso.
Estaba acostado en su cama improvisada mirando hacia el techo rocoso, estaba aburrido, se concentraba en no morir. Se levantó para buscar su celular en su mochila de viaje que había traído de aquella vez en que fue a su casa, revisó entre las cosas un buen rato sin poder encontrar nada. Revisó en los bolsillos pequeños hasta recordar que la última vez que lo había utilizado fue en su habitación.
-Demonios... -Murmuró.
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No esperaba volver a su casa sólo por un miserable artefacto, pero tampoco tenía pensado morir de aburrimiento en la cueva. Además se llevaría su almohada pues su cráneo ya se estaba volviendo cuadrado con el duro suelo de la cueva.
Llegó a casa y giró el pomo de la puerta, le extrañaba que esta estuviera abierta a esas horas de la madrugada, ¿acaso Papyrus quería que entraran ladrones a la casa? ¿Acaso era imbécil? Entró dando un vistazo a todos lados, verificó que no hubieran muros en la costa para así entrar sin problemas. Se acercó a la cocina al olfatear un aroma extraño, el lavaplatos estaba lleno de platos y cubiertos sucios que de por seguro estaban allí hace días.
-Hm, y así me hace llamar flojo... Pedazo de imbécil. -Sans retrocedió ante el olor pestilente, estaba perdiendo el tiempo en cosas que no le deberían importar. -... -Pero aunque quiso seguir su camino no pudo evitar lavar los platos primero, tampoco podía ir en contra de los quehaceres de la casa a los cuales ya estaba acostumbrado y no podía bloquear sus impulsos a hacerlos. Papyrus lo había domesticado, lo había convertido en la empleada de la casa.
Terminó de lavar los últimos platos sucios de lasaña y se secó las manos en su ropa para subir a su habitación, pero en ese preciso momento escuchó un leve ruido provenir de la sala, como si alguien hubiera arrastrado algo en el suelo. Sans se asomó para ver de qué trataba. Tal vez verdaderamente había entrado un ladrón o quizás Papyrus había llegado a casa después de alguno de sus entrenamientos o algo así.
Y había acertado, solamente que en este cado al parecer Papyrus siempre había estado en casa, durmiendo en el sillón completamente estirado con uba mano sobre sus costillas y otra en el suelo. Sans se acercó con miedo, pudo ver que el ruido había prevenido del control remoto que la mano de Papyrus había empujado por el suelo. Avanzaba y retrocedía constantemente por miedo a que despertara, no quería que lo viera y comenzara una pelea o discusión de la cual sabía que terminaría perdiendo sea lo que sucediese. Solamente quería verlo dormir como antes lo hacía, luego de aquellas noches en que todo se volvía oscuro y doloroso, como aquellas veces hace mucho tiempo en que podía verlo dormitar sobre su regazo o en su habitación cuando le pedía ser su almohada. Sabía que eso lo hería aún más y que no lo ayudaba en su objetivo de olvidar sus sentimientos por él, pero ya estaba acostumbrado al dolor y eso nunca cambiaría.
Ni Papyrus ni él se veían bien, ambos se veían como el asco, en él podía saberlo con tan sólo ver cómo dormía todo doblado y la manera en que apretaba sus mandíbulas. De tan sólo pensar que ya todo en ellos había acabado, que ya ni siquiera la palabra "hermano" existía ni resonaba entre ellos lo hundía más en su depresión, no sabía qué hacer. Pero, ¿hacer qué, exactamente? Sabía que ya nada iba a cambiar, ¿por qué insistir? ¿Para qué seguir torturandose? No le veía el fin a eso.
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Enséñame A Amar.
ФанфикTodo en la vida tiene un límite, incluso en el amor. Aquello fue lo que Sans aprendió durante el tiempo, pero que nunca quiso reconocer por temor a perder a quien era dueño de su corazón, siendo este Papyrus, nadie más que su propio hermano. Sin...