Capítulo 3.

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Despertó en su habitación tendido en su cama, solo tal y como lo esperaba. Tampoco era como si esperase que Papyrus estuviera allí para preguntarle cómo estaba o si necesitaba algo, o al menos para hacerle compañía aunque fuera con insultos y regaños, él solamente quería que al menos una vez estuviera a su lado. Pero no, había aprendido desde hace mucho a no hacerse falsas esperanzas.

Sus huesos parecían ser de mármol, dolían con tan sólo moverse un centímetro para acomodarse sobre las sábanas. Sentía como si hubiera luchado contra un ejército entero y no haber dormido en miles de años, temblaba sin razón y no podía detenerlo. Sin dudas estaba en malas condiciones y eso ya lo sabía desde hace un buen tiempo atrás, y aún así no se dio el trabajo de evitarlo. Ya desde hace meses que Sans no comía y en su lugar sólo bebía mostaza aún si esta estaba en mal estado, sus horarios de sueño habían cambiado y aunque quisiera a veces pasaba días sin dormir. Su humor iba de mal en peor, poseído por el enojo, el estrés y la depresión sin sentido, llegando al extremo de no soportarse siquiera a él mismo.

Solamente pedía no desfallecer en medio del pueblo o mientras bajara las escaleras, tampoco quería sufrir un accidente y quedar un mes postrado en cama haciendo lo que siempre hacía, nada.

Bajó al primer piso con dificultades en las piernas, sin duda alguna estaba mal, pero ya a esas alturas no podía hacer nada.

Papyrus no estaba en su habitación ni en la casa, eran las 03; 34 de la madrugada y eso sólo significaba que andaba por allí con algunas putas o bebiendo en algún bar, con más putas. Era seguro que llegaría ebrio así que antes de que apareciera por la casa Sans debía ya estar encerrado en su cuarto, para así evitar peleas y posibles ataques sexuales que terminaran por empeorarlo.

Llenó un vaso de agua y se lo llevó a la habitación, no tenía apetito incluso sabiendo que el refrigerador estaba lleno de botellas de mostaza recién traídas de la tienda. Sólo tenía ganas de dormir y no despertar en una semana más, el dolor en su cráneo ya lo estaba sacando de quicio y la televisión no sería una solución.

Subió una vez más las escaleras y entró a su cuarto arrastrando sus pies imaginando cómo se vería su rostro en esos momentos, tomando en cuenta cómo se sentía, tan igual como a un pedazo de estiércol. Se sentó en la cama y bebió el líquido con disgusto, ya ni siquiera el agua le parecía bien. En realidad ya nada le parecía bien, todo a su alrededor parecía ser gris y repulsivo, todo parecía estar mal aunque quisiera no pensarlo. Quizá sólo era cosa de esperar para que las cosas pasaran y cambiaran a ser como antes, o no, pues seguiría siendo la misma mierda que en esos instantes.

Se quedó dormido mientras pensaba recostado en su cama sobre el rumbo en que iba su vida, pero volvió a despertar minutos después al sentir algo entrar a su habitación.
El traqueteo de sus muebles le advirtieron que alguien estaba dentro y que estaba tropezando con todo a su paso.

-Mierda...

-¿Papyrus? -Se sentó en el mismo lugar en donde estaba para verificar la presencia de su hermano. La puerta estaba abierta y algo parecía moverse a los pies de su cama, estiró un poco el cuello para observar mejor, pero jugar a escondidas no le fue un problema para desenmascarar al extraño pues el aroma a cerveza y de perfume de mujer le dieron la respuesta.

-¿Qué demonios haces aquí? -Preguntó Sans. -Tu aroma me apesta, así que vete levantando y te me largas de aquí... ¡Hey, si vomitas en mi cama te mato!

-Cá...llate, *hip* estorbo... -Papyrus logró levantarse del suelo luego de múltiples intentos, se sujetó de la cama y como un gusano fue arrastrándose sobre ella hasta Sans.
-¡Ja, mírate! ¡Me das pena, "Gran Papyrus"! -Sans aprovechó el momento de debilidad de su hermano para burlarse e insultarlo mientras reía ante su miserable apariencia. -Oh Dios, si tuviera mi cámara ahora mismo yo-¡H-Hey, suéltame!

Enséñame A Amar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora