Secreto

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Cuando faltaban 14 minutos justos para las doce Nía se acercó a mi. Me cojió del brazo y me sacó del montón de gente.
Caminamos, aún bailando, hacia las afueras del campamento y cuando la música ya no se oía nos paramos frente un tocón. Hacía unos tres metros de díametro y parecía cortado por un rayo. Un escalofrío recorrió mi espalda.

Nía murmuro unas palabras que no entendí y me pidió que la ayudara a mover una cercana piedra que haría de escalera. No lograba comprender por qué quería subir ahí mas la ayudé, Asita me había curado el brazo que tenía roto y quería hacer algún esfuerzo con él.

—Clare, voy a subr ahí arriba. Fijate en cada movimento que haga y cuando no me veas repitelos exactamente como lo he hecho yo.— advirtió Nía —. Si no lo haces, todo saldrá mal. No quieras saber las consequencias.

Subió, con admirable dominio, pisó un nudo del árbol y se clocó en el centro. Extendió los brazos y, desde abajo, una luz azul la iluminó. Se elevó unos centimetros de la superfície en la que tenía los pies y en unos segundos el tocón se la tragó.
Repetí el mismo procedimiento. La sensación fué singular. De pronto me encontré en una gran sala. El ambiente era tan frío que se me helaba el aliento. Las paredes estaban recubiertas de círculos de metal, más tarde descubrí que se trataba de millones de pergaminos en su funda ordenados en estanterías. En el fondo de la estancia había un gran rubí que ocupaba toda la pared.
Me acerqué a él y me percaté de que no había ningún foco de luz. Todo se veía con claredad pero no había ninguna iluminación específica como sería la luz del sol, las antorchas, bombetas... Todo estaba igual iluminado, la luz salía del suelo y el techo.

Nía apareció por detrás:
—Te estaràs preguntando qué es todo esto, ¿no? Ven y te lo explico.

Del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora