Capítulo tres: "Estoy enamorado de ti."

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Y soltó la bomba. No era el momento, ni el lugar, ni la situación indicada. Pero aún así lo soltó.
-Estoy enamorado de ti, Elyon Black.
Sencillo, claro, conciso.
Y se dio cuenta de lo que suponía decirlo en voz alta. En su mente no parecía tan real. Quizás por eso no pudo controlar el impulso de decirlo. Porque la realidad les golpeó a los dos en la cara como si fuese un puñetazo. Un gran y doloroso puñetazo.
El rubio rápidamente estudió su expresión. Podía escuchar cómo su propio corazón latía desbocado, suplicando algún tipo de reacción típica en la chica. Sarcasmo, negación, crueldad.
Pero nada de eso se hizo presente en su rostro.
En cambio, simplemente siguió leyendo. Y Edward se preguntó si de verdad le había escuchado.
Cuando empezó a calmarse, se percató del sutil temblor del libro que Elyon sostenía. Ella entera estaba temblando levemente.
-Está bien, Edward.- murmuró. No era capaz de controlar su propia respiración, sus pensamientos, o el estúpido temblor de sus manos.
Ninguno de los dos sabía qué hacer o decir para dejar de sentirse tan... Avergonzados.
Edward se maldijo por haber sonado tan inseguro. Por haberse enamorado de ella. Por ser tan egoísta al esperar algo de ella que probablemente no podría darle nunca.
Porque Elyon era diferente. Era fría y dulce; era cálida y despiadada; era sencilla y complicada; era luz y era sombra; era realidad y era sueño.
Ella lo era todo y nada.
-Lo siento. No debí haber dicho nada.- se disculpó el mayor. Suspiró. Tiempo atrás le había pedido que le dejase quedarse a su lado como un simple amigo. Aunque en ese momento ambos sabían que no eran sólo amigos.
-Te he dicho que está bien, Ed. Deja de darle vueltas.- contestó ella, apretando con fuerza el libro en sus manos.
Ni siquiera ella sabía cómo se sentía. Así que prefería dejar el tema de lado.
-No es culpa mía. Yo no deseaba esto.- siguió hablando el chico de ojos dorados. Estaba nervioso, decepcionado y algo herido.
Ser rechazado por una chica antisocial, sarcástica, indiferente y que probablemente no era humana no debería doler de la manera en la que a él le dolía, no?
Porque se sentía completamente insignificante. Y él era Edward Elric, maldita sea. Él era un famoso alquimista valeroso...
Que acababa de ser duramente rechazado por una chica de dieciséis años.
-Edward... ¿Estás seguro de que es buena idea? Quizás deberías alejarte de mi.- opinó Elyon.
-Deberías cerrar la boca antes de que decida cerrártela yo o tirarte por la maldita ventana del tren.- le respondió con dureza. ¿Realmente acababa de decirle algo así?
Ella abrió mucho los ojos, sorprendida. Le observó durante unos segundos y cuando él clavó su mirada fría y dolida en ella, la chica bajó la suya al suelo.
Se sentía realmente mal. Pero era culpa de Edward. ¿No era capaz de entender que no era el momento de hablar de ese tema?
-No te permito hablarme de ese modo, Elric.
-Eres tú la que quiere que me aleje.- se levantó, apretando con fuerza los puños.
Elyon suspiró y ocultó el rostro entre sus dedos.
-Edward... Lo siento. No quería decir eso.- murmuró. En realidad ella no quería que se alejase.
-¿Ahora quién es la bipolar?- enarcó una ceja, molesto.
-Solo... Me has pillado desprevenida. Perdón. Ya sabes que no soy buena con... Estas cosas nuevas. Necesito tiempo para pensar, y no es agradable que me presiones.
Su mirada era semejante a la de un pequeño conejo indefenso ante el acecho de un hambriento león. Por un segundo, Edward se olvidó de respirar. Pensaba que conocía todas las emociones que la mirada de la chica podía mostrar, pero se equivocada. Porque ahí mismo, en sus ojos, tan azules e inmensos como el océano, vislumbraba la sombra oscura del miedo. Como un gran peligro submarino, un monstruo que se erguiría en cualquier momento, destrozando todo a su paso.
Era imposible no sentirse abrumado ante algo así. Ante unos ojos tan expresivos y a la vez tan misteriosos.
Suspiró y se sentó de nuevo.
-Perdona, Elyon. No quería hacerte sentir así.- murmuró y los dos se sumieron en un incómodo silencio. 
Entonces el paisaje cambió. Ya no eran esas cómodas y alegres colinas verdes. Era un entorno completamente hostil. Nieve densa cubría todo, y una niebla espesa se elevaba desde el suelo, dificultando el paso de la luz solar.
La chica no pudo evitar sonreír y levantarse de un salto, acercándose más a la ventana. Posó ambas manos en ella y pegó la nariz al cristal, observando la nieve por primera vez.
Soltó una suave risa al ver a unos niños jugando con la nieve a lo lejos. Parecía divertido.
-Si quieres, podemos hacer un muñeco de nieve antes de llegar a la posada.- le ofreció Edward, sonriendo. En esas ocasiones, ante la tierna y hermosa sonrisa inocente de Elyon, era cuando él se sentía más vulnerable. Como si ella no fuese más que una niña de 16 años normal y corriente. Como si no hubiesen intentado matarles. Como si ella fuese una persona corriente.
Pero de ninguna manera lo era.
Ella en cambio, intentó no devolverle la sonrisa. Intentó volver a cerrar su coraza, pues no deseaba darle esperanzas inmediatas a Edward y que siguiese presionándola. No quería que el rubio se diese cuenta de lo mala que era para las relaciones.
No quería quedarse sola de nuevo. No quería volver a aquel vacío. Tampoco creía poder soportarlo.
¿Qué diferencia había entre haber estado sola antes y estarlo de nuevo después de conocer a Edward?
Aunque ella intentase convencerse de lo contrario, sabía que le costaría la vida aprender a vivir sin ver el rostro del muchacho. Sin agredirle verbalmente, sin bromear juntos, sin sus estúpidas ordenes, su manera peculiar de expresar todo lo que sentía sin inmutarse, y al mismo tiempo, avergonzarse por ello. Echaría de menos el sonrojarse por sus palabras, el perderse en sus ojos dorados como el sol de un atardecer. Su forma de envolverla en palabras bonitas, que se sentían más como promesas sencillas. Promesas del día a día. De esas que Sophie decía que eran las que importaban.
Le extrañaría demasiado. Pues era la única persona por la que su corazón había pasado de latir desbocado a pararse directamente en menos de un segundo.
Así que no pudo hacerlo. No pudo dejar a Edward fuera de su coraza de nuevo. No pudo simplemente soltar un comentario sarcástico.
Sabía que si lo hacía, estaría a menos de un paso de perderle.
-Ed... T-te... Yo... Umm... Creo que... Creo que... Mierda.- gruñó para si misma. No era tan difícil decirlo, ¿No?
Todo el mundo lo decía siempre.
El chico de ojos color ámbar la observó con curiosidad. El cambio de actitud de la chica le había sorprendido.
-¿Si?
-Mierda. Creo que te quiero.- soltó de una vez, poniéndose completamente colorada. Su expresión mostraba el ceño fruncido y los labios firmemente apretados. El corazón le latía a mil por hora.
Pero no importaba. Porque cuando Edward la envolvió en un fuerte abrazo, pudo sentir que el suyo no era el único corazón que latía con fuerza. 

Elyon Black: el misterio de Sophie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora