Capítulo cinco: En casa.

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Ambos sabían lo que el otro sentía. Elyon, impulsiva como era, deseaba que fuese Edward quien la detuviese. Que detuviese el deseo que recorría todos los nervios del cuerpo de la morena.
Porque ninguno de los dos quería parar, pero debían hacerlo.
Edward no quería tomarla en aquel momento, así no era como él iba a ganar completamente su corazón.
No quería asustarla. Necesitaba con toda su alma estar seguro de que Elyon le amaba del mismo modo en que él lo hacía.
No deseaba tomar a la chica esa noche, para descubrir a la mañana siguiente una nota de disculpa y un vacío en la cama. Porque cada vez que Elyon estaba asustada de si misma, huía lejos de él.
Y el rubio eso no podría soportarlo.
Ambos lo sabían, pero la pasión y el deseo eran demasiado fuertes para ignorarlos.
Elyon era una maraña de sensaciones. Notaba las manos de Edward recorrer su espalda y sin darse apenas cuenta, su camiseta había desaparecido. Tan solo el sujetador la cubría.
Pero no era capaz de sentir vergüenza.
Siguiendo un impulso, saltó sobre el rubio, rodeándole con ambas piernas, sujeta por sus brazos apoyados en los hombros del mayor. Él aumentó en ese momento la intensidad del beso y Elyon pensó que nunca había visto a Edward actuar de manera tan feroz con ella. Él mordió suavemente su labio superior, separándose para coger una bocanada de aire.
Los dos abrieron los ojos al mismo tiempo, y sus miradas volvieron a chocar, sus respiraciones aceleradas.
Edward observó maravillado cómo los orbes azules de la muchacha se habían convertido en dos océanos agitados, con el deseo todavía brillando en ellos.
Elyon en cambio, se sintió intimidada por la mirada del chico al que acababa de besar. Sus ojos dorados la acechaban como un león hambriento lo haría con su presa. Como si fuese a comérsela.
¿Quién decía que la magia no existía? Ellos estaban sintiéndola por toda la habitación en aquel momento.
O quizás fuese una de esas ilusiones momentáneas, como cuando despiertas en la oscuridad y crees que la ropa de la silla es un asesino.
Sea como fuere, Elyon sintió un tirón en su pecho. Después, unas incontrolables ganas de echarse a llorar. Para ella, que nunca había encajado en ningún lugar, que siempre había sido ella contra el mundo, el sentimiento que estaba experimentando era demasiado fuerte e impactante.
Porque allí mismo, en los brazos de Edward, descubrió lo que era sentirse en casa. Descubrió lo que era sentir paz y sosiego, sentirse protegida.
Y lo creyó de verdad. Creyó en que podía romperse finalmente delante de Edward. Creyó en que él se quedaría a su lado aunque supiese lo verdaderamente rota que estaba en su interior.
Y las dejó salir. En ese momento se echó a llorar como nunca pensó que lo haría. Sus lágrimas recorrían cual torrente sus mejillas, y sus sollozos estaban tan cargados de dolor acumulado que el chico que la sostenía sintió que le fallaban las fuerzas.
Él la llevó hacia la cama lentamente, sujetándole los muslos con un brazo, mientras que con el otro la atraía hacia su pecho, intentando reconfortarla.
Se sentó en la cama y la colocó en su regazo, sin dejar de abrazarla.
Edward podía sentirlo. Podía sentir por primera vez todo el dolor que Elyon cargaba a su delgada y hermosa espalda. Sintió todos los sentimientos que ella se había callado todos aquellos años y su corazón se rompió en pequeños pedazos.
Era abrumador y liberador a la vez escuchar a Elyon derrumbarse de aquella manera.
- Shh... Ya pasó, Elyon. Estoy aquí, pequeña. Nunca más estarás sola.- le susurró y acarició sus sedosos rizos con ternura.
Ella lloró con más fuerza al escucharle. Pero él, lejos de asustarse por ello, le dedicó una suave sonrisa llena de cariño.
- Puedes llorar y derrumbarte todas las veces que quieras. Puedes hacerlo, porque eres una luchadora. Y cuanto más rota creas estar, más hermosa y fuerte te levantarás. Lo sé, pequeña. Estoy aquí y te sostendré tanto tiempo como quieras.- siguió susurrando palabras a su oído, mientras la acunaba como si fuese un bebé. Como si fuese lo más preciado que podría sostener.
Edward nunca tuvo ni idea de cuántas veces Elyon había deseado con todas sus fuerzas que alguien le dedicase unas palabras, un gesto o una mirada como las que Edward le dedicaba.

Elyon Black: el misterio de Sophie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora