El gran paso 7

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Una película constante era en mi cabeza lo sucedido con Diana. No pasaba ni un minuto del día en que su boca y sus besos no invadieran todos mis pensamientos, mis deseos, mis necesidades.

No mentí cuando le dije que todo aquello se trataba solo de ella, pero debía admitir que cada minuto que pasaba, se volvía algo más indispensable y necesario para mí. La atracción que sentía era demasiada y mi necesidad de sentirla, de poder tenerla cerca, de poder mirarla ya era casi irracional. La necesidad latente de hacerle el amor ... YA era irracional.

Lucía era alguien lejano para mí ya, de hecho, la misma noche después de la sesión de besos con Diana no pude ni siquiera acercarme a ella. Pensó que era por cansancio, pero al final, tuve que admitirle que era algo más que cansancio. No quería avanzar más en lo poco que teníamos con mentiras, así que le hablé de Diana y le expliqué que aunque sabía que no había futuro posible con ella, igual quería tener esa vivencia. Como era de esperarse, no lo tomó muy bien, no lograba entender como prefería vivir aquello con una chiquilla que a la vuelta de la esquina saldría corriendo sin mirar atrás ... yo tampoco lo entendía, pero ya estaba en plena caída libre y sin posibilidad de detenerme.

Ingrid sólo me escuchaba. Le hablé de esos primeros besos y de los que vinieron en las otras dos visitas siguientes. Besos y caricias que aunque eran el preámbulo perfecto para ir más lejos, mantuve la situación bajo control. En mi mente no cabía la idea de tener ese primer contacto íntimo en un puff dentro de la tienda. Por otro lado, a pesar de que Diana manifestaba de diversas manera que quería dar ese paso, en el fondo, se veía insegura, temerosa, dudosa, así que le propuse que nuestro próximo encuentro fuese en un hotel; pero no porque significara necesariamente que intimaríamos, sino para tener un mayor contacto y sin límite de tiempo. Por supuesto que ella no estaba tan segura de que esa fuese realmente mi intención, pero al menos no se negó.

Llegó el día y con muchos nervios por parte de ambas, nos vimos frente a la puerta de la habitación. Mis manos temblaban y las de ella supongo que también, pues las tenía ocultas dentro de los bolsillos de su chaqueta. La miré para asegurarme de que quería seguir adelante, ella tragó grueso y asintió ligeramente con la cabeza.

Introduje la llave en la cerradura y al darle vuelta, mi corazón saltó. Era real, estábamos allí.

Entramos en silencio y observamos el ambiente, que como toda habitación de hotel, era fría e impersonal. Cortinas aluminizadas que impedían cualquier contacto con el exterior, cama con sábanas blancas y sin decorados. Cabecera amplia con luces led incorporadas y un gran espejo en la pared. Un pequeño closet a un costado, un televisor mediano justo frente a la cama encima de una pequeña peinadora y un sólo cuadro, de figura abstracto en la pared que separaba la habitación del baño.

Nos quedamos frente a la habitación un par de minutos sólo mirándola. Sin hablar. Asimilando que estábamos allí y que no habría excusas o el límite de una hora para abrir la tienda. Teníamos 5 horas a nuestra disposición y estaba claro que en ese tiempo, cualquier cosa podía suceder.

-No está tan mal _ Dije para romper el hielo. Ella me miró de soslayo y sonrió.
-No tanto.
-¿Esperabas otra cosa?
-No tenía expectativas ... a la final, todos son iguales.
-Eso sí _ Me encogí de hombros. - Bueh, a ponernos cómodas _ Dije levantando la bolsa con el jugo y los dulces que compramos para pasar la tarde - Me muero por probar el mousse de parchita que compré _ Levanté varias veces las cejas.
-Jajajajajajaja te gusta mucho ¿no? _ Se rio finalmente con alivio. El cambio de tema la relajó un poco.
-Mmmmm me encanta _ Yo ya estaba colocando la bolsa sobre la peinadora para sacar las cosas - ¿Quieres tu dulce?
-No. Aún no, pero sí un poco de jugo.
-Ya te lo sirvo.

Sin mirar atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora