Capítulo 7

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Desde aquella primera comida, Vladik y el perro se sumieron en una especie de rutina. Antes de que saliera el sol, el médico se levantaba, le revisaba los vendajes y le buscaba un desayuno al animal, después se iba a hacer su ronda durante el resto de la mañana y regresaba antes del atardecer para alimentarle de nuevo, sólo para volver a marcharse para otra ronda. Vladik siempre dejaba la puerta abierta para que el animal saliera si sentía necesidad. En ocasiones entraba un soldado en el carro a llamarlo y él salía corriendo a duras penas tras él.

Por las noches se dedicaba a escribir en hojas amarillentas y a leer enormes libros con dibujos de animales en su portada. Cuando notaba que el cansancio estaba ganando la batalla y no podía mantener los ojos abiertos, se tumbaba junto al perro y le contaba historias de su pasado hasta que se quedaba dormido.

Vladik le explicó en cierta ocasión que, al haberse criado en una granja, sentía una devoción y respetos insólitos hacia los animales, en los que veía un honor del que muchas personas carecían. Esto, sumándose al hecho de que era una persona muy pacífica, le había llevado a desear ser veterinario, pero su padre le insistía en que si no quería servir a su patria como soldado, lo hiciese como sanador. Al final, Vladik completó sus estudios como médico y se unió al ejército, pero nunca había dejado de lado su sueño y a lo largo de toda su vida había estado reuniendo y estudiando obras sobre zoología y veterinaria.

Sabía que los demás soldados no aprobarían su deseo secreto, así que escondió los libros en su espacio personal y solo estudiaba cuando nadie lo veía. La única persona que sabía de su ambición era Morek y él era una tumba en cuanto a todo lo que le contaba.

-¿Sabes, perro? –Le preguntó mientras esbozaba una de sus brillantes sonrisas-. Ahora mismo sé lo mismo que un veterinario, sólo me hace falta experiencia y me parece que tú me has proporcionado algo con esa herida tan fea que tenías. Parece que he hecho un buen trabajo, ¿no? Apenas han pasado unas semanas y ya está casi curado....

Se interrumpió y entrecerró los ojos, repentinamente pensativo. Al cabo de unos instantes, murmuró:

-Um... ahora caigo en la cuenta de que no tienes nombre. Llevas conmigo casi un mes y no te he puesto ninguno. Siendo sinceros, me estoy cansando de llamarte perro.

Se levantó del camastro y caminó hasta la única ventana, junto a la cual estaba el perro. Se sentó a su lado y le acarició la cabeza lentamente mientras volvía a cerrar los ojos.

-Déjame pensar en uno. Debe de ser como tú: elegante, sincero y valiente. Déjame pensarlo –repitió susurrando-. Daré con uno... eventualmente.

Al perro no le hacía falta mirar para saber que Vladik se estaba durmiendo. Cada día se le notaba más el cansancio en el rostro. Cuando comenzó a oír suaves ronquidos se levantó, cogió al hombre por la camisa con los dientes, con cuidado para no hacerle daño y lo arrastró hasta el camastro en el suelo en el que descansaba normalmente. Cuanto estaba a punto de marcharse de nuevo a su rincón, una mano le palmeó suavemente el lomo.

-Sabía que podías andar, perro –murmuró Vladik con ojos somnolientos antes de volver a caer en la mullida inconsciencia.

A la mañana del día siguiente, Vladik se lo llevó a su ronda y le mostró el campamento y los sitios en los que el perro tendría suficiente libertad para ir por sí sólo. Aunque el can caminaba con una ligera cojera, se sentía bastante feliz de poder andar y correr por un espacio abierto. Muchos soldados lo acariciaban al pasar o le daban algún trocito de comida y en cuestión de una semana todo el asentamiento lo conocía.

El can quería serle de utilidad al médico y cuando a este se le olvidaba el botiquín o alguna otra cosa, el perro volvía corriendo hasta su carro, lo cogía y lo llevaba de vuelta hasta él, para dejarlo a sus pies, lo que causaba las carcajadas de Morek y los demás siempre que lo veía, aunque Vladik nunca se lo tomaba mal.

-¡Madre de Dios, Vladik! Que tenga que estar un perro recordándote lo que tienes que llevarte... eres un desastre terrible, hombre, no sé cómo no te has caído todavía en alguna trampa por no estar mirando.

-Eres un exagerado. Y deja de sacarle brillo a la ametralladora, me pones nervioso.

-Se llama Ewa. Apréndete el nombre de una vez, inútil.

El médico se mordió el labio al recordar que aún no había encontrado un nombre para su compañero:

-¡Ah! Hablando de nombres, ¿cómo podría llamar al perro? Es un animal muy noble y merece uno adecuado.

Morek observó al animal durante unos minutos, sin dejar de acariciar el cañón de Ewa y finalmente dijo en una voz tan baja que sólo el perro escuchó con claridad:

-Alesky.

-¿Qué? ¿Has dicho algo? No te he escuchado bien, perdona.

-He dicho Alesky –repitió alzando la voz.

-¿Qué significa?

-Defensor de la humanidad. Mi tío se llamaba así.

-¿Tu tío? Ah.

Vladik calló. Todos habían escuchado las historias sobre el tío de Morek. El hombre fue un excelente soldado, un héroe de guerra en tiempos de paz al que su amigo idolatraba cuando era niño. En cuanto cumplió la mayoría de edad, decidió seguir los pasos de su tío y convertirse en militar. La batalla lo había curtido en poco tiempo y ya quedaban lejos los días en los que Morek había sido un chiquillo feliz e impulsivo.

-Está bien- carraspeó el médico-. Alesky me gusta. ¿Y a ti, perro?

Por primera vez en mucho tiempo, el animal abrió la boca y emitió un ronco ladrido.

-Vaya por Dios, empezaba a pensar que eras mudo, Alesky –dijo Vladik haciendo hincapié en el nombre.

Morek alzó la cabeza y esbozó una pequeña sonrisa bajo la espesa barba negra.

Quizás el perro no recordase como se había llamado en su anterior hogar, pero ahora sabía quién era. Se llamaba Alesky y tenía una misión. No la había olvidado en ningún momento, pero quizá podría quedarse un poco más de tiempo con estas personas que lo habían salvado. Después de todo, no le valdría de nada a Misha si no estaba sano.

Canis BellatorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora