Dos meses después.
Misha Vorobiov contemplaba absorto las flores que crecían junto a la casa. De vez en cuando se asombraba de que la belleza pudiese prosperar en los lugares más horribles. Decidió que le llevaría una a Rinat. Lo había adoptado hacía unos meses y el niño sabía que por muy ocupada que estuviese, su nueva madre siempre tendría tiempo para él.
Rinat y Tosya Vasiliev eran un matrimonio que había perdido a todos sus hijos por culpa de la guerra y Misha era un niño que había perdido a sus padres por el mismo motivo. Eran la combinación perfecta.
Padre se fue por eso. A madre la mataron. Yo los mataré. Solía pensar mientras observaba a los soldados. A los malos soldados. Había algunos que cumplían con su deber y no asesinaban gente a sangre fría por el simple hecho de tratar que le arrebatasen a sus hijos.
Recordaba como una pesadilla los días en el helado y duro orfanato donde lo llevaron tras arrancarlo de su casa, donde el silencio era la norma y la tristeza dominaba el ambiente permanentemente.
Pero si su estancia en el hospicio era un mal sueño, la adopción de los Vasaliev debería ser descrita como uno de sus mayores anhelos cumplido.
Durante el primer mes en su nueva casa apenas habló, demasiado sumido en sus dolorosos recuerdos, demasiado desconfiado de todo. Todo cambió el día en el que Tosya lo sentó junto a él en el sofá del salón y le explicó que la vida no era tan injusta como parecía.
El niño había estado roto, a punto de caer en un abismo y ellos lo habían retirado del borde y le habían remendado sus desgarros.
Ahora tenía una familia que lo quería y nuevos amigos, un lugar donde dormir, un lugar alejado de la terrible guerra de la que todos los adultos hablaban entre susurros, como si los niños no supiesen ya de ella.
Misha suspiró, tratando de nuevo de olvidarse de su pasado y alzó la mirada hacia el bosque. Por un momento pensó que su vista lo estaba engañando. Una figura avanzaba lentamente hacia allí. Le costó unos segundos darse cuenta de que era un perro. Conforme se acercaba, el niño se dio cuenta de que le resultaba familiar.
El can era grande y parecía tener unos cuantos años, estaba muy delgado y bastante sucio, pero se le notaba la fuerza en la mirada. De repente el animal se detuvo y olisqueó el aire. Fijó la vista en él y corrió como si le fuese la vida en ello. Saltó sobre su pecho y le lamió la cara con desesperación. Cuando Misha consiguió poner algo de distancia entre ellos recordó, finalmente, que aquellos ojos que lo miraban con tanta ansia eran los mismos de los que tenía recuerdos de su anterior casa.
Su mandíbula cayó.
-Eres tú –musitó.
El perro ladró emocionado y lo empujó ligeramente con el hocico. El niño le acarició temblorosamente el cuello y descubrió un collar oculto entre el pelaje. Era de cuero trenzado y tallando con un cuchillo, alguien había escrito Alesky.
-¿Te llamabas así? Per...perdóname...no lo recuerdo.
Misha sintió las lágrimas correr por su rostro aunque no recordaba haberlas derramado.
-Perdóname... te abandoné... y a Madre...
Se abrazó al cuello del animal y lloró por primera vez en meses. El perro le puso la pata en la pierna y apoyó la cabeza en su hombro, como si entendiera su sufrimiento y quisiera atenuarlo.
Así los encontró Rinat cuando salió a buscar a su hijo. La mujer casi podía ver el vínculo que los unía. Sin querer molestarlos, se agachó y los envolvió en un suave abrazo.
-Vamos a casa, Misha, vamos a tener que lavar a tu amigo –susurró con una sonrisa-. ¿Cómo se llama?
-Alesky, madre, se llama Alesky.
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Canis Bellator
Short StoryEn la Segunda Guerra mundial, Alemania comienza a invadir la URSS y esta se defiende con uñas y dientes, usando todo tipo de armas y soldados, lo que incluye un batallón especial de soldados entrenados para destruir tanques, quienes, al igual que ot...