Capítulo 4

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Edward bajó a toda prisa los escalones restantes

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Edward bajó a toda prisa los escalones restantes. Le preguntó a Amber qué pasaba, pero esta no supo darle una respuesta. Puso su dedo pulgar sobre el lector de huella con torpeza.

—¡Vamos! —exclamó, mientras el panel se quedaba analizando el pulgar sin mostrar resultados. Los gritos de Amanda del otro lado solo conseguían preocuparlo más. Estaba frustrado—. ¡Vamos estúpida tecnología!

Edward quitó el dedo, se limpió y volvió a ponerlo sobre el panel dactilar. Al principio no mostró ningún indicio y Edward sintió la necesidad de derribar la puerta con una patada. Sin embargo, tras esperar un par de segundos, logró desbloquearla.

Al otro lado, el hombre había posado sus manos con fuerza sobre la garganta de Amanda. Se había estado apoyando en la puerta y a ella le había comenzado a faltar el oxígeno hasta que la puerta se abrió. Al hacerlo, se liberó de las fauces de aquel maníaco y se aferró con fuerza a Edward, creyendo que había podido notar el estado de pánico en el que se encontraba sumida. Los demás tomaron con fuerza al paciente antes de que hiciera más daño y lo llevaron a su respectiva habitación, no sin antes dormirlo con algún tranquilizante.

Las puertas de cada habitación de la zona de Máxima Seguridad estaban diseñadas con un complejo mecanismo electrónico. Entonces... ¿Cómo había logrado salir?

—Sh, ya... tranquila —le susurró Edward a Amanda para controlar sus nervios. Ella temblaba y lloraba mientras se sujetaba cada vez con más fuerza a él, había sido bastante traumático y, por su condición, aún no estaba preparada para tal impacto—. Estás bien, estás bien...

Sin embargo Amanda no lo escuchaba, no podía dejar de pensar en lo sucedido.

—Ven Amber, ayúdame a llevarla —dijo con amabilidad.

Luego, trató de separar a Amanda de él, pero ella empezó a comportarse de manera histérica. Sus alaridos se hicieron más fuertes y su llanto más estridente. Sus uñas se pusieron blancas debido a la presión que puso para no soltarse.

—Ven, amiga. Soy yo, Amber.

Amanda la volteó a ver, respiró hondo y tomó su brazo, también tomó el brazo de Edward con fuerza. Empezaron a caminar en dirección opuesta a aquel sitio, el cual Amanda pensaba no volver a pisar en su vida.

«Eso te pasa por andar de curiosa. ¿Qué nunca vas a aprender?» Le reprochaba su conciencia. Por lo menos, esa era una señal de que ya empezaba a relajarse.

—¿En qué pensaron al venir aquí? ¿Acaso están locas? —preguntó Edward.

—Buena pregunta...—contestó Amber—. Quizá lo estemos ¿no crees? —continuó de mala gana, pues el comentario le había parecido irónico.

Sueños masacradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora