Sueños masacrados

Capítulo 7 - Parte II

Y, como siempre, la curiosidad pudo con ella.

Tomó una pequeña silla de plástico y se sentó junto a Edward, quien aún se encontraba frente al monitor. Debía ser extenuante estar ahí por uno o varios días, vislumbrando imágenes atemorizantes, tratando de controlar pacientes inestables que se debaten entre la cordura y la lucidez. Los médicos cumplían una de las labores más arduas del mundo.

Nuevamente se repitió la sesión. Amber entró y se detuvo justo en la mitad del cuarto acolchado, un par de médicos tomó los lentes y, luego, se los pusieron de modo que las conexiones entrasen en contacto con puntos específicos. Salieron con un poco de levevo... "líquido verde" antes de cerrar la puerta.

En ese momento, Amanda se cubrió los ojos. Edward notó sus nervios, y le pasó un brazo por la espalda para tranquilizarle. Ella se recompuso y los abrió al poco tiempo, pero el espectáculo macabro ya había comenzado: Amber se movía de un lado al otro de la habitación cuando flotaban ciertas imágenes en el monitor de insectos voladores, riscos altos, entre otras. En un determinado momento apareció una forma abstracta llena de agujeros por doquier, ante lo cual Amber se removía con asco. En Amanda dicha imagen no surtió efecto alguno, lo que le hizo preguntarse por la subjetividad del miedo: aquellas cosas de las que tememos llegan a ser tan diversas como nosotros mismos. Nunca habrá nada que logre causarle miedo a todo el mundo, puede que si lo haga con una mayoría, pero habrán unos pocos que se mostrarán valientes, o que al menos aparentarán serlo.

Luego la imagen se tornó hacia la de una vieja casona en lo alto de una colina. Edward se detuvo en seco, al instante en que Amanda leía en los labios de Amber la palabra "mierda".

Entonces, Edward se acercó a un pequeño micrófono —como, supuso Amanda, lo había hecho con los demás. ¿O acaso solo era porque ella estaba ahí?— y exclamó:

—Vamos, Amber. Yo sé que puedes afrontarlo una vez más. —Había algo de paternal en el tono que usaba—. Nada más necesitamos establecer contacto con las bases nitrogenadas y entonces podremos proseguir.

Amber se llevó las manos a la nuca y tiró con suavidad de su cabello opaco, luego de ello asintió. Amanda pudo notar que una lágrima le corría por debajo del lente derecho, amenazando con caer por su barbilla en dirección a las colchas blancas del suelo como un arma de destrucción.

Fue ahí cuando desvió su vista por completo al monitor, tenía un mal presentimiento y no quería ver cómo la primera persona ajena a Edward que le había recibido en el hospital se comportaba del modo en que lo dictaba la naturaleza de todos los que se hallaban ahí: como una maníaca.

Se había sumergido por completo en el pasado oscuro de la paciente Reeve.

Nuevamente, la visión de los hechos iban en primera persona. Era como si alguien —en este caso, Amber— hubiese decidido grabar el peor momento de su vida, llevando una cámara al hombro que registraba cada nefasto segundo. La persona iba subiendo la colina con rapidez, puesto que la lluvia amenazaba con inundar todo el campo. Cuando llegó a la gigantesca puerta de color carmín, estiró un brazo delgado y débil para abrirla. Entró sin cerrar y empezó a caminar, ahora con lentitud y precisión, a través de los tablones de madera cubiertos de suciedad. Cuando dio con un espejo, Amanda se sobresaltó: la persona que parecía estarlo grabando todo era una versión pequeña e infantil de Amber —como lo había imaginado—, pero estaba en su totalidad maltrecha. Tenía un ojo morado, un par de hematomas en las piernas y un chorro delgado de sangre y saliva le corría por la esquina del labio, cubriendo el vestido aguamarina que llevaba puesto. Era la imagen de alguien muerto en vida, volviendo al ataúd que llamaba "hogar".

—¡Hasta que al fin llegaste, maldigo engendro! —espetó una voz extrañamente cantarina y dulce en el piso de arriba. La pequeña Amber se sobresaltó y se encaminó a la cocina. La Amber real se acurrucó en una esquina del cuarto, buscando refugio en medio de las blancas y blandas paredes.