🏅 ¡Sello de Oro/Primer Lugar en los Premios WattOlímpicos 2017!
🥇 ¡Primer Lugar en la Isla 3 de los Blue Water Awards 2018!
🥇 ¡Primer Lugar en los Crazy Writer Awards 2018 en la categoría Misterio/Suspenso!
🥇 ¡Primer Lugar en los Circus Awards 2...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Edward se hallaba recostado sobre el sofá de su casa, leyendo el periódico.
Ya habían pasado 3 años desde que presenció la muerte de Amanda, la mujer que había amado como a ninguna otra antes. Aún se lamentaba por ello. Ya había logrado avanzar y lograr decir su nombre sin llorar. Le dolía tanto...
En las largas noches que estaba solo, no hacía más que gritar lleno de rabia. Había sufrido demasiado, las marcas que tenía en los brazos lo demostraban. Al principio eran pequeños y suaves, luego, los cortes tomaron una cadencia espeluznante, como si hubiera perdido la razón.
Un par de amigos lo ayudaron a salir adelante. Era la única compañía que le quedaba.
Ahora, después de toda la penuria recorrida, había mejorado, relativamente. Ya no había más gritos, no había más cortes, no había más dolor. Pero, su ánimo siempre estaba por el piso. Se recostaba la mayor parte del tiempo, dormitaba, casi no hablaba ni comía. Edward estaba sumergido en una profunda depresión, pero también, en una serenidad inexplicable. El ambiente denotaba una tranquilidad constante y un silencio perpetuo.
Todo lo contrario al mundo que lo rodeaba.
Parecía que toda la catástrofe interior que sentía se hubiera trasladado al exterior de su hogar. Edward estaba sereno y tranquilo, pero quienes lo rodeaban estaban sumidos en la hostilidad y el caos. Por fin había llegado el momento, lo que estaba pasando tenía nombre: Tercera Guerra Mundial.
Una vez quedó destruido el sanatorio mental de la Unión Latinoamericana, los países de Oriente empezaron a atacar el territorio con el fin de dominarlo. La Tercera Guerra Mundial se había propagado con una rapidez impresionante, sin embargo, todavía no tenía resultados considerables.
Edward se puso de pie y se dirigió a la cocina. Tomó un vaso y sirvió un poco de agua. En ese punto de la guerra, el agua podía considerarse incluso más valiosa que el oro.
Mientras bebía tranquilamente, un estruendo lo sacó de sus pensamientos. Se dirigió a la ventana y vio que un hombre joven se encontraba herido, recostado en el suelo. Alzó la mirada y se percató de que fuera de su casa se estaba librando una batalla, pero lo importante era que él estaba a salvo. La casa que había adquirido estaba reforzada con diferentes aleaciones metálicas. A menos que lanzaran una bomba no tenía por qué preocuparse, además, sabía que no lo harían ya que podrían usarla en una situación de mayor importancia. Producir tecnología y armamento se había convertido en un proceso muy escaso.
Aquella guerra que en el pasado podría haberse considerado como la mayor catástrofe de todos los tiempos había quedado limitada a una sucesión de enfrentamientos cortos y sin sentido. Ese título le había sido otorgado a la masacre de 2039...
—Ya deja de pensar en eso —se dijo Edward como si recitase un soliloquio. Abrió la puerta y arrastró al joven al interior de su hogar. Había sido médico, podía ayudarle.
En el rostro moreno del joven había una quemadura junto a una mancha de sangre fresca. Su uniforme estaba desgarrado por completo y tenía laceraciones en las piernas. Edward tomó la botella de agua que el joven cargaba consigo y la roció suavemente sobre la zona quemada. Después fue a la cocina por segunda vez, tomó una toalla y la impregnó con una solución salina. La frotó sobre las heridas de las piernas del muchacho y sobre la sangre que le cubría la mitad izquierda del rostro. Luego, con una venda cubrió los cortes que tenía, aplicó un poco de ungüento en la mejilla y le hizo tomar un analgésico para aliviar el dolor. Mientras lo hacía, Edward se sintió como toda una enfermera del siglo XIX. Nadie nunca habría imaginado que en el futuro la mayor parte de los tratamientos médicos se hacían de forma casera. La humanidad había retrocedido considerablemente en cada uno de sus aspectos y ya nada volvería a ser igual.
En el año 2040, toda la tecnología existente había sido recolectada para generar armamento en la guerra, el cual, poco a poco empezó a desaparecer. Las personas se escondían en sus hogares porque las armas podían llegar a ser letales: arsenales de fuego que podían arrojar explosivos, armas blancas que se accionaban para prenderse en llamas, pequeñas cápsulas nucleares capaces de destruir un país completo. Además, el armamento químico también se hizo frecuente, como el uso de tóxicos en el combustible de los automóviles que dañaban el funcionamiento de los mismos, haciendo que liberaran una gran cantidad de humo para propagar una serie de sustancias capaces de matar a treinta personas en segundos, con el simple hecho de respirar. Todas esas técnicas eran sofisticadas y letales, pero ninguna llegaba a ser lo suficientemente poderosa como la propagación de la psicofobiasis. Aquella enfermedad ya había terminado con la vida de por lo menos veinte millones de personas en todo el mundo.
—¡Maldita sea, para ya! —gritó y le dio un puño a la mesa. Siempre había querido olvidarse de Amanda y todo lo relacionado con ella, pero no podía dejar de hacerlo por más que lo deseara. Su pasado lo atrapaba de una manera constante, como si las garras de una criatura feroz lo arrastraran hacia la oscuridad.
Edward esperaba que su nuevo huésped le dijera algo al verlo hablando solo, pero no lo hizo. Estaba allí, recostado en el sillón, descansando un poco. Al verlo se dio cuenta de que cada día era muy duro para ese pobre muchacho, y muchos como él también sufrían cosas similares mientras libraban las distintas batallas. Fue nuevamente hacia la ventana y pudo presenciar la ardua lucha que ocurría en el exterior. Cientos de personas estaban tiradas en el suelo, inmóviles, mientras la sangre salía lentamente de sus cuerpos, se deslizaba por el suelo y llegaba a la pared de su casa. Sangre, sangre pura, sangre fresca. Todo el plasma estaba lleno del coraje y de la valentía de cada uno de los soldados que habían dado la vida por su territorio, pero a veces, estaba lleno de la inocencia de todas las víctimas que se habían aparecido en el lugar y el momento menos apropiados.
Desde el interior de su hogar, aquella sustancia parecía un simple líquido color carmesí, pero en realidad era mucho más que eso. La sangre era la vida de cientos de personas, que ahora corría por el suelo, insignificante. Esta era el final de miles de historias de personas que ya no estaban en este mundo, era la tristeza que inundaría a todas las familias que perdieron a sus seres queridos en el campo de batalla. Definitivamente, la sangre no merecía correr por el suelo como si no tuviera valor alguno.
Y mientras miles de soldados derramaban sus fluidos vitales en medio de la guerra, Edward se encerraba en su casa a lamentarse todos los días. Ahí comprendió que él podía hacer mucho más que eso, que podía seguir haciendo algo por los demás.
El joven soltó un pequeño sonido ahogado mientras se acomodaba en el sillón.
—Gracias hermano. —Su voz inundó toda la estancia—. Si no fuera por ti creo que me hubiera muerto hoy mismo.
Edward rio un poco y dijo: —No es para tanto, igual no te iba a pasar nada grave. Pero un poco de ayuda no le viene mal a nadie, ¿no?
—Así es. —Sonrió—. Creo que necesitamos más gente como tú en el ejército, podrías ayudar a muchos.
Edward alzó su rostro y observó al joven. Una idea había cruzado por su mente.
—Puedo preguntarte algo, eh...
—Nathan.
—Sí, Nathan —exclamó. Después de un largo tiempo de miseria, había vuelto a sentirse bien. Podía volver a ser de ayuda—. ¿Cómo puedo entrar al ejército?
El muchacho sonrió y le explicó todo lo necesario. Volvía a haber un nuevo comienzo, pero ahora para la vida de Edward.