Relato XXIV.

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No quería enamorarme, sin embargo lo hice. No quería equivocarme de nuevo, tras tan poco tiempo de una ruptura que seguía aún incandescente, como un hierro tendido frente al fuego, dejado en manos de éste y sin oportunidad de escapar. (O como el café de la mañana, que se ha quemado al dejarlo demasiado tiempo en la vitrocerámica).
No digo que no la haya superado, pues sí que lo hice, mas un pequeño cajón en mi interior me dice que ande con ojo, que vaya con cautela, pues tiene pavor de tropezarse con la misma piedra.
»Una piedra llena de dolores y desgracias, de gritos y sollozos, de miradas tristes y sonrisas mentirosas.
»Una piedra que te cuenta mil y un misas, mil y un cuentos chinos, y mil y un historias para no dormir.
Espero, querido amigo o amiga, que no te encuentres con la misma piedra con la que me encontré yo.

He caído como una tonta en la trampa llamada amor. Lo peor no es el hecho de caer, sino el hecho de intentar concienciarme de que no he caído.
Intenté por mil medios cambiar mi forma de verle, intenté de mil formas no dirigirme hacia su sonrisa, intenté buscar mil caminos que no me llevarán al cielo de Londres en tormenta, pues una vez ese cielo fue conocido como sus ojos.
Quise una vez cortarme la oreja como Van Gogh para poder así dejar de oír su profunda voz. Más tarde recordé que me quedaría la otra.
»Quise una vez coserme la boca para poder así no decir tonterías cuando él estaba cerca.
»Quise una vez arrancarme los ojos para poder así dejar de mirarle.
Por más que lo intentara, sabía que no podría dejar de hacer todo aquello que quería parar.
Mi mente me jugó una mala pasada, pretendí huir cuando eso de lo que escapaba corría a mi lado cogidos de la mano.
Cuanto más planeaba para olvidarle, mayores eran las ganas de quererle. Me mentía a mí misma creyendo que de esa manera podría ignorarle, mas no hice nada más sino amarle.
Recuerdo que me perdía intentando mirar sus ojos, pues era alto, y una vez los había encontrado me perdía un poco más, pues eran tan grises e inquietos como un tornado, pero a la vez tan azules y tranquilos como un mar en calma.

Sabía que, por mucho que quemara, arrancara y cortara, no podría evitar enamorarme de él.

He aquí mis escritos.- Vic.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora